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Opinión

China, la fábrica del mundo

Lo ha vuelto a recordar Dale Jorgenson en su reciente investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Valencia

Lo ha vuelto a recordar Dale Jorgenson en su reciente investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Valencia. Y de manera contundente: China va a ser la primera potencia del siglo XXI. De hecho, lo es ya en el terreno industrial. Se puede añadir que además no está sola. La acompañan India y los países del área de libre mercado del ASEAN. Las implicaciones de todo ello son difíciles de exagerar. No sólo por la emergencia de un nuevo gran protagonista económico que ya ocurrió a finales del siglo XIX con Estados Unidos. Sino porque modifica la estructura económica, y geopolítica, mundial vigente desde hace más de dos siglos. Como afirmara Martin Jacques, nuestro etnocentrismo al considerar a Occidente como fuente de toda sabiduría ha llevado a que nunca hayamos considerado la posibilidad de que China pueda superar a EE UU.

Los cambios en la tecnología permitiendo el control remoto de la producción, la interacción en tiempo real o la subdivisión de tareas de producción complejas en una multiplicidad de tareas simples explican buena parte de lo ocurrido. También la reducción de los obstáculos al comercio mundial o la revolución en los transportes a través del contenedor. China produce hoy, por ejemplo, la mitad de los pares de zapatos del mundo, un tercio de las maletas de viaje, la mitad de los hornos microondas, un tercio de los televisores y de los aparatos de aire acondicionado, un cuarto de todas las lavadoras y un quinto de los refrigeradores del hogar. Lo cual es, sin embargo, sólo la punta del iceberg de una potencia presente en multitud de componentes intermedios que escapan a nuestra vista. Una potencia que puede aumentar más todavía si la UE, como parece probable, le concede el estatuto de economía de mercado.

En medio del debate acerca del fin del trabajo a consecuencia de la digitalización, y cuando España no ha recuperado todavía la cifra de empleos previa a la Gran Recesión de 2008, conviene recordar que Asía ha creado desde 1990 un nuevo puesto de trabajo por cada cinco de los que existían; 287 millones. Y aunque la expansión se ha ralentizado desde la crisis, la creación de empleo no ha desaparecido como ha ocurrido en Occidente con la jobless recovery sobre la que también escribiera Jorgenson. Entre 2007 y 2014 ha aumentado un 7% esto es 120 millones. Más destacado todavía es el contraste en la industria. Desde 2000 en los países desarrollados ha desaparecido uno de cada diez de los empleos existentes. En Asia, han aumentado un 20 %.

Respuesta modesta

Frente a todo ello, la respuesta en España viene siendo modesta. Y en la Comunitat Valenciana, ensimismada en la infrafinanciación autonómica y en falsas soluciones, nula. Aquí parece como si, al modo de las viejas ideas que penetran hasta el último pliegue de nuestro cerebro a las que se refiriera J.M. Keynes, mejorar la gestión pública sea sólo cuestión de gastar más y no, sobre todo, de gastar mucho mejor o de adoptar iniciativas sin contrapartida presupuestaria.

Existe, sin embargo, un largo camino por recorrer que el Consell de Ximo Puig no ha emprendido por ahora. Por ejemplo, para ayudar a mejorar la eficiencia de las empresas o las habilidades de los trabajadores en lugar de seguir ignorando una formación continua desastrosa. Un aspecto fundamental si queremos mantener el nivel de bienestar alcanzando sin confiar en soluciones ilusorias. Porque lo es el corredor mediterráneo cuya construcción está absorbiendo recursos muy cuantiosos con un elevado coste de oportunidad en términos de mejorar la competitividad del conjunto de las empresas (de la industria y los servicios) y no sólo de las que serán sus grandes usuarias. O, por ejemplo, para divulgar, como se hace en Estados Unidos, que la competencia desde estos países de Asia es desleal y que en los tratados comerciales con aquella zona del mundo es posible, si hay voluntad para ello, penalizar la inexistencia en ellos de libertad sindical, legislación sobre jornada laboral o salario mínimo. Son aspectos, entre otros muchos, que nadie parece interesado en recordar. Quizá porque las grandes multinacionales europeas y estadounidenses son las grandes beneficiarias de esta situación. Y su capacidad de presión ante una Comisión Europea cada día más escorada ideológicamente, se está demostrando inmensa. Pero no es evidente que sus intereses sean coincidentes con los del conjunto de los ciudadanos de la Unión. Y menos todavía con los de los valencianos.

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