La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe «Tendencias mundiales del empleo 2014. ¿Hacia una recuperación sin creación de empleos?» señalaba que el empleo está creciendo a un ritmo más lento que la fuerza de trabajo. El número de personas desempleadas en 2013 se situó cerca de los 202 millones de personas y la tendencia apunta a un empeoramiento gradual en los próximos años. De hecho, se prevé que el número de desempleados aumente entre 3 y 4 millones en 2016, en un contexto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) define como de «crecimiento demasiado lento por demasiado tiempo», mientras reduce al 3,2% sus proyecciones de crecimiento anual de la economía mundial, incapaz de crear trabajo «decente». En estos momentos, la tasa de desempleo juvenil triplica la de la población adulta, el desempleo de larga duración aumenta en las economías avanzadas y crecen el empleo vulnerable y el empleo informal, con 839 millones de trabajadores pobres, que viven con menos de dos dólares al día.

Solo entre 2007 y 2010, la población en edad de trabajar que estuvo empleada se redujo en 35 millones de personas, pasando del 61,2 al 60,2 % (la mayor disminución jamás registrada). Esta situación fue consecuencia, entre otros factores, de la incorporación imparable de la tecnología. Lejos de las utópicas visiones de afanosos robots al servicio de la humanidad, el aumento de la productividad no está suponiendo ni el advenimiento de un mundo feliz ni siquiera la creación de empleo.

Si, manteniendo el actual nivel de consumo, este paradigma de tecnificación se extendiese a todas las economías del planeta, se calcula que solo serían necesarios 1.500 millones de trabajadores, expulsando a 2.000 millones y a las personas a su cargo fuera del sistema.

Esta tendencia señala que, de acuerdo a la lógica económica capitalista, cada vez serán menos las personas que encontrarán trabajo y más las que deberán aceptar un empleo precario, lo que conducirá a la polarización social y a la exclusión de grandes masas de población del modelo de consumo característico de la clase media.

Las consecuencias que se derivarán de ello son fruto de especulaciones de todo tipo, desde las que auguran un cambio de modelo político que secuestrará la democracia para impedir que la voz de los descontentos provoque un giro que acabe con los privilegios de la clase dominante, pasando por los que pronostican la introducción de pensiones vitales para soportar la existencia de las personas que queden fuera del sistema (y evitar la contestación social), y acabando con los que optimistamente piensan que por fin la economía se pondrá al servicio de las personas y se construirá un nuevo orden social.