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Tribuna

Rectificar es de sabios, 'ergo' Schäuble es estúpido

La pasada semana se celebró, en Bratislava, una cumbre de los jefes de estado y de gobierno de los países de la UE „de los 27„, ya que la premier británica, no fue invitada, por razones obvias. Se supone que la finalidad del encuentro era establecer criterios para reforzar los lazos de una Unión que, algunos, sienten cada vez más amenazada de desintegración, más aún después del Brexit.

Como tantas otras veces, el resultado de la reunión es absolutamente decepcionante, al menos en mi opinión: solamente fueron capaces de alcanzar un mínimo común denominador, en lo que se refiere a la seguridad, y nada más. No es que la seguridad no sea muy importante, que obviamente lo es, pero lo auténticamente grave es que después de ocho años de una profunda crisis económica, que está en el origen de un creciente descontento de la ciudadanía de prácticamente todos los países europeos, se mantenga la ceguera sobre cómo resolver el problema. En una frase: sáquennos ustedes del estancamiento y la deflación, relancen la economía europea para que se creen puestos de trabajo y dejen de atacar al estado del bienestar, y todos seremos más felices y estaremos más satisfechos.

No parece muy complicado, aunque en la práctica lo está siendo; ¿por qué? Hagamos un símil: si un médico diagnostica erróneamente una enfermedad y, en consecuencia, prescribe a su paciente un medicamente equivocado, supongo que estaremos de acuerdo en que no es razonable esperar que mejore su salud. Lo inteligente sería cuestionarse la validez del diagnóstico, pero si el médico persiste en el error y, además, receta dosis adicionales de la misma medicina, su salud podrá seguir deteriorándose y, en algunos casos, incluso nos cargaríamos al paciente.

El problema radica en que cuando la crisis financiera derivó en una crisis de la moneda única, el diagnóstico fue erróneo, y en lugar de darse cuenta de que las limitaciones institucionales del euro son las que provocaron fuertes desequilibrios internos entre los países de la eurozona, y proceder a corregirlas, se empeñaron en que el problema radicaba en la falta de competitividad de algunos países y a partir de ahí, la medicina adecuada era la consolidación fiscal y las reformas estructurales.

La consolidación fiscal, en la práctica, se ha traducido en reducción del gasto público: según esta doctrina, el estado del bienestar es insostenible, por lo que hay que reducir el gasto social, para mejorar nuestra competitividad. Paralelamente, hay que realizar reformas estructurales, y esto, también en la práctica, se traduce en flexibilizar el mercado de trabajo, reduciendo los derechos de los trabajadores y de los sindicatos a la negociación colectiva, con la finalidad de abaratar el coste de la mano de obra y, así, ser más competitivos.

En último término, lo que se pretende, aunque no se diga de una forma explícita, es reducir el tamaño del estado y aplicar una política mercantilista, con el objetivo, en este caso, sí explícito de obtener superávit comercial. El perseguir la obtención permanente de un superávit de la balanza por cuenta corriente puede resultar beneficioso „al menos transitoriamente„ para quien lo registra, pero como a nivel consolidado, el comercio internacional es un juego de suma cero, ello implica que frente a superávits comerciales permanentes, otros tienen que registrar, déficits comerciales permanentes.

Si, siguiendo los criterios mercantilistas del ordoliberalismo alemán, todos los países europeos persiguen el superávit exterior, ¿qué pensamos que terminarán por hacer EE UU, China, y el resto de los países? Y si todos perseguimos lo mismo, la única alternativa es que el resto de los planetas de la galaxia se conviertan en importadores netos, lo que obviamente, es un absurdo imposible de alcanzar.

Alemania „no sólo, pero sí especialmente, sobre todo por su tamaño„ está imponiendo al resto de los países de la Unión y, en particular a los de la eurozona, su propia visión de cómo debe funcionar una economía, pero desde una perspectiva absolutamente egoísta, que está reportándole importantes beneficios, a costa del sufrimiento de los países más débiles.

Su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, cuando es requerido para que informe de los problemas que afectan, también, a sus grandes bancos, en particular a Deutche Bank, responde desviando la atención, para lo que «carga» contra los que incumplen las reglas del pacto fiscal de estabilidad. En concreto, dice estar mucho más preocupado por los incumplimientos fiscales de Portugal y España, que por los problemas del Deutche Bank, y, por supuesto, se manifiesta en contra de la decisión adoptada por la Comisión Europea, de no multar a los dos países de la península ibérica por déficit excesivo.

El egoísmo de Schäuble alcanza niveles de estupidez. Por supuesto no recuerda los sucesivos déficits excesivos en los que incurrió Alemania tras su unificación, que fue solidariamente apoyada por el resto de los países europeos. Y tampoco recuerda que los bancos alemanes incurrieron en una alarmante concentración de riesgos con deudores, públicos y privados, de países del sur de Europa, como Grecia, o como España. Riesgos que podrían haberles llevado a la quiebra, y que, sin embargo, se transfirieron al conjunto de los países de la eurozona. Los rescates a Grecia y a otros países de la Unión, en realidad, fueron una forma de rescatar a los bancos que les habían prestado, esencialmente alemanes.

Pero Schäuble insiste en la necesidad de seguir recortando en los países del sur, a pesar de que la austeridad no ha sido, como predica, expansiva, sino todo lo contrario. Los efectos recesivos de la mal llamada austeridad han incrementado el desempleo, pero también la falta de confianza en el futuro por parte del sector privado, desincentivando su inversión. Son el desempleo y la baja inversión los que están detrás de la falta de demanda y la deflación.

La política de austeridad ha constituido un fracaso colosal, de forma que las consecuencias de las crisis financiera y del euro siguen desarrollándose en Europa, generando sufrimiento y desconfianza, que es lo que está detrás del retroceso y la posible desintegración de la UE, frente a los nacionalismos populistas. Y esto, Schäuble y Merkel lo saben sobradamente, pero su aversión a lo público, abona el terreno para que vaya creciendo Alternativa para Alemania. Y nos arrastrarán a todos.

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