Si bien desde un plano específicamente económico, Valencia, la Comunitat Valenciana, es por derecho propio y peso específico la capital de la citricultura europea, el pasado viernes la ciudad del Turia vio reafirmada esa misma condición desde una perspectiva estrictamente política. Dirigentes de las principales entidades agrarias de España, Italia y Francia, así como representantes de las administraciones de estos tres mismos países, nos reunimos en el marco del Grupo de Contacto de Cítricos Hispano-Franco-Italiano, un ente que nació el pasado mes de mayo en París y a través de cuyo desarrollo el sector citrícola europeo busca adquirir, en su conjunto y como tal, carta plena de naturaleza ante aquellos poderes que rigen los designios de la UE.

Fue el primer encuentro formal tras la creación de este grupo y las impresiones que extrajimos resultaron extraordinariamente positivas en la medida en que unos y otros dejamos constancia explícita de la voluntad de que este foro no se convierta en un mero punto de encuentro ocasional, sino que sea capaz de ir un poco más allá con el objetivo último de articular un discurso armónico sobre los retos, riesgos y necesidades de la citricultura europea. Hoy por hoy, esa finalidad se antoja más necesaria que nunca a la vista de la preponderancia política que los países del norte de Europa ejercen a la hora de hacer valer sus intereses políticos en la adopción de decisiones de calado por parte de la UE. El reciente acuerdo con los Estados de África del Sur, y más específicamente las vergonzantes concesiones otorgadas a Sudáfrica en materia citrícola, constituyen una muestra tan notoria como evidente de lo expuesto. Pero no es, ni mucho menos, la única: se trata solo de un capítulo más que añadir a la larga lista.

Entre esos agravios comparativos destaca de manera sangrante, la reiterada laxitud exhibida por las autoridades comunitarias en su gestión de la vigilancia de la posible entrada de nuevas plagas y enfermedades en los cargamentos de frutas, hortalizas o plantas importadas de terceros países. Ni siquiera los cambios operados en los reglamentos de control tras la llegada a Europa de la temible Xylella fastidiosa, que está causando verdaderos estragos en los cultivos de Italia, han servido para que las nuevas disposiciones se conviertan en una herramienta verdaderamente eficaz. Reivindicaciones del sector como la elaboración de listas positivas, que incluyan a aquellos países que pretenden exportar a Europa y sean capaces de acreditar previamente el buen estado de su sanidad vegetal, tampoco han sido tenidas en cuenta. Por no hablar de la relajación de las inspecciones para aquellos envíos de cítricos importados cuyo destino sea la industria de transformación.

Así las cosas, a los citricultores europeos nos sobran los motivos para unir nuestras fuerzas, para hacer oír nuestra voz de manera conjunta y para coordinar nuestros intereses.