La celebración, el pasado miércoles, del llamado Día Mundial del Agua constituye una oportunidad idónea para reflexionar y para extraer también una serie de conclusiones. La primera de ellas tiene que ser, forzosamente, que no tenemos ningún motivo ni para fastos ni felicitaciones, sino para constatar que durante las últimas décadas los dirigentes políticos, de todo tipo y condición, han fracasado de manera estrepitosa a la hora de abordar una cuestión tan esencial como el manejo y uso del agua. Es de justicia, además, hacer extensivo ese fracaso al conjunto de una sociedad, con sus representantes en materia hídrica a la cabeza, que tampoco ha sabido ofrecer las respuestas necesarias ni canalizarlas en la dirección adecuada.

Urge, por tanto, una enmienda a la totalidad y un replanteamiento general. El agua es un bien capital y no puede seguir siendo por más tiempo un arma arrojadiza al servicio de coyunturales intereses partidistas o de supuestos agravios territoriales. Es hora de dar voz y voto a los verdaderos expertos en estos asuntos y dejar de reducirlos a la condición de meros floreros con los que cubrir las apariencias en momentos concretos. Hay que reemplazar la actual dinámica de enfrentamiento por criterios de solidaridad basados en el raciocinio y en opiniones de especialistas que no partan de apriorismos ideológicos ni de ideas preconcebidas. Desde AVA-Asaja hemos aprovechado esta semana para reclamar a la clase política y a las entidades representativas de los intereses hídricos la necesidad de alcanzar un gran pacto en torno a un tema central tanto para el conjunto de la sociedad como, por supuesto, para la agricultura, que es el apartado del que nos corresponde hablar a nosotros. Y precisamente, en el referido capítulo, el balance no puede ser más desolador. El último y prolongado episodio de sequía en el campo provocó pérdidas, sólo en el último año, de unos 240 millones de euros y mientras tanto seguimos sin saber cómo y de qué manera se va trasladar el agua que se precisa, ni hemos oído hablar tampoco de priorizar proyectos al respecto ni de presupuestos con los que sostenerlos.

El asunto parece haber entrado en vía muerta. Y eso es inaceptable y, a la larga, suicida. Alguien tan ponderado y buen conocedor de estas materias como el ex ministro de Agricultura, Jaime Lamo de Espinosa, lamentó hace unos días en Valencia que en España, durante los últimos años, sólo se haya destinado un 0,11% del PIB a la inversión en infraestructuras hidráulicas, mientras que Francia, que no sufre ni de lejos nuestros problemas de aridez, duplica el presupuesto español dirigido a ese mismo fin. El dato resulta ilustrativo, demoledor e irritante y demuestra de manera fehaciente que es imprescindible cambiar de mentalidad y de rumbo porque si no se garantiza un suministro estable de agua de calidad y a buen precio la agricultura valenciana, tal como la conocemos y con el agravante del cambio climático, tiene los días contados.