El siglo pasado bien podría ser calificado, desde la perspectiva valenciana, como el de la citricultura, como otros siglos pasados lo fueron de la vinicultura, la morera o el arroz. A mediados del siglo XIX se exportaban nueve mil toneladas de naranjas en España, pasando a cerca de trescientas mil toneladas al inicio del siglo veinte. En 1930 ya alcanzamos el millón de toneladas exportadas, para sobrepasar, con creces, los tres millones de toneladas de cítricos exportados al finalizar el siglo veinte, y se continua la tendencia al aumento.

Durante todo el siglo XX, cada cierto tiempo, coincidiendo con graves acontecimientos bien originados por guerras, bien por inclemencias climatológicas, que por estas tierras se dan con frecuencia, se solía convocar un «Conferencia Naranjera». La fuerte helada de 1926 provocó la real Orden de 7 de julio de 1926, de la Presidencia del Consejo de Ministros, convocando la Conferencia Nacional Naranjera que tuvo lugar en Madrid del 10 al 13 de octubre de 1926. Vale la pena reproducir las palabras que en el discurso inaugural pronunciaba el político valenciano Luis García Guijarro explicitando el motivo de aquella conferencia: «La naranja española, que hace unos años no encontraba rival en ninguno de los mercados del Báltico y Reino Unido, y que dominaba en los de Centro-Europa, Francia y Bélgica, ve hoy que otras frutas similares de África del Sur, de las Indias Occidentales, Palestina, Australia y hasta California y Florida, vienen a discutirle las posiciones conquistadas. He aquí planteado en términos generales el problema que aquí nos congrega: la previsión de la crisis naranjera».

La conferencia se ocupó de las cuestiones derivadas de la economía citrícola, tratando de anticiparse a los problemas que el incierto futuro estaba dibujando y que no dudaron en calificar de «la crisis naranjera». Desde los problemas del cultivo citrícola, aconsejando la utilización de variedades adecuadas para alargar lo más posible el periodo de exportación, pasando por la problemática derivada de la confección y transporte. De las conclusiones hay dos en las que merece la pena detenerse. La conferencia del 26 abordó, en primer lugar, la organización de la economía citrícola. Se mostró partidaria de la creación de una gran cooperativa o federación de productores y exportadores que abarcara la totalidad del negocio naranjero español. Y en segundo lugar, colocó la cuestión de la promoción del consumo de cítricos, o como ellos llamaban en aquel entonces: «máxima propaganda mediante la cooperación y auxilio de los Poderes públicos». Es decir, organización y publicidad.

Varias fueron las asambleas que se celebraron en el siglo XX con motivo de las dificultades que atravesaba el negocio citrícola, todas ellas en València. La última fue la Conferencia Citrícola de 1988, con gobierno autónomo en la Generalitat y recién ingresados en el Mercado Común, y padeciendo el período transitorio impuesto en la negociación de adhesión de España que hizo aparecer algunas voces antieuropeas en una actividad que siempre había suspirado por la eliminación de las trabas a la liberalización del comercio exterior, fundamentalmente europeo.

Pocos años después, en 1994, con el impulso de la Generalitat, con el conseller José María Coll a la cabeza, se creará la primera interprofesional del sector, Intercitrus. Agrupando toda la organización y especies vegetales del mundo citrícola. Se dotó al sector de medios y organización que posibilitasen el aprovechamiento de fondos públicos, fundamentalmente europeos, para promocionar el consumo de cítricos. Nació Intercitrus con financiación de fondos públicos, con la expectativa de que algún día lograría la autofinanciación. Pronto se desmembraría. Tan solo cuatro años más tarde, en 1998, se crea Ailimpo, la Asociación Interprofesional de Limón y Pomelo, que surge del seno de Intercitrus. Mientras hoy Ailimpo ha llegado a la mayoría de edad, Intercitrus nunca alcanzó la edad en la que las personas ejercemos nuestro derecho a voto, pese a los más de ochocientos cincuenta millones de pesetas (más de cinco millones de los actuales euros) que la Generalitat puso en el empeño. Cómo es posible que un sector tan importante, que agrupa a la naranja y a las mandarinas, el primer epígrafe en exportación de entre las frutas y hortalizas, no logre sentar las bases de una organización fuerte y duradera que establezca los mecanismos para sistematizar las variables económicas que garanticen la viabilidad del sistema.

Parece que la vía está abierta. De nuevo se plantea el viejo problema de la organización de la economía citrícola. Los desastres climatológicos de esta campaña pueden coadyuvar a ello. Se dice que en Fruit Logistic, la mayor feria del sector agroalimentario que se celebra en Berlín, se dieron los primeros pasos. Ahora bien, no se debería tropezar en la misma piedra. El protagonismo del sector es fundamental para lo que sus profesionales deberían ir por delante, esta vez.