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¿Tan bien está la economía española?

Hace tiempo que Mariano Rajoy tenía organizado un viaje a Brasil y Uruguay, con la intención de vender sus «logros económicos» y promocionar la inversión en España. «Somos los mejores»: el país que más crece, el que crea más empleo, aquel en el que la exportación aumenta más...

Con la que le está lloviendo, esta agenda internacional del presidente le vino como anillo al dedo para intentar escapar del aguacero de la corrupción. Pero no nos engañemos, todo lo que ha venido sabiéndose durante las últimas semanas, empaña su discurso triunfalista. La corrupción importa, y mucho, porque es un factor clave que mina las condiciones institucionales para que el crecimiento económico pueda ser mayor. Además, los inversores internacionales, exigen estabilidad y hoy no está en condiciones de garantizarla.

Más allá del cáncer de la corrupción, Rajoy se queda -¿voluntaria o involuntariamente?- en la superficie de aquellos datos macroeconómicos que le son favorables, pero se olvida de la realidad cotidiana que viven muchísimos españoles. ¿De qué les sirve a los amenazados por el riesgo de exclusión que la economía española esté creciendo por encima de la media europea? No de mucho. Según los datos de la última Encuesta sobre las Condiciones de Vida que elabora el INE, recientemente publicados, aunque la pobreza extrema esté bajando, ello no está dando lugar a que se corrijan las desigualdades.

Según dicha encuesta, en 2015 -su año de referencia- la pobreza severa afectaba a 2,6 millones de personas, que representan el 5,8 por ciento de la población, porcentaje que mejora el 6,4 por ciento de un año antes. No obstante, la tasa de riesgo de pobreza empeoró, situándose en el 22,3 por ciento, dos décimas por encima del dato de 2014, en una clara señal de que no se corrige el alto nivel de desigualdad que registra España, entre los más altos de la UE y de la OCDE.

Algo tendrá que ver que, desde que preside el gobierno el señor Rajoy, el porcentaje de la renta total que representa la relativa a los trabajadores, ha disminuido. De estas cosas no habla, aunque, es muy probable que su reforma del mercado laboral tenga algo que ver; ¿acaso considera que la distribución de la renta tiene poca importancia?

Tampoco se refiere a todas las circunstancias internacionales que han beneficiado a la economía española en los últimos cinco años, sin que su acción de gobierno haya influido. El giro radical de la política monetaria del BCE; un cierto nivel de relajación en las exigencias de Bruselas en relación con los sistemáticos incumplimientos de los objetivos de déficit público -no hemos satisfecho nuestros compromisos ni un solo año- o la evolución del precio internacional de las materias primas, particularmente del crudo, nos ha favorecido significativamente.

También omite hacer mención a la permanencia de graves desequilibrios macroeconómicos, como el nivel de endeudamiento público (en el entorno del 100 por ciento del PIB y que ha venido creciendo ininterrumpidamente durante su mandato), o como el endeudamiento exterior que, a pesar de haberse reducido algo, continúa en un nivel tan elevado, que cabe calificarlo de peligroso (próximo al 90 por ciento del PIB). La política monetaria del BCE tenderá a normalizarse en un plazo de tiempo no muy lejano, y cuando eso suceda, el coste del servicio de la deuda se encarecerá notablemente, lo que agravará nuestro déficit público.

Por otra parte, un estancamiento de la competitividad de nuestra economía -que ha mejorado sólo como consecuencia del abaratamiento de los costes laborales, derivados de la devaluación interna- podría revertir el signo de nuestra balanza por cuenta corriente, regresando a los déficits, y empeorando nuestro endeudamiento exterior.

Las exportaciones españolas son de una calidad relativamente baja, dependiendo, en gran medida, de los precios y, en consecuencia, de la competencia de los países emergentes. Por ello, la mejora de la competitividad de nuestras exportaciones, de la que tanto presume el presidente del gobierno, se debe esencialmente a la moderación salarial, más que, como sería deseable, a un aumento de la productividad. La economía española continúa teniendo un problema de productividad, para cuya resolución no estamos poniendo los medios necesarios.

La EPA del primer trimestre, hecha pública la pasada semana -más allá del aumento del nivel de paro y de la destrucción de empleo- muestra con claridad el alto nivel de precarización de nuestro mercado laboral. ¿Es eso lo que queremos? ¿Una economía que se base, esencialmente, en servicios poco productivos, con costes unitarios laborales muy bajos? O, ¿apostar de verdad por una que mejore la productividad y la calidad de sus productos y servicios? Mañana será tarde, porque hace ya mucho que tendríamos que haber orientado nuestra economía a establecer un modelo que pueda garantizar nuestra competitividad exterior, y para ello tendríamos que ser capaces de mejorar notablemente la productividad.

Como es bien sabido, la productividad depende, principalmente, de la cantidad de capital que se utiliza -incluido, claro, el capital humano- de las tecnologías que se emplean y de la velocidad de la innovación. Y nuestro país no está haciendo demasiado en esa dirección. La inversión es relativamente baja, tanto la pública en infraestructuras, como la empresarial en nuevas tecnologías, así como el gasto relativo a educación, investigación y desarrollo, que ha ido reduciéndose desde el inicio de la crisis económica.

Pero es que, además, la productividad también afecta, y de qué manera, a la desigualdad. La causa principal de las diferencias de renta per cápita entre los países reside en las diferencias en los niveles de productividad: una productividad mucho menor provoca una brecha en los niveles de renta. Una productividad elevada determina salarios altos; los trabajos poco cualificados son los propios de una economía con baja productividad, como la que registra la economía española, lo que da lugar a un modelo de competencia en costes.

Lo que condiciona los salarios a largo plazo es el nivel medio de la productividad del trabajo. La única forma de que dar un empujón hacia arriba a la renta de un país -sostenible, estable y permanente- es hacer que éste sea más productivo.

Por tanto, podemos hacer como el presidente del gobierno, quedarnos en la superficie y mostrar triunfalismo por la marcha de algunos buenos indicadores de nuestra economía, o podemos ocuparnos, de una vez por todas, en sentar las bases para que una de las características de nuestra economía sea la innovación e intentar cambiar nuestro modelo productivo, porque eso es una tarea que requiere mucho esfuerzo a medio y largo plazo.

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