T odas las mañanas miles de turistas -de crucero o no- acceden a la almendra del centro histórico de la ciudad de València, la llamada también Capellanía, por la calle El Salvador, curiosamente por el último tramo de la calzada de la vía Augusta. Sonrientes y ávidos de conocer lo que le han contado, visto o leído, encaran el repecho que eleva hasta el nivel más alto de la ciudad fundacional y lo primero que ven es lo que les muestro en la foto.

Un lienzo de tres o cuatro nobles casas antiguas, alguna ajada, en cuyos balcones se colgaron hace mucho tiempo pancartas, en cuya justicia no entraré, denunciando la situación de abandono del solar que hay a sus pies. Y, lo crean o no, es uno de los ítems más fotografiados por móviles y cámaras digitales.

La atracción, se lo aseguro, es tan notable como incomprensible. No entienden casi nada y cotejan con el traductor del móvil los mensajes y luego intentan, sin conseguirlo, ver lo que la valla esconde. Así se convierte, como la vaca de Ale Hop de la calle Navellos asomada por el quicio de la puerta, en uno de los primeros reclamos turísticos. No hay tienda, hotel, restaurante ni marca que atraiga más su atención.

La curiosidad es un recurso emocional insoslayable. Está dentro de nosotros. Y es un mecanismo de comunicación cada vez más utilizado€ y no les cuento como resorte del marketing, moderno o no.

Los estudios se suceden. Ahora se ha puesto de moda en el mundo de la comunicación, de la publicidad y la mercadotecnia promocionar este tipo de mensajes. Las empresas, las administraciones, los políticos han sabido del valor del vínculo emocional con sus públicos y mercados. Cómprame, quiéreme o vótame por amor. Se busca que la parte emocional del consumidor (Estima, Impresión, admiración y confianza) vuelque el equilibrio con la racional (liderazgo, ética, productos y servicios, finanzas, innovación, ciudadanía y trabajo, según el modelo RepTrack) a la hora de tomar una decisión.

Frente a esa moda doctrinal hay quien ha empezado a recordar que los sentimientos se emplean desde el primer momento de la publicidad. La neurociencia es un avance indudable y el neuromárketing su parte más prosaica y útil como acceso al consumidor, pero la memoria, las sensaciones y la atención siempre han sido estimuladas por las grandes y pequeñas campañas. Las muñecas de Famosa empezaron a andar en la tele del blanco y negro.

La curiosidad es un recurso emocional inagotable. Y lo estamos viendo cada vez más en internet. Los contenidos, que es el oro de la comunicación, digital o no, buscan despertar la curiosidad para atraer la atención del cliente. Por ejemplo, centenares, miles de blog se las ingenian cada día para meterlos en su red - nunca mejor dicho- y venderles allí su producto con fórmulas atractivas y documentadas: los mejores restaurantes chinos, diez maneras de evitar la picadura de un mosquito, las diez personas con las que todos nos iríamos de cervezas, los jóvenes miran el móvil cada diez minutos, cómo crear una web€ Visitar una ciudad, saber, vivir, comer, comprar€ es emocionante y todo nos despierta la curiosidad. Hay que aprovecharla.