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La cocina del saldo exterior de España

La Comisión Europea ha pronosticado que España encadenará en 2018 su sexto año con superávit en la balanza por cuenta corriente. Es un hecho inédito hasta donde llegan las estadísticas accesibles en internet y, dice el Gobierno, supone una manifestación contundente de que el país está dejando atrás uno de sus grandes desequilibrios congénitos. ¿Qué es el saldo de la balanza por cuenta corriente y qué indica que sea favorable? Digamos que expresa el resultado de todas las relaciones económicas con el exterior: los intercambios de bienes y servicios, las transferencias de rentas entre países, la entrada y salida de capitales (los préstamos o las inversiones en empresas)... Por sintetizar, puede afirmarse también que, en una situación de expansión como la actual, un saldo desfavorable señala que el crecimiento de la economía está financiado desde fuera y un saldo favorable sugiere que es España quien financia a otros.

Así que estamos en el lado bueno, pero para saber si hay una mutación auténtica, de raíz, hay que mirar la letra pequeña. Quizá pueda ayudar una metáfora. Imaginemos un restaurante que se está recuperando de una crisis a la que llegó después de un período alocado de expansión que el propietario había financiando a golpe de préstamos del banco a la vez que se gastaba los beneficios. Para salir de ese pozo y captar la clientela de otros, abarató los precios, rebajando los salarios y frenando otros costes. Le está ayudando que los recibos del gas y la luz se hayan contenido gracias al petróleo barato, y que las letras del banco por la hipoteca sobre el local mengüen con el euribor. Y que vengan más turistas extranjeros que antes porque no están los tiempos como para irse de vacaciones a Túnez. Los cocineros andan detrás del propietario para que les pague un curso de «nueva cocina», pero él dice que nada de florituras. Tampoco de contratar más camareros fijos y a tiempo completo. Basta con los «extras» de fin de semana.

Si España fuera ese restaurante, el superávit por cuenta corriente sería fugaz. Porque las mejoras de competitividad cocinadas con salarios bajos no son perdurables; porque los factores geopolíticos que propulsan el turismo también son coyunturales, como lo son asimismo el ciclo de los ultrabajos tipos de interés y la cotización del petróleo. Circunstancias todas que explican en buena medida que España tenga el saldo exterior a favor.

Bienvenidos sean los superávits porque la economía nacional los necesita y muy sostenidos en el tiempo para reducir la magna deuda externa acumulada (167% del PIB en 2016 en términos brutos). Pero fundamentados en las recetas que conducen a una mayor productividad: mejor formación, más innovación, financiación alternativa y porosa a las nuevas ideas.... Algunos indicadores dan a entender que, vistos como conjunto, no vamos en esa dirección. Un dato conocido esta semana: la inversión en I+D fue en 2016 equivalente al 1,19% del producto interior bruto (PIB), la más baja desde 2005. Algo sigue fallando en la cocina.

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