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Tenemos una oportunidad

Tenemos una oportunidad

Que la arquitectura del euro requiere una profunda revisión es algo que ya nadie pone en duda; otra cuestión es cómo hacerlo para alcanzar un elevado grado de consenso y que el resultado pueda ser eficaz.

El pasado 6 de diciembre, la Comisión Europea formuló sus propuestas, que no contienen sorpresa alguna, puesto que ya existían pistas más que suficientes en el documento de reflexión de la propia Comisión y en el discurso de Juncker sobre el estado de la Unión. Las más destacadas: completar la Unión Bancaria y la Unión del Mercado de Capitales, transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad en un Fondo Monetario Europeo, prestar apoyo a los países de la Unión que todavía están fuera de la zona euro para que se integren en la misma, ampliar la capacidad presupuestaria para apoyar reformas estructurales y crear un instrumento de estabilización presupuestaria.

Es posible que estas propuestas se hayan analizado por el Consejo Europeo, en la reunión del pasado viernes, día 15, aunque el orden del día previsto se concentra prácticamente en valorar el avance de las negociaciones con el Reino Unido en relación con su salida. En cualquier caso, no sería muy razonable esperar avances significativos, en lo que al futuro de la UEM se refiere, dada la situación de incertidumbre política que se está viviendo todavía en Alemania.

La elección de Emmanuel Macron como presidente francés supuso una fuerte expectativa de impulso para avanzar en la construcción europea -lo que sin duda exige, entre otras cosas, corregir todos los defectos institucionales de la moneda única- pero el resultado de las elecciones generales en Alemania ha frenado tal posibilidad, al menos hasta que se conozca si existe o no la posibilidad de formar un gobierno fuerte y estable.

Después del fracaso de Angela Merkel en su intento de formar una coalición con los liberales y los verdes, las opciones que parecían más probables eran o bien un gobierno débil en minoría o la repetición de las elecciones. La intervención del presidente de la república, en primer lugar, y el resultado del congreso del SPD, después, permiten creer que, por impensable que pudiera parecer, podría reeditarse una gran coalición entre los demócrata cristianos y los socialdemócratas. No será fácil.

Son muchos los que consideran que ésta es la peor solución, al entender que perpetua el inmovilismo y abre el camino a la posibilidad de que los populistas de extrema derecha sigan creciendo y se conviertan en la alternativa, al quedarse ejerciendo de primer partido de la oposición en el Bundestag.

Sin duda, la gran coalición tiene enormes riesgos, particularmente para el SPD y, por tanto, para la estabilidad futura de Alemania y de Europa y Schulz no debería acceder a ella, salvo que consiga un programa de gobierno con compromisos muy importantes para avanzar en la mejora de la calidad de vida los alemanes, por una parte, y para liderar, junto con Francia, un proceso de fortalecimiento de la integración europea.

Existe un amplio consenso sobre los éxitos de la economía alemana que no todos compartimos. Sin duda, Alemania es un país económicamente envidiable en muchos aspectos, pero ha renunciado a jugar el papel de locomotora europea que le corresponde, generando desequilibrios internos y externos. Los trabajadores alemanes apenas se han beneficiado del importante nivel de sus exportaciones, y son muchos los que viven con empleos precarios y salarios bajos. Alemania arrastra un importantísimo déficit de inversión pública, lo que condiciona su crecimiento potencial. Podríamos decir que la economía alemana ha sido la que mejor ha navegado sobre las turbulentas aguas de la crisis, pero en modo alguno ha sido capaz de ir corrigiendo unas debilidades crecientes, lo que la expone a importantes riesgos en el largo plazo.

En lo que se refiere a su papel en la Unión Europea, la política de Merkel en los últimos 12 años, dista mucho de la visión comprometida de sus antecesores, incluido su padre político, Helmut Kohl. Alemania tiene una gran parte de culpa en la situación -desastrosa en mi opinión- en la que se encuentra la UE, particularmente desde que se iniciara la crisis económica que derivó en un elevado riesgo de ruptura de la zona euro. Es verdad que ha contribuido a que no se hundiera, pero no es menos verdad que la señora Merkel ha sido incapaz de persuadir a los alemanes de que, como potencia hegemónica, tienen determinadas responsabilidades para solucionar los problemas de una forma más justa.

¿Será Martin Schulz capaz de convencer a los demócrata cristianos de que es el momento de dar un nuevo impulso a la integración europea? Ha sido presidente del parlamento europeo, y en condición de tal, firmó el informe de los cinco presidentes, donde existe una auténtica hoja de ruta para mejorar la Unión. Esperemos a ver.

El propio documento de reflexión de la Comisión Europea sobre la profundización de la Unión Económica y Monetaria señala que ésta sigue siendo insuficiente. La moneda única no era un fin en sí mismo, sino un medio para conseguir la convergencia real de los países que se integraran y, así, mejorar la vida de los ciudadanos de la Unión. Resulta evidente que la UEM no sólo no ha sido capaz de corregir las disparidades económicas, tanto entre los países del área, como dentro de cada uno de ellos, sino que, en muchos aspectos las ha agudizado.

El resultado es malo, pero todavía es peor las consecuencias políticas que está teniendo esa realidad, que no son otras que el ascenso de los nacionalismos, populistas y xenófobos. Tenemos una oportunidad: crucemos los dedos.

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