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Opinión

1984: un año clave para Deliveroo

George Orwell, en su famosa novela, imaginó una sociedad en la que los ciudadanos estaban totalmente controlados por el Estado

George Orwell, en su famosa novela, imaginó una sociedad en la que los ciudadanos estaban totalmente controlados por el Estado. Nos mostraba un sometimiento absoluto a los deseos del líder, de quien era imposible escapar. Con su relato, el autor nos prevenía ante las posibilidades de que el Estado abusara de la tecnología para mantenernos subordinados. Sin embargo, en el «miedo» a que el Estado controlara nuestras vidas, parece que nos olvidamos de la posibilidad de que fueran las empresas quienes realizaran una supervisión excesiva de sus trabajadores. La tecnología actual: videocámaras, GPS, wearables (muñequeras que controlan el ritmo cardíaco actividad/descanso), reputación online (o valoración por sistema de estrellitas -sí, como en Black Mirror-), permite un seguimiento continuo del trabajador y un vigilancia extrema de sus movimientos. Y esto es algo que algunas empresas ya están utilizando. Precisamente, esta semana, gracias a la investigación realizada por la Inspección de Trabajo de València, descubríamos que la empresa Deliveroo controla por GPS a sus riders, cronometra sus tiempos, les insiste en que repartan más rápido y les manda mensajes automatizados cuando salen de su zona de reparto o no cumplen alguna instrucción.

Realmente, lo curioso del caso es que el objeto de la denuncia no es precisamente un exceso de celo por parte de la empresa. En cambio, la denuncia de los riders se centraba en algo muy básico, a saber, que la empresa los calificaba como trabajadores autónomos e independientes en lugar de contratarlos con un contrato de trabajo. En su defensa, la empresa defiende que los riders no se encuentran subordinados y que Deliveroo no ejerce ningún control sobre ellos (de ahí la calificación de «autónomos»). La sorpresa, por tanto, es mayúscula cuando averiguamos, no sólo que sí existe subordinación de los trabajadores, de acuerdo con la Inspección, sino que ese control es superior al del trabajador medio. En efecto, Deliveroo es una firma basada en una moderna tecnología (apps, smartphones) y, como tal, utiliza todos los medios a su alcance para asegurar que sus riders cumplen con sus deseos.

Y yo me pregunto, ¿si como sociedad tenemos tanto miedo al control del Estado, no deberíamos también protegernos frente a un control excesivo por parte de la empresa?. Especialmente cuando la tecnología actual ya permite una vigilancia hasta ahora desconocida e inimaginable para el propio Orwell. Precisamente, esta semana UGT proponía una regulación del uso de los medios tecnológicos para controlar al trabajador, con el objetivo de poner límites al abuso y, a la vez, dar seguridad jurídica a las empresas sobre qué pueden hacer para controlar a sus trabajadores y qué no. Quizá es ahora el momento de poner este debate sobre la mesa.

Pero hay otra razón por la cual 1984 es un mal año para Deliveroo. 1984 es el año en el que en España se dictó la sentencia, posteriormente confirmada por el Tribunal Supremo, en la que concluía que los mensajeros debían ser trabajadores laborales y no autónomos. Desde hace más de cuarenta años que, en nuestro país, los mensajeros, independientemente de cómo se desplacen -en bicicleta, motocicleta, coche, etc.-, deben ser considerados trabajadores laborales. El mérito, que por otra parte es mayúsculo, de la Inspección de Trabajo de València, no es tanto indicar que los mensajeros están subordinados a la empresa para la que reparten-porque es algo que desde 1984 ya sabemos-, sino en saber detectar esas nuevas formas tecnológicas de subordinación del trabajador.

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