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El informe

China nueva potencia de tecnología

El gigante asiático es mucho más que una economía emergente. Su fortaleza tiene unas implicaciones muy significativas para España, que no conviene ignorar.

China nueva potencia de tecnología

El pasado noviembre, en la conferencia sobre computación SC17, se conoció que China posee el superordenador más rápido del mundo, el Sunway TaihuLight. También que ha sobrepasado a Estados Unidos en el número de los más potentes, esos de tamaño descomunal -ocupan un edificio completo y consumen la energía equivalente a la de miles de hogares- capaces de realizar miles de millones de operaciones por segundo. Son máquinas imprescindibles para formar parte de la vanguardia en el diseño aeronáutico o militar y la inteligencia artificial. En la lista de las Top500 elaborada, entre otros, por el Lawrence Berkeley National Laboratory, el país asiático cuenta con 202 máquinas, frente a las 144 de EE UU. En potencia de cálculo sus máquinas son también superiores a las estadounidenses.

Es sólo uno de los ejemplos de lo alejado que está el dragón asiático de esa imagen de país emergente todavía dominante entre nosotros. Lo cual explica la escasa atención a su transformación y sus consecuencias sobre la economía española. Es un error. Aunque hoy la interpretación de la estadística de comercio exterior sea compleja, no es irrelevante que China, con el 8,5 % de las importaciones, sea el tercer país en las compras exteriores de España, tras Alemania y Francia. Y el déficit del comercio bilateral constituye uno de los rasgos más destacados, y preocupantes, de la balanza comercial: por cada euro vendido a aquel país se le compran cinco. El resultado son los casi 19.000 millones de déficit en 2016.

Esta falta de atención no se da en otras sociedades. En EE UU, por ejemplo, sus avances tecnológicos y económicos reciben una atención constante y muy superior a la prestada a cualquier aspecto extranjero (con excepción del conflicto palestino). No es para menos cuando, al margen de los superordenadores o los robots industriales, progresos como los de iFlyTek en inteligencia artificial cuestionan su liderazgo. Dentro de la UE, en Alemania la adquisición por inversores chinos de KUKA AG, uno de sus principales fabricantes de robots industriales, provocó en 2016 un debate nacional sobre la competencia de aquel país.

El esfuerzo de China en I+D

La fortaleza económica del gigante asiático, cuya población supera a la de todo Occidente y el número de trabajadores urbanos a los existentes en el conjunto de las economías del G7, no es una casualidad. Es la consecuencia de un ingente y persistente esfuerzo inversor en I+D que ha convertido una parte de su territorio en una primera potencia tecnológica provocando modificaciones radicales en la geografía económica del planeta. Su inversión en I+D supera al del conjunto de la UE y en términos de PIB es superior a la los principales países avanzados del viejo continente. Ya representa en torno al 80% de la de EE UU cuando en 2000 era solo el 12% de ésta.

En relación con España, en donde es patente la desatención pública y privada a la ciencia y a la I+D desde el inicio de la Gran Recesión, la duplica en términos de PIB y la multiplica por 20 en términos absolutos.

Universitarios

Ese esfuerzo es la resultante del convencimiento colectivo de la trascendencia del conocimiento y el capital humano en su competitividad. Esa convicción explica, por ejemplo, que casi un tercio del total de los universitarios extranjeros en Estados Unidos procedan de China. En 2015 fueron 300.000, casi el triple de los de India un país de población similar. También en este caso, España sobresale. Pero en el extremo opuesto. Ocupa, el lugar vigesimoquinto con 6.143 estudiantes, por detrás, entre otros, de Vietnam, Irán, Turquía, Indonesia, Nepal, Hong Kong, Malasia o Tailandia.

No es una sorpresa, por tanto, el reconocimiento del The New York Times de hace unas semanas: China ha «conquistado los mercados mundiales, disputa el liderazgo político y militar de EEUU (?) y es el país con más laboratorios de investigación del mundo y el segundo [tras EEUU], en publicaciones científicas».

Como con casi todo en relación con China, debe resistirse la tentación de razonar desde una concepción en la cual los países, en tanto que unidades de observación, son los actores principales de la actividad económica. O al menos de hacerlo de manera exclusiva. En ella, lo inmediato a partir de lo señalado, sería preguntarse qué porcentaje representan esos ejemplos sobre el total de sus estudiantes, de su población o de su PIB. Pero en un mercado global, lo relevante no es solo eso. También lo es la adición de mano de obra cualificada, de científicos o de ingenieros por ejemplo, al stock mundial de los mismos resultante de la pujanza de aquel país. Además, como es obvio, del aumento de oferta que suponen sus exportaciones de bienes y servicios suministrados a cualquier punto del planeta y compitiendo, por tanto, con la producción doméstica.

¿España al margen?

Lo anterior confirma la intuición de Napoleón a principios del siglo XIX cuando afirmó que «Cuando China despierte, el mundo temblará». Dos siglos después, no solo ha despertado sino que avanza con rapidez hacia su papel de primera potencia del siglo XXI.

Una tesis compartida cada vez por más expertos, entre otros, el catedrático en Harvard Dale Jorgenson quien lo afirmaba taxativo en su discurso de investidura como Honoris Causa por la Universidad de Valencia en mayo de 2016. Su irrupción en los mercados internacionales, causa y consecuencia de la revolución en las formas de producir, comerciar y comunicarse de los últimos decenios, no está hoy basada principalmente en sus bajos costos salariales. Su potencia actual es consecuencia de la inversión en I+D. China está hoy lejos de ser el país del todo a cien.

Por eso sus empresas son cada vez más visibles en el mercado de los teléfonos inteligentes en donde Xiaomi pretende realizar la mayor colocación en Bolsa (43.000 millones), una operación nunca realizada en el sector. Los bienes de alta tecnología son un porcentaje de sus exportaciones superior al de cualquier otra economía, incluyendo Estados Unidos y triplicando la de España.

Ello provoca que un tercio de las importaciones españolas son bienes de equipo, cuando en 2000 eran apenas una quinta parte, y por eso la compra de componentes del sector del automóvil se ha multiplicado por 17 en lo que llevamos de siglo.

A pesar de todo ello, las implicaciones para España se siguen considerando ajenas y distantes. Estamos ante una equivocación que, ensimismados en el mismo infinito bucle programado, vamos a pagar muy cara. Y mucho más, los hoy más jóvenes que tienen todo el derecho a aspirar a un futuro mejor.

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