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Lo desconocido

Lo desconocido

Lo desconocido define nuestro presente y nuestro futuro de un modo impredecible. Por desconocido entiendo aquello que difícilmente podemos controlar, bien porque no somos conscientes de ello, bien porque tiene un carácter hereditario. Pensemos por ejemplo en nuestro cóctel genético, que se remonta hasta la prehistoria y traza el campo posible de crecimiento de la inteligencia, el autocontrol, el tipo psicológico o la probabilidad de padecer determinadas enfermedades, además de otras peculiaridades físicas como la altura o el color de la piel. Pero no sólo la genética nos define, también los rasgos de clase social. Por regla general, los padres con estudios universitarios y rentas medio-altas invierten en sus hijos mucho más tiempo y atención: son más disciplinados y metódicos, leen más con sus hijos, tienen acceso a mejores recursos y acuden a colegios más competitivos.

Autores como el premio Nobel Robert D. Putnam argumentan que difícilmente se recupera el retraso académico producido en la primera infancia, por lo que no es extraño que las sociedades más conscientes de la importancia de la educación inviertan de forma prioritaria en la etapa que va de los cero a los seis años, a través de mejores guarderías, impulsando programas de lectura en familia y ampliando las bajas de maternidad. Sin embargo, los rasgos de clase son aún más determinantes en determinadas habilidades no cognitivas, como saber seguir ciertos códigos de conducta que se aprenden básicamente a través de la imitación: hablar con determinado acento, guardar buenos modales en la mesa u observar ciertas normas indumentarias serían ejemplos de barreras difíciles de cuantificar, pero reales. Por no hablar del capital social que supone tener una red de contactos importante, acceso a la información -aunque sea pública, hay que saber localizarla y discernir cuál es de calidad y cuál no- y algo tan crucial como lo que podríamos denominar la «imaginación laboral».

¿Qué es la imaginación laboral? Se trata del horizonte laboral que somos capaces de proyectar con realismo. Y el horizonte depende en gran medida de aquello que conocemos, aunque sea de un modo parcial y lejano. En el fondo, no deja de constituir una especie de knowhow que define ventajas y desventajas competitivas. Un hijo de altos funcionarios, por ejemplo, tiene más probabilidades de terminar siendo alto funcionario. O un entorno de familias profesionales -médicos, abogados, economistas, etc.- ofrece una imaginación laboral distinta a la de un barrio con altas tasas de paro. Algunos estudios realizados en los Estados Unidos apuntan hacia la importancia que reviste el nivel de estrés en las calles para predecir el futuro de una sociedad: a mayor delincuencia, más estrés y peores resultados académicos.

Lo desconocido confirma la necesidad de defender las políticas de cohesión, si no se quiere que las sociedades se vayan fracturando cada vez más creando fosos insalvables. La economía cuenta, por supuesto, pero no se trata sólo de una cuestión de rentas o de riqueza patrimonial (que también), sino de la elaboración de planes adecuados que permitan atenuar, en la medida de lo posible, las diferencias impalpables con las que llegamos al mundo. Si se ha documentado la trascendencia del «apego seguro», parece lógico ampliar los permisos de maternidad o mejorar los horarios laborales. Si la lectura en familia constituye el mejor indicador del éxito académico, parece lógico que las políticas públicas impulsen programas desde los servicios de pediatría, las bibliotecas y las escuelas para promover la lectura en voz alta de padres a hijos. Si la atención temprana e individual a los problemas de cada niño evita futuras complicaciones, conviene reforzar los servicios de apoyo en esta franja de edad.

Lo desconocido siempre existirá y la cultura no puede hacer nada más que atenuar los efectos de la naturaleza y de las fracturas previas. Pero, sin ese trabajo, la brecha social no hará sino incrementarse, rompiendo los consensos básicos de la democracia y dañando gravemente el futuro de la sociedad. Un país más cohesionado no sólo es más competitivo -como demuestra la experiencia escandinava- sino un lugar mejor para todos.

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