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Confieso que he pecado: amo a Airbnb

Confieso que he pecado: amo a Airbnb

Pipo y yo hemos disfrutado de una mini escapada de tres noches esta Semana Santa en Madrid. El paréntesis en la vida laboral, aun corto, ha sido intenso y placentero para mí y para él, un perro abandonado que adopté hace más de un año y al que quiero infinito. Tengo una red de apoyo familiar que le adora casi tanto como yo y que a veces se queda con él cuando viajo. Pero, en esta ocasión, Pipo me acompañó porque era parte del plan vacacional. Éste incluía el reencuentro con otros grandes amigos perrunos, como Noah, a la que no veíamos desde hace seis meses.

Viajar con Pipo se convirtió en un condicionante al elegir el alojamiento. Estudié la oferta de hoteles que aceptan mascotas en Madrid y comprobé que es amplia, pero cara, sobre todo si la reserva se hace a última hora, algo habitual en la desordenada vida de un periodista. La lista de establecimientos disponibles me sorprendió con varios apartahoteles. ¿Por qué no quedarme, pensé, en un apartamento que me ofreciera más comodidad y flexibilidad para, por ejemplo, tener cocina propia y organizar las comidas que pudiéramos hacer en casa sin las restricciones horarias de un hotel? Los apartahoteles no me convencieron por su antigüedad -de juzgado de guardia-, su elevado precio o su ubicación. Así que pasé a buscar en Airbnb, la startup de alojamiento entre particulares. No es la primera vez que lo hago, no les engañaré. Es la undécima y la cuarta en España. El resto, en Portugal, Francia y Estados Unidos.

Un apartamento me cautivó de inmediato, por su descripción (piso con dos terrazas), su ubicación (cerca del Santiago Bernabeu), las fotografías, la relación calidad precio y las 41 excelentes calificaciones que tenía el dueño, Thomas, que aceptaba mascotas. Contacté con él y casi al instante tenía la reserva hecha.

Thomas, francés, me esperó en el domicilio para la entrega de llaves del apartamento, que es su casa. La alquila por periodos cortos, cuando se va de vacaciones. Quedamos a las 9.30 de la mañana. Yo había elegido un AVE temprano y a él le convenía que nos viéramos pronto para poder salir hacia su punto de destino. A los dos nos convino esa libertad horaria, que hubiera sido impensable en un establecimiento hotelero. La vivienda era mejor en la realidad que en las fotos. Y qué decir de Thomas, que me dejó una caja de cervezas premium, cuatro magdalenas de chocolate caseras recién hechas por él y una caja de galletas para Pipo. Podía usar todo lo que había en la casa, incluidas sus dos vídeoconsolas y la conexión a Internet de alta velocidad. La única excepción, algunos armarios cerrados con cinta aislante, en los que guardaba sus pertenencias. El día de salida tenía que dejar las llevas dentro y cerrar la puerta.

Les cuento mi experiencia como usuaria de Airbnb, nunca como propietaria, a raiz del debate de los alojamientos turísticos. Esta semana la patronal Hosbec destacó que en València el 43% de los propietarios de casas de Airbnb ofrece disponibilidad a tiempo completo; es decir, se dedican con habitualidad al alquiler vacacional. Esta cifra demuestra, en su opinión, que la plataforma es una actividad empresarial, no una forma de economía colaborativa, y como tal debe regularse. Días después la Agencia Valenciana de Turismo convocaba ayudas para sensibilizar, concienciar y luchar contra el intrusismo en el alojamiento turístico.

Coincido con Hosbec en que parte de los propietarios de alojamientos, en València, en Madrid y en muchas partes del mundo, tienen más de una propiedad y obtienen un rendimiento continuado de las mismas. También creo, que, como dice la Generalitat, es necesario atacar el intrusismo en un sector estratégico como el turismo, pero con la ley en la mano. Y de momento, la ley es la que es. Sería conveniente reformar la legislación actual de estas plataformas, en todo el estado español (sin hacer un puzzle por autonomías) y contemplar su actividad de forma amplia (no todos los propietarios son Thomas, pero tampoco todos son empresarios usureros que practican el alquiler ilegal). También creo que los hoteleros deberían tomar nota de las prácticas positivas de Airbnb, que las tiene, si quieren fidelizar a sus clientes, como Pipo y yo.

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