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Opinión

La madre de Camus y los árabes

De familia pobre como ratas de sacristía, el Nobel de Literatura Albert Camus, en cuanto pudo, se llevó a su madre («la amaba con desesperación», escribió) de Argel a su casa de Provenza

Catherine Hélène Sintes Cardona, argelina descendiente de menorquines, no parecía muy satisfecha. Así que el escritor, inquieto, le preguntó si no le gustaba. «Está bien», dijo ella con dificultad, porque era casi sordomuda. «Pero no hay árabes».

«Nos vemos obligados a respetar en ustedes lo que ustedes no respetan en los demás. Esta fue, durante mucho tiempo, su inmensa ventaja, puesto que ustedes matan con más facilidad que nosotros». Esto lo escribe Camus en 1944 sobre los nazis en Cartas a un amigo alemán, pero sigue vigente para referirnos a los asesinos de los historietistas del Charlie Hebdo.

Albert Camus tenía un año cuando murió su padre en la I Guerra Mundial. Su madre, su hermano y él compartieron una habitación en casa de su abuela, Caterina Cardona, que le reñía en «mahonés». Tuvo que jugar al fútbol de portero para no desgastar las suelas de los zapatos. Estaba destinado a ser tonelero, pero su maestro le consiguió una beca para cursar el bachillerato. A él le dedicaría el Nobel, en 1957.

Una niñez de privaciones le pasó cuentas en forma de tuberculosis. Periodista combativo, denunció las condiciones miserables de los bereberes en la Cabilia. Hace teatro, pasa fugazmente por el Partido Comunista, participa en la Resistencia. Todavía en la guerra inicia su producción literaria: El extranjero, El mito de Sísifo, Calígula. Joan Fuster sería su primer traductor al catalán.

Sólo una vez estuvo en España, país que adoraba: apoyó la causa de los republicanos exiliados y tradujo al francés a Lope, Calderón y Joan Maragall. Fue en el verano de 1935, hace ochenta años, en Mallorca e Ibiza, y dejó escritos unos bellos párrafos. En 2013, en su centenario, se inauguró en Palma el parque que lleva su nombre, en la fachada marítima. Enfrente queda la costa argelina. No pudo regresar porque luego llegó Franco y Camus se le opuso con todas sus fuerzas, como a todas las dictaduras. También a las de izquierdas, lo que ocasionó que Sartre y la progresía parisina le anatemizasen.

Camus sintió a Argelia como su país. Ya era Nobel cuando le preguntan si la sublevación del Frente de Liberación Nacional contra la ocupación francesa de Argelia no es justa. «Sí», responde. «Pero ponen bombas en los tranvías y en esos tranvías viaja mi madre. Si eso es justicia, entre la justicia y mi madre, me quedo con mi madre». Todos nos quedaríamos con nuestra madre. Salvo algún puritano amargado que cree que debería haberse quedado con la justicia. Son los que no se ríen con la caricaturas. ¿La justicia? Él escribe Los justos, sobre un grupo de terroristas convencidos de que conseguirán un mundo mejor matando a unos cuantos que sobran. Argelia no tuvo un Mandela, y en 1962 su millón de descendientes de europeos (unos cien mil de origen valenciano) fueron expulsados. Dos años antes, Camus se había estrellado en un ¿accidente?

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