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Fotografía

Nosotros, según Schadeberg

Jürgen Schadeberg, en la presentación del libro en Railowsky. José Aleixandre

«Si hubiéramos descubierto Valencia antes posiblemente nos hubiéramos quedado aquí». Cuesta creer que Jürgen Schadeberg (Berlín, 1931) encuentre algún tipo de atracción hacia el rugido de la ciudad, incluso cuando se trata de un rugido tenue como el de Valencia, una urbe mediana. Ha venido hasta aquí para presentar su último trabajo, España, then and now, en la librería Railowski, pero el fotógrafo eligió instalarse hace unos años en Barx, un pueblo de La Safor que apenas supera los 1.300 habitantes y al que le queda bien lejos la playa. Si se tropieza accidentalmente con Schadeberg —sombrero protector, bastón apuntalando su figura y caramba, una piel casi transparente— posiblemente lo catalogue como un alemán buscando su retiro soleado en el Mediterráneo. No habrá reparado entonces en la Leica que cuelga de su cuello y que lo define como un cazador irremediable sin fecha de jubilación.

Bien es cierto que lo que trajo por primera vez a Schadeberg a la península fue el sol, más o menos. «Era 1969 y trabajaba como fotógrafo documentalista. Decidí venir a España porque quería estudiar la fotografía en color. Algo extraño había sucedido aquellos años, cuando la televisión dejó de ser en blanco y negro. Eso afectó a todos los periódicos. La publicidad se fue toda a la televisión y los diarios empezaron a sacar suplementos. Los fotógrafos, de repente, teníamos que disparar en color y usar cámaras diferentes. Así que me dije: aquí (en Alemania) llueve y el tiempo es gris; me voy a España. Y fui a Málaga. Estuve tres años y me ayudó a entender el color. Estudié pintura, hice algunas exposiciones», rememora el fotógrafo.

España se convirtió entonces en uno de los países en los que Schadeberg empezó a acumular instantáneas del lifestyle, capturando ya fuera a los viejos alcohólicos y felices en un bar, las fiestas de Semana Santa, una corrida de toros o a los turistas. Cada vez más turistas. «Los sacaba siendo entretenidos por españoles; de las corridas de toros, aunque no me gusten, también hice muchas fotos: saqué al toro embistiendo y la gente me decía que eran fotografías terribles, que yo no entendía la elegancia del toreo». Durante aquella etapa trabajó para una publicación local, Look out, que tenía sede en Torremolinos y, en efecto, estaba dedicada a los visitantes foráneos. La España que retrató Shchadeber se constataba en escenas hilarantes de una dictadura en decadencia: «En un estanco me encontré con libros muy baratos traducidos al español con autores internacionales: Tolstoi, Dickens, Karl Marx. Tenías la oportunidad de leer el Libro rojo de Mao. Querían que todo el mundo leyera; eran los últimos años, me quedé muy sorprendido».

El trabajo que hizo el fotógrafo en España está cosido a otras colecciones que fue realizando por toda Europa: Francia, Reino Unido, Alemania. «El año que viene expongo un trabajo sobre los europeos. Se muestran sus estilos de vida, que en realidad son muy parecidos». En ninguno de estos países, sin embargo, su trabajo se asemejaría al que le moldeó como fotógrafo en Sudáfrica, retratando los días sin justicia del Apartheid. Allí conoció a Mandela y trenzó una relación que casi medio siglo después dejaría la fotografía catárquica, inalcanzable e inmortal de Robben Island.

Aunque el planeta quizás sí se parara durante una milésima, la vida no se detuvo para nadie tras aquella imagen. Schadeberg, que nunca ha dejado de trabajar —ha publicado numerosas obras audiovisuales y fotográficas sobre aquella Sudáfrica—, acabó dando con sus huesos, cercano ya a los noventa años, en Barx. Allí vive con Claudia, su compañera y productora desde hace tres décadas. De allí son incluso algunas de las instantáneas con las que ha actualizado el relato fotográfico de España: turistas, fiestas patronales, viajeros en un tren de cercanías. «Ahora tienen una vida mejor, se ve en las fotografías. De los españoles me gusta que tienen un gran apego a la familia. En el norte las familias se están rompiendo y eso es un gran problema. Los alemanes no quieren tener niños porque requieren mucha atención: quieren ir a España en vacaciones y en invierno a esquiar. En Barx ves bebés en todas partes», señala, como un apunte de patriarca preocupado por la preservación de la especie.

A esos vecinos de Barx, por cierto, les regaló hace unos meses una exposición en la que aparecían todos ellos. Con los noventa años en el horizonte no se plantea descolgarse la Leica y en ratos muertos dice estar escribiendo una autobiografía, dándole la vuelta al objetivo, por si acaso hay algún pasaje de su vida que no se puede explicar en imágenes.

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