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A vuela pluma

El año de la hoja roja

Dice Henning Mankell en Arenas movedizas (Tusquets) que hacer testamento es «confirmar que eres mortal», una sentencia inapelable que hacemos todo lo posible por esconder en nuestro día a día. Hasta que la enfermedad „el cáncer, en el caso del creador de Wallander„, la vejez o un accidente nos la pone delante. El último libro de Mankell desprende un implacable olor a finitud: personal y la de una civilización, que actúa como si fuera eterna (los cementerios nucleares son el mejor ejemplo) y de aquí a 10.000 o 40.000 años habrá sido arrasada por la próxima glaciación. De manera más casera lo decía Miguel Delibes en una novela corta (La hoja roja), entre las menos conocidas de su producción, pero que guarda las esencias de su prosa sobria. Desconozco si ahora que la crisis ha recuperado el consumo del papel de liar (tabaco), las nuevas cajas mantienen la hoja roja. Así era en los tiempos de pobreza y franquismo. La hoja roja avisaba al fumador de que el librillo llegaba a su fin, que quedaban solo unas pocas hojas. En la novela de Delibes, la hoja roja le sale a un sencillo jefe de negociado de provincias al alcanzar la edad de jubilación.

Estirando el símil, 2015 es, sin duda, el año de la hoja roja en la cultura valenciana. El año en que una generación que ha controlado „o lo ha intentado, al menos„ el arte, la música y el teatro durante una década (y hasta dos) ha dejado de tocar poder. Y no a su gusto, en muchos casos. Helga Schmidt abandonó el Palau de les Arts, en el que gobernaba desde años antes de su inauguración (2006) con una sinfonía de sirenas de policía, un acompañamiento que se ha desvelado como innecesario a la vista del posterior escaso interés judicial en el caso, que duerme un extraño letargo. Consuelo Ciscar se fue en 2014 en otras circunstancias: una salida sin honores después de diez años, vestida de renuncia por motivos personales. 2015 le reservaba la dolorosa puntilla en forma de escándalo sobre los sobrecostes en su gestión que está sirviendo a la Justicia para apretarle las tuercas. Todo eso fue cuando aún mandaba el PP. Después, las elecciones trajeron el cambio y, antes de que se cumplan los cien días del Pacte del Botànic, pesos pesados de la cultura empiezan a ser Historia. En el Palau de la Música ya no resuenan los tacones de Mayrén Beneyto, comandante del auditorio desde 1995. El Museo de Bellas Artes no es un lugar fácil para un gestor (poco dinero y muchos agujeros), pero Paz Olmos lo ha dejado „a la fuerza, claro„ con una imagen más que deteriorada después de cuatro años de mando. Inmaculada Gil Lázaro „una década al frente de Teatres„ completa el grupo de los que ya se han ido, si bien se agarra al clavo ardiendo de una plaza de coordinadora del Centre Coreogràfic que es caso de realismo mágico. Además, la conselleria ha indicado ya el camino de salida a Felipe Garín (Consorci de Museus) y Carmen Pérez (Ivacor), que se mantendrán hasta que aparezcan sustitutos. Estos, los rostros nuevos que van llegando a museos y auditorios, son materia para otro día, aunque nuevos hay pocos: la cantera está resultando bastante talludita. Al menos, algo se mueve y podemos contradecir la escéptica visión del cáustico Rafael Sánchez Ferlosio: «Las únicas novedades de la cultura actual parece que no son ya más que los aniversarios», sentencia en uno de los retales de su último libro, Campo de retamas.

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