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El viajero impenitente

Fue el título de su obra El viajero sedentario el que hizo acercarme a su literatura. Me recordó aquella frase atribuida a Benjamín Disraeli, primer ministro del Reino Unido, de que todo viajero ha visitado lugares que no recuerda y recuerda lugares que no ha visitado

Fue el título de su obra El viajero sedentario el que hizo acercarme a su literatura. Me recordó aquella frase atribuida a Benjamín Disraeli, primer ministro del Reino Unido, de que todo viajero ha visitado lugares que no recuerda y recuerda lugares que no ha visitado. Luego, fue una buena amiga, Dolores Giner, la que vino a señalar el interés de su obra literaria. Más tarde, el éxito de Crematorio y En la orilla supuso el reconocimiento de la calidad que ya apuntaba en aquellas primeras obras, Los disparos del cazador o La buena letra, en cuya versión de 2010 queda manifiesta la propia rebeldía del autor, que advierte de la profundidad de las injusticias sociales sin pretender edulcorar la situación como había hecho en ediciones anteriores de esta misma obra. Rafael Chirbes muestra así, con su personalidad callada y verbo estruendoso, la versatilidad de su exposición y la profundidad de su pensamiento.

Tuve oportunidad de coincidir con Rafael Chirbes el pasado año, en la presentación del Anuario de la Cocina de la Comunitat Valenciana, invitado por Antonio Vergara. Conversamos sobre nuestros puntos de vista culturales, gastronómicos y viajeros, y agradecí su crónica de la corrupción urbanística, que había esquilmado a nuestro país, entre otros, «Mediterráneos». Refugiado en Beniarbeig, ocasionalmente ofrecía entrevistas, como la espléndida que le concedió a Martí Domínguez, y lamenté no poder conseguir que accediera a impartir una conferencia en el Club de Encuentro Manuel Broseta, aún cuando se mostraba muy solícito a extenderse, a título particular, de forma afable y sencilla, pero clara y contundente, sobre la situación en nuestro país valenciano. En la citada entrevista apuntaba que fueron aquellos primeros trabajos en los que se forjó su pensamiento actual, en el cual establecía una curiosa analogía entre los valencianos y los húngaros de aquel histórico imperio austrohúngaro. Valencia, a la que Chirbes reconoce como ruidosa y popular, pija y señorita, conservadora y moderna del siglo veintitantos, que huele a albañal y azahar, ciudad de excesos, poco querida, malquerida, en una palabra.

Viajero impenitente, firme en sus convicciones, se refugió en la Marina Alta, sin dejar de trabajar, compartiendo la cita de Baudelaire de que trabajar es menos aburrido que divertirse. Lamenté no poder acompañarle en su funeral, en Dénia, cuando me advirtió de su muerte María García-Lliberós. Hoy la ausencia de Rafael Chirbes, con el consuelo de la lectura de sus libros, entre otros, Los viejos amigos, me hace sumirme en la tristeza de haber tenido justo al lado, a un personaje excepcional, valenciano de Tavernes de Valldigna, trotamundos, humano y literario, sin haberle podido expresar todo mi personal reconocimiento y haber aprovechado, más si cabe, su proximidad y su caudal de sabiduría y estima por todo el género humano que sus convicciones republicanas ponían de manifiesto. Marta Sanz, a quien prologó una reciente edición de la novela Lección de anatomía, afirma que Rafael Chirbes encarna la figura, aparentemente imposible, del escritor marxista que a la vez es un escritor comprometido con la belleza y la violencia de cada palabra.

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