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Literatura

Elogio de un escaparate

Adiós a Valdeska: la librería que abrió en 1979, ha anunciado su cierre definitivo

El escaparate de la librería Valdeska en la calle del Mar. paula giménez monar

«n bello escaparate vale tanto como un bello cuadro por el equilibrio de líneas, volúmenes y colores», se leía en el programa de la exposición de Artes Industriales y Decorativas de París, de 1925. Fue la aparición del escaparate moderno. Amante de las ciudades, mi deambular por las calles lo ha trazado, a menudo, el gusto por las vitrinas, con preferencia las de ferreterías, tiendas de antigüedades y librerías, lugares que siempre renuevan la máxima horaciana, Prodesse et delectare, enseñar deleitando. Considera Fernando Iwasaki que las librerías tradicionales son las últimas reservas intelectuales de un espacio en extinción. Tras conocer Jimboch?, el pequeño barrio de Tokio donde se agolpan 180 librerías independientes, augura que tan solo sobrevivirán las de fondo, de lance y las especializadas, aunque estas últimas en España sufren tiempos adversos por la falta de lectores. Estos días corre por Valencia la triste noticia del cierre de Valdeska, librería abierta en 1979, especializada en arte, literatura y pensamiento. En su bien seleccionada oferta no hay solo novedades editoriales, muy cribadas siempre por los gustos y el rigor del librero, también se puede florear y descubrir Neutral Corner, el libro de Masats y Aldecoa, o algún ejemplar de Infancia y Arte Moderno, muy cotizado catálogo que preparó Carlos Pérez, ya raro en el comercio.

El azaroso tropiezo de Sergio Adiego con un grabado de santa Ubaldesca, una monja de la Italia medieval, en los días en que buscaba el rótulo para la prevista tienda de libros explica el nombre de Valdeska. La librería estaba en la calle Quart, cerca del Jardín Botánico, un pequeño y alargado local en cuyo altillo recuerdo haber visto alguna ocasional exposición. Entre los clientes, Solbes, Toledo, Valdés -el estudio del Equipo Crónica estaba a la vuelta de la esquina-, y José Cardona, El Persa, que vendía allí sus raras y divertidas obras. Fue su primer emplazamiento. Tiempo después se trasladó a la calle Gobernador Viejo, a las que habían sido caballerizas del palacio de los barones de Terrateig, y compartió un pequeño jardín y algún que otro cliente con la vecina Galería Temple. La vida errante prosiguió y por unos años Valdeska gestionó la librería del IVAM, con un intervalo guadianesco entre 1992 y 1997. Finalmente, en 2001, en el número 47 de la calle del Mar se abrió el local que ahora echa el cierre. Un elegante espacio cuya puerta gris con tiradores naranja y rojo inglés y doble escaparate hacen un guiño a la Villa Kundmanngasse que Wittgenstein construyó en Viena entre 1926 y 1928; en el interior, las estanterías Literatura, diseño ya clásico de Vicent Martínez para Punt Mobles. En conjunto, un ejercicio de equilibrio de líneas, volúmenes y colores como el que exigía la mencionada proclama parisina. El desequilibrio, como debe ser, lo encontramos en las páginas de los libros.

En estos últimos tiempos, he frecuentado más Valdeska, unas visitas siempre amenizadas por la conversación con Miguel Ángel López-Pozuelo, solvente especialista en maldades soviéticas, o con Sergio Adiego, muy fino lector, a quien debo el descubrimiento de los estupendos relatos del medio oeste de Dorothy M. Johnson o Louis L´Amour y también, hace ya unos años, el de la extravagante obra de Felipe Alfau, cuyos Locos, una comedia de gestos, vuelve a editarse. Antes o después de la pequeña tertulia suelo entretenerme en el escaparate, un ejercicio muy instructivo y, a veces, sumamente barato. Hace algunas semanas quedé atrapado por una cubierta, un detalle de La muchacha con el volante, pequeño cuadro de Chardin que había visto en el Grand Palais, en París, en septiembre de 1999, en los días inolvidables en que me casaba ante el cónsul de España. Cerca de Chardin, Eugen Herrigel y su Zen en el arte del tiro con arco, uno de los libros de guardia de Valdeska; en la balda inferior ensayos de Didi-Huberman, y varios títulos de la elegante colección Indika, de la editorial Pre-Textos. Al otro lado, El luthier de Delft, de Ramón Andrés, en el catálogo de Acantilado, y la hermosa foto de Gotthard Schuh El salto al agua que poco después abandonó la vitrina y se fue al interior de la librería.

En las semanas de septiembre, ante la noticia del cierre, he mirado con más atención el escaparate, un lugar en el que uno encuentra los libros que hay que leer y también, como quiere Eco, aquellos que hay que tener aunque no los haya leído, tan valiosos como los primeros. Tras mi último paseo a Valdeska, ya de regreso a casa, me acompañó el recuerdo de los lugares perdidos de la calle del Mar. La coctelería Capri; la camisería de las hermanas Molina, que era uno de los comercios preferidas de Dis Berlin; la librería Dau al Set, abierta en 1972, con fachada por cuenta del Equipo Realidad; los mostradores de cerámica belga de la farmacia Escolano y la tienda de muebles y diseño de Alfaro Hofmann. Algún consuelo me procuró el escaparate de Altarriba, absorto en el repetido trayecto por un paisaje nevado de un tren de la firma alemana Roco que un día te hace pensar en Rilke y otro día te devuelve a la infancia. Unos metros más allá, entro en la papelería Regolf, el establecimiento más antiguo de la calle, y sigo viajando al comprar un mapa topográfico que orienta el camino a Xalò. También allí, los sábados, venden algunos libros dispuestos en el suelo, lo que no deja de ser un escaparate, ahora geológico.

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