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Desde Rusia con amor

Tres libros recientes nos ponen en la pista rusa: un nuevo clásico de Alba dedicado a Turguénev y dos relatos de aliento antiestalinista, la novela río del escritor represaliado Yuri Dombrovski y el emotivo diario de Georgui Efrón, el adolescente hijo de la gran poeta Marina Tsvietáieva.

Tres ejemplos de libros de escritores rusos.

Richard Kapuscinski, que escribió crónicas maravillosas de sus viajes y vivencias periodísticas, cuando relata en El imperio su viaje por Rusia realizado entre 1989 y 1991, en la antesala de la caída del imperio soviético, señala el hermetismo de sus gentes y recuerda como Stalin mandaba fusilar o condenaba a años de trabajos forzados a quien mantenía contactos con extranjeros. Para occidentales y europeos, en general, Rusia aparece todavía como un país impenetrable, los rusos son algo exótico que en los últimos años por efecto del turismo parecen multiplicarse en nuestras ciudades, pero apenas sabemos de ellos, ni de sus costumbres, tan sólo cuatro tópicos, sobre su carácter y la revolución que conmocionó al mundo. Sabemos también de la grandilocuencia del todopoderoso Putin, pero esa es otra cuestión, nadie ha hecho padecer tanto a su pueblo como los gobernantes rusos, siempre para salvaguardar los bienes de la maltrecha «madre patria rusa» y sus habitantes. Pero si los años de aislamiento y bolchevismo nos ha impedido conocer profundamente las gentes y un país extraordinario, su producción literaria es todo lo contrario, un auténtico torrente que nos muestra fidedignamente la idiosincrasia de su país.

Desde los grandes escritores del siglo XIX: Dostoyevski, Tolstoi, Turguénev, Gogol, Goncharov, Chéjov…, hasta los del siglo XX: Nabokov, Bunin, Gorki, Grossman, Shalámov, Bulgákov, Pasternak, Babel, Solzhenitsyn… también sus grandes poetas, Puskin, Lermontov, Ajmatova, Tsvetaieva, Mandelstan… todos ellos reflejan en sus escritos la esencia del «alma rusa». Extraordinariamente prolijos, adentrarse en las páginas producidas por cada autor es una tarea ingente, intentar leer todo lo que han producido casi inabarcable. Esa sensación nos invade fácilmente sólo con echar una mirada al catálogo editorial de Alba Clásica. Más de cincuenta títulos recuperados para los lectores en castellano. Una labor que los amantes de la literatura del XIX no podemos dejar de agradecer. Ediciones cuidadas, tapas duras, y sus traducciones precisas son su mejor carta de presentación. Lo demás es obra, por supuesto, de los autores que editan. Imprescindible el Oblómov de Goncharov, la edición completa de los cuentos de Chéjov, Anna Karenina o los Relatos de Sevastopol de Tolstoi y, cómo no, la mayoría de los textos que han editado de Turguénev. Una de sus últimas ediciones, Padres e hijos, es sin duda una de sus mejores novelas. Escrita con la pasión que le caracterizaba, la misma que transmite en su amplia correspondencia con Flaubert. Sus textos son lo que él mismo le expresaba al autor de Madame Bovary, quería que sus escritos fueran como los de Cervantes, que cuando describe como Sancho y Don Quijote comen pan con aceitunas, el lector palpa el sabor y la sensación de estar comiendo lo mismo. Quién se acerque a Padres e hijos, pateará las haciendas rusas, los caserones y palacios, intervendrá en las charlas y disquisiciones de sus personajes y saldrá de la novela como si hubiera vivido una página real de la historia rusa. La novela la escribió Turguénev más o menos cuando se estaba aboliendo la servidumbre en Rusia, y refleja exactamente el enfrentamiento entre la clase liberal-tradicional un tanto trasnochada y la mentalidad materialista y positivista encarnada en el personaje principal de la novela, el joven médico Bazárov. Breve e intensa, se lee de una sentada.

Otro cariz tiene la obra de Yuri Dombrovski, recientemente editada y magníficamente traducida por Marta Rebón. La facultad de las cosas inútiles es una novela río de carácter absolutamente sesudo. En ella su autor expone el terror y sinsentido que vivió Rusia durante la época estalinista, un tiempo en el que el miedo y la intriga eran un asunto cotidiano. Dombrovski describe la lucha feroz entre materialismo histórico y humanismo: la cultura, los valores de la civilización cristiano-humanista, la libertad, la imaginación… todo ello cosas inútiles para Stalin y sus acólitos. Al igual que Shalámov (Relatos de Kolimá, editorial Minúscula), el autor sufrió en su propia carne el calvario del Gulag, por ello no podía dejar de escribir lo que él y millones de personas sufrieron. Escribir esta colosal obra le costó once años y para ser publicada tuvo que sacarla de Rusia. La publicaron por primera vez en Francia y el autor pudo tener un ejemplar en sus manos poco antes de su muerte, acaecida tras varias agresiones físicas que sufrió en la calle. La Unión de Escritores, prácticamente otro órgano del partido, ni mencionó su muerte. Pero aquí está casi cuarenta años después su testimonio novelado, páginas enteras para subrayar en ellas hasta los puntos y las comas. Poesía, cálculo, teoría, meditaciones, referencias literarias, no se sale indemne de la lectura de estas páginas.

La certera traducción, sensible y emocional, de Reyes García Burdeus del Diario de Georgui Efrón, nos ofrece igualmente un acerado retrato del «alma rusa». Con tan sólo dieciséis años, Efrón que vivió unas condiciones tremendamente difíciles y pasó por una de las peores experiencias de su corta vida tras el suicidio de su madre, la poeta Marina Tsvietáieva, se nos muestra como un joven inusitadamente maduro, formado y leído, incomprensible en nuestros días para una persona de su edad. Su sensibilidad, el ambiente que vivió tras el regreso a Moscú de su familia, después de haber vivido años de exilio (la mayor parte de ellos en Francia), el arresto de su hermana y de su padre tras su regreso a la URSS, su pronta muerte a los diecinueve años de edad en su primer combate, todo en este texto nos da una idea de las terribles vicisitudes que ha vivido el pueblo ruso, la entereza con la que afronta sus aflicciones, la pasión con la que vive sus aficiones, la intensidad de sus sentimientos. Más allá de las típicas estampas de isbas, samovares, nieve y matrioskas, la literatura rusa nos conduce inevitablemente al corazón y la esencia de su identidad.

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