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Explicación del éxito

Si hay algo en el mundo que no puede explicarse de manera conveniente, sin duda es el éxito. Su porqué, su naturaleza, su eco en el mundo. Su capacidad transformadora. Ni puede explicarse, ni merece la pena preocuparse mucho por el hecho de que sea así.

A posteriori, a veces parece un asunto fácil de entender. Hay aventuras, obras, proyectos que están destinados a tener éxito, sobre todo cuando los analizamos después de que se hayan convertido en una realidad exitosa. Vaticinar el pasado representa una actividad muy grata, y nos suele dejar el cuerpo encantado con nuestro halo recién adquirido de augures infalibles.

En el ámbito de la literatura, la fórmula más directa para volverse loco de remate consiste en pretender entablar relaciones conyugales con el fenómeno del éxito. No me refiero al acto de perseguirlo (sin el cual no habría ningún género de arte, que entraña siempre, por necesidad, el deseo de reconocimiento y gloria), sino a la obsesión de preguntarse por él en relación con el trabajo propio.

Más que la pregunta hamletiana acerca del ser o no ser, el interrogante que ha trastornado muchas mentes preclaras es el siguiente: ¿Por qué él y no yo? ¿Por qué su novela y no la mía? ¿Por qué su poemario y no mi último libro? ¿Por qué, si somos compañeros de generación, si tenemos, poco más o menos, los mismos maestros confesos e inconfesos, la misma agente literaria, el mismo plan de pensiones, el mismo ordenador portátil? ¿Por qué, universo ingrato?

Por lo general, he observado que la gente no desea el éxito ajeno; al menos, no desea el éxito, si ello supone tener que convertirse en otro. Cada cual aspira a su propio éxito: a la cantidad enorme de éxito ajeno, pero depositada en su persona, por merecimientos propios. Porque todo aquel que trata de explicarse el éxito se ha convencido antes de que tiene derecho a él.

La distribución que el éxito hace de sus mercancías se parece en algo al funcionamiento de ciertos artefactos averiados, como esos relojes rotos que también aciertan dos veces cada veinticuatro horas: siempre hay casos en que parece natural, aunque sea a costa de no correspondernos.

Bien mirado, todos tenemos éxito en alguna medida (porque a todos nos alcanza el azar), y deberíamos mostrarnos agradecidos con cualquiera de sus manifestaciones. ¿Quién no tiene o ha tenido una abuela enternecedora que nos considera un genio?

Más que aspirar a perseguirlo o a esquivarlo, sería conveniente aspirar a tener poco, una pizca, de manera que, nos toque lo que nos toque en el reparto de la casualidad, siempre nos sintamos agraciados. En materia de éxito, a fin de cuentas, la mejor manera de explicárnoslo es poner cara de bobo.

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