Con esos pasos andamos, tan breves -como los rostros que decía John Berger- contemplando la primera exposición en Valencia de Noé Sendas (Bruselas, 1972), Recent Works. Tan breves, por el pequeño formato, pero cuidadas al extremo y con una museografía total, estas fotografías nos permiten disfrutar del meticuloso trabajo de un artista para quien la labor de archivo es fundamental desde el inicio de su carrera a finales de los noventa: vídeos, esculturas, instalaciones, hasta llegar a estas inquietantes fotografías fundadas en la apropiación de imágenes ya existentes, en el collage y la tergiversación de los originales casi como un modelado de esculturas dentro de la foto -en un proceso postfotográfico que diría Joan Fontcuberta- por el que se eliminan fragmentos del cuerpo de las protagonistas o se les suman planos que las ocultan.
El trabajo de edición y retoque en Sendas plantea la recomposición de sus enigmáticos personajes -a caballo entre las desapariciones surrealistas y la geometría de los ballets mecánicos- alterando la percepción de las escenas y generando una mirada sorprendida sobre la relación de esas figuras con el contexto, cierto misterio respecto de la construcción del arquetipo de belleza femenina y la época a la que corresponden, quizás por la persistencia del blanco y negro. El encaje de las piezas, con claras referencias al cine clásico, muy literarias, o al paso de las modas, da forma a una fuga onírica en las sombras, los gestos difuminados, al tiempo que dibuja una censura en la construcción del cuerpo femenino: me refiero a las líneas como cortes por donde se escapa y que lo vinculan secretamente con la arquitectura, y a la elegante contundencia de los planos geométricos interpuestos que, como un extraño y sintético traje de baile, lo ocultan.
Las tres series que expone Sendas: Crystal Girl, Fugitiva y Wallpaper -la única para la que sí realizó la fotos originales por encargo de la revista homónima- esgrimen ese instante de extrañeza que se cifra en una suerte de tensa «pausa en movimiento», como un fundido en negro -esa fue la sensación- que desencadenará ante nuestra mirada detenida vínculos con The pencil of nature de William Fox Talbot, con las fotos y collages de Pierre Molinier, con las primeras series de Cindy Sherman o hasta con la retórica visual de Helena Almeida y su ocultarse detrás de planos pictóricos.
Todas estas fotos dan forma a un pensamiento suspendido, tan breve, condensado doblemente en la operación de apropiación y manipulación que desdibuja su origen, su índice de veracidad documental, y nos permite centrar la atención en mínimos detalles si acaso subrayados como enigmas de un sistema, de su bella realidad posible.