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La política es cultura

El autor compara la «revolución de platelina» de Pablo Iglesias con el «sorpasso» de Anguita y Aznar, lo que le sirve para rememorar la película de Dino Riso del mismo título que en España, curiosamente, se tituló «La escaspada»

La política es cultura

Hay quien todavía se emociona hasta la náusea con cancioncillas como Madrid qué bien resiste?, incluso la tararean bailoteando con sus rendidos amigos, sin reparar siquiera en que el Madrid al que se refieren resistió hasta que a Franco le dio la gana ni en que los madrileños a que alude la canción no tenían muchos motivos para reírse de las bombas que caían sobre ellos, la verdad. Y hay que resistirse a denominar aquellos artefactos «bombas fascistas», ya que las armas carecen de ideología, como bien se sabe. Es una emoción que se puede entender entre viejos republicanos que la silban entre dientes mientras echan un dominó en el bar, pero que resulta algo patético en las gargantas de jóvenes politólogos a punto de asaltar los cielos, que, por lo demás, permanecen ajenos al tumulto. Y si se trata de inventar canciones para celebrar lo que todavía no ha ocurrido, quizás sea preferible volver a La Parrala. Como diría Macbeth, «todavía somos jóvenes en el crimen», y no hemos participado, salvo en calidad de corifeos a toro pasado, en las grandes revoluciones del siglo XX: ni en la rusa, ni en la china, ni en la cubana ni en la de Nicaragua, por mencionar unas cuantas que iban a cambiar el mundo antes de que el mundo las convirtiera en irreconocibles. Para muchos, siempre estamos en la ducha final, y siempre y ya limpitos los de siempre nos pillan en bragas y, como siempre, terminan por dejarnos sin duchas y sin bragas. Y, lo que viene a ser peor, con una autoestima de melancolía, a la espera de la próxima ocasión, que siempre habrá de ser la verdadera, como siempre.

Y aquí en Valencia, pues como siempre también. A punto de batir el récord territorial de políticos muy corruptos, entusiasmados con el recuento en euros el monto de sus latrocinios para traducirlo en pesetas (se ve que pese a su convivencia diaria con el trile todavía son tan poco europeos que ni siquiera suman el total en euros), se disponen en lo que queda hasta las elecciones a superar hazañas internacionales en sus sisas millonarias. Lo de Rodrigo Rato es nada si se tiene en cuenta la que puede caer de ese chamarilero. De ahí que siga siendo conveniente sugerir a los electores que aplacen hasta la noche anterior de su concurrencia a los colegios electorales la decisión respecto de a quién van a votar, no vaya a ser que depositen el voto en las espaldas de algún figura que a esas horas está siendo interrogado en su casa por orden judicial. Y como esta gentecita ha sido capaz de encolomar a un desdichado indigente alcohólico la administración ilusoria de una empresa muy vinculada al desastre de Terra Mítica, de lo que el interesado no sabía ni palabra, tampoco estaría de más que el anónimo elector se cerciorara antes de otorgar su voto prenavideño de que no figura en registro alguno como asesor en nómina de un Rafael Blasco cualquiera.

Por lo demás, los mensajes de despedida entre Pablo Iglesias y J. C. Monedero fueron tan cursis, tan empalagosamente pijos, que más bien parecen una de aquellas consultas radiofónicas de Elena Francis. Hasta ahora, lo que han demostrado estos grandes estrategas de Podemos es que, en efecto, pueden hacer el ridículo como todo el mundo (algo que ya se anunciaba en la bonita despedida de noviazgo entre el Capillas y Tania Sánchez), sean o no de la casta. La de cosas que estamos viendo. Por volver a Shakespeare, hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que contempla vuestra filosofía, queridos revolucionarios de plastelina. Demasiado Gramsci para tan poca cosa. Que se lo digan a Julio Anguita, cuando pactó con J. M. Aznar y Pedro J. Ramirez Il sorpasso antisocialista, título de una amarga película de Dino Risi que aquí se llamó La escapada, mira tú por dónde.

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