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Arte

La Ana Peters que nos cautiva

Desde Alemania, la artista introduce la estética Pop Art en la Valencia de los 60.

La Ana Peters que nos cautiva

Dos años después de que Ana Peters nos dejara (Bremen 1932, Dénia 2012) la galería Punto realizó una preciosa exposición en la que muchos -sobre todo la generación de los 70 y 80- pudimos disfrutar con otra faceta de esta inquieta y sorprendente artista. Un tanto renuente a exponerse y absolutamente alérgica a ofrecerse y «venderse», Peters ha sido, es, una artista de múltiples facetas.

Como una continuación de lo expuesto en Punto, la muestra en el IVAM se ha centrado exclusivamente en la década de los 60. Por aquel entonces, muy tímidamente en España, los artistas iban introduciendo esa estética que conectaba tan bien con el mundo publicitario y los medios de comunicación, en especial las revistas del cotilleo -del corazón las llaman- y la televisión. Una estética que se asociaba con los avances tecnológicos y la sociedad de consumo, los coches, el teléfono, las marcas de ropa y determinadas bebidas, americanas, claro. Cars and Girls que cantarían mucho más tarde los británicos Prefab Sprout, efectivamente las mujeres nos encontrábamos casi, o sin el casi, al mismo nivel que los coches.

De sus vivencias en otros países, la artista alemana traía el Pop Art en la retina y lo introdujo en su quehacer artístico: la seriación de personajes, el estereotipo de mujeres de cabellos largos y cardados, de labios carnosos y ojazos maquilladísimos. La perfecta pin-up convertida en la perfecta ama de casa. Era la misma estética que las niñas de los 60 y 70 podían contemplar con los personajes de los tebeos de Purita Campos, una dibujante por reivindicar.

Peters, buenísima pintora, estuvo siempre atenta a otras estéticas, otros universos más reales y auténticos, una España rural que si bien no pasaba mucha hambre, ni de lejos respondía a la estética pop. Ahí están esos retratos de familias humildes y sencillas, gentes pegadas a la tierra. Si hay algo cautivador en esta muestra es precisamente ese contraste no sólo de factura sino también de temática realizado por las mismas manos en el mismo período. Observando los unos -poperos acrílicos y tintas sobre papel- y los otros -las serigrafías de los retratos o su involucración en el colectivo Estampa Popular- intuyes a la mujer que hay detrás, atenta a su entorno, consciente de la sociedad en la que vive, de sus gentes, sus claros y sus sombras. Después, años más tarde, tomó la decisión de encerrarse en ese universo suyo tan personal de pinturas monocromas. Pero no en estos convulsos años de finales de la dictadura.

Con todo, lo que rompe los esquemas a la hora de clasificar a esta artista es que en esos mismos años sesenta, en medio de toda esa estética pop, en los incipientes inicios del feminismo y movimientos en contra del régimen, ejecutando esa sutil crítica política -¿qué si no es la serie de los siete pecados capitales? evidente en La Soberbia- Peters es un torbellino de creatividad, arriesgando e innovando. Introduce en sus obras la poesía, la recreación literaria, el ensayo y el collage, y realiza obras con títulos inabarcables extraídos de poemas, dibuja monigotes mironianos, círculos a lo Sonia Delaunay, afronta al espectador con la típica fotografía del matrimonio decimonónico, él sentado, ella de pie, y dibuja una enorme señal de prohibido, indicación muy utilizada en aquella «mi querida España, esa España nuestra».

Ana Peters era capaz de buscar, observar, adaptarse, reinventarse, dibujar, pintar. Una artista.

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