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Protagonista

El hígado del periodista

Hay periodistas que se hacen escritores y al contrario. Y también existen los que mezclan al escritor y al periodista en un mismo saco

Hay periodistas que se hacen escritores y al contrario. ¿Quién fue primero, el escritor o el periodista? Un problema difícil, como el del huevo y la gallina. Y también existen los que mezclan al escritor y al periodista en un mismo saco. De esos abundan pocos, pero los que hay son muy buenos. Es ese espécimen de plumilla amamantado a la teta anglosajona del nuevo periodismo de los sesenta -Talese, Capote, Wolfe, Hunter Thompson?, que enseñó a ser creativo, sin faltar a la verdad de los hechos. Los reporteros jóvenes del siglo XXI -vástagos de la sociedad de la información que sucede a la industrial-, ya no escuchan de sus jefes eso de «guárdate la novela en el bolsillo y cíñete a los hechos».

Y no lo hacen porque la aparición del periodismo cibernético y su colosal inmediatez han revalorado el periodismo bien escrito. Si quieres noticias neutras y fulminantes, que se repiten como gotas de agua de un medio a otro, ya tienes la red y sus digitales, que cada vez parecen un único e idéntico periódico. Si quieres disfrutar de la lectura, ya sabes, nada como una buena sábana de papel cebolla con reportajes sobre el terreno que son como relatos. Y para eso hacen falta periodistas que sepan ser escritores, con un buen nivel cultural que los aleje del funesto cortar y pegar. El autor de Cartas a Lola desde USA es un buen maestro si se quiere seguir ese camino.

El escritor Ignacio Carrión (San Sebastián, 1938) ha ejercido de periodista global durante mucho tiempo. De Bombay a San Francisco, de Londres a El Cairo, se pasó viajando a su aire, por cuenta de importantes cabeceras madrileñas, y escribiendo de lo que veía o le encargaban. Sus reportajes llamaban la atención por su ironía y calidad literaria. Era un periodista que tomaba distancias de los hechos para narrarlos mejor y que además escribía con el estomago, los riñones, el hígado. Las entrañas del escritor. Comprometido con el lector, al que no toma por tonto, y evitando los lugares comunes. Un reporterismo incisivo y brillante, nada paternalista.

Publicó en los ochenta reportajes memorables que contenían información y diversión a partes iguales. Escribía reportajes en Las Provincias pero la ciudad del río seco le aburría así que se largó; triunfó en Madrid convirtiéndose en un primer espada del reporterismo de la Transición. Ahora, ha regresado.

Carrión era un maestro en destripar el lado oculto de las cosas. La otra cara del asunto. Hace realidad la tesis del colombiano Gabo: el periodismo es un género literario. Y Carrión no para de escribir. Lo hace donde le pilla; en las servilletas del bar o en el papel higiénico, como el Marqués de Sade en la Bastilla. Es compulsivo. Y tiene un amor especial al género de diario y al epistolar. De hecho, en este mismo año ha presentado en Valencia, su ciudad de adopción, los dos volúmenes de sus diarios Molestia aparte, una crónica muy ácida y divertida sobre los últimos tiempos, que se inició con el primer volumen titulado La hierba crece despacio (2007), unos diarios que causaron cierta inquietud entre el gremio.

Ahora, con calma, la prestigiosa editorial Renacimiento de Sevilla, publica sus desopilantes Cartas a Lola desde USA en una refinada edición; con una obra de Marcelo Fuentes en la portada. Afortunada alianza entre escritor y pintor porque los edificios neoyorquinos que dibuja Marcelo matrimonian muy bien con el tono cínico del escritor de cartas, afincado en USA en los años 80 del siglo pasado. El lector se encuentra con una serie de lacónicas misivas escritas desde el otro lado del Atlántico a una mujer en España. Es la excusa perfecta para hacer una descripción hiperrealista de la realidad norteamericana del final de los ochenta. Las cartas están escritas en ese tiempo, y son el desquite del corresponsal, aburrido de sus crónicas políticamente correctas, que ofrece a su amiga la cara oculta de una sociedad puritana y circense. La mirada de Carrión, un meridional escéptico, en el vientre del Imperio.

«El género epistolar permitía mostrar un ingenio y una perspicacia que en el periodismo no siempre son bien recibidos. Una carta no la escribes para la galería», se lee en el prólogo. La intimidad del reportero nos permite disfrutar de la descripción de sus recorridos de costa a costa. El autor inicia sus misivas alojado en el Hotel Algonquín, de Nueva York, su favorito. Continúa un viaje repleto de suntuosos hoteles y divertidos personajes; y que recorre las trapisondas de la vida americana en ese tiempo fatal en que comenzó el desastre; cuando Bush padre sucedió a Reagan en la Casa Blanca.

Son epístolas, como cuentos costumbristas, que provocan la carcajada en ocasiones y recuerdan lo mejor de nuestra literatura picaresca. Carrión ha regresado, pero no parece estar de vuelta de nada. Su pasión, su pulsión sigue viva. Su prosa, tan fresca como siempre, sigue avivando la llama del periodismo inteligente. Su estilo, un manual para aprendices de brujo. Y todo, gracias a la enigmática Lola, que nunca respondió al corresponsal Carrión sus vitriólicas cartas.

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