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Todo el tiempo del mundo

E.L. Doctorow es conocido como autor de algunas novelas consideradas unánimemente como obras maestras de la narrativa contemporánea: Billy Bathgate, El libro de Daniel, Ragtime, o La gran marcha. Pero practicó también ese otro género mal llamado menor: el cuento

Todo el tiempo del mundo

Generalmente, aunque no siempre, no hay reglas para escribir, Doctorow no se cansaba de repetirlo, y si las hay es para transgredirlas, generalmente, los cuentos empiezan con una frase amable, o casi amable, o más o menos amable, y terminan dándote un puñetazo. Doctorow prefiere dártelo nada más empezar. Para que no te hagas ilusiones.

El 21 de julio de 2015, a la edad de 84 años, E.L. Doctorow moría en Manhattan de un cáncer de pulmón. Uno de los escritores más galardonados de las letras norteamericanas, Doctorow es sobre todo conocido como autor de algunas novelas consideradas unánimemente como obras maestras de la narrativa contemporánea. Billy Bathgate, El libro de Daniel, Ragtime, o La gran marcha son algunas de esas extraordinarias novelas. Pero Doctorow, como la mayoría de los novelistas norteamericanos, practicó también ese otro género mal llamado menor: el cuento.

Cuentos completos reúne por primera vez, en cualquier idioma, todos los cuentos que Doctorow publicara en vida. Dieciocho cuentos en total publicados previamente, en distintas fechas y ocasiones, en tres libros anteriores, y que Doctorow ordenó de nuevo para este volumen que desgraciadamente no llegaría a ver publicado. Un libro por tanto, como dice Eduardo Lago en su entusiasta prólogo, y no es para menos, «de una importancia superlativa».

El cuento, que no se diferencia de la novela sólo por su extensión, que no es en consecuencia una novela corta, tiene una estructura narrativa propia. Harold Bloom dice que los cuentos no son parábolas ni proverbios, y que por lo tanto no pueden quedar inconclusos. Y sin embargo, lo inquietante de muchos cuentos, por ejemplo algunos de los de Doctorow de este volumen, es que quedan inconclusos, o mejor dicho, como también sugiere Eduardo Lago, su final está fuera del cuento: «No falta nada en estos relatos, y sin embargo dejan en el lector una desazón muy profunda, como si exigieran que ocurriera algo más, cosa que de hecho sucede, sólo que, extrañamente, fuera de la página». Profunda desazón, sin duda, no por lo que puede suceder, que si sucede sucederá como decimos fuera de las páginas del cuento, y lograr esto no es ni fácil ni frecuente, sino también por todo aquello que no sucederá nunca, aquello que, como en la vida, podría suceder y lo cambiaría todo, y que sin embargo nunca sucede, a pesar de que tengamos Todo el tiempo del mundo, como reza el título de uno de los soberbios cuentos incluidos en este volumen.

En sus novelas, en sus cuentos, Doctorow puede, y suele, apoyarse en hechos reales, en cualquier caso hechos que suceden a menudo, robos, traiciones, divorcios, ya saben, esas cosas, y en personas reales, pero su descripción, su relato, no persigue nunca la fidelidad a los hechos -el novelista no es un historiador, ni siquiera es un periodista-, sino la fidelidad a la experiencia. Y para eso necesita «ver lo que está oculto», como decía Henry James. Dicho de otro modo, Doctorow nos describe el mundo como es por dentro, y hace que nos olvidemos del recurrido y triste consuelo de que las cosas no son lo que aparentan ser. Las cosas, nos dice una y otra vez, son exactamente lo que aparentan ser, lo que ocultan es precisamente lo que está en la superficie, lo que está a la luz, lo que todo el mundo puede ver, aunque prefiera no ver. En cualquier caso, sus ficciones no disfrazan la realidad, sino o si lo hacía al final, como parece que lo hacía otro magistral escritor de cuentos, Hemingway. No creo que tenga importancia. No más en cualquier caso que empezar por escribir el final. Los principios de sus cuentos, ese puñetazo del que hemos hablado, son tan sorprendentes como sus finales. Doctorow es un maestro indiscutible en el arte de narrar. Sabe que para atrapar al lector, para anonadarle, no necesita grandes misterios, sino más bien pequeños, misterios en armonía con su prosa, una prosa que fluye, que huye de las grandilocuencias, de manera que podría decirse que cuanto más corto es el cuento, más largo es su alcance. Aparentemente no sigue ningún método, ningún plan preconcebido, ninguna lógica, y quizá en esto resida su secreto, a fin de cuentas es así como vivimos. La lógica, por ilógico que parezca, siempre se establece a posteriori, lo mismo que las causas se determinan en función de los efectos, y que la historia se escribe hacia atrás. Y es posible que hasta nuestra vida la vivamos hacia atrás.

Doctorow ilustra la perversión de un estado mental (Una casa en la llanura, Wakefield), o la perversión de los acontecimientos (Jolene: una vida), o de ambas cosas a la vez lo más a menudo. Puede parodiar un relato policíaco (Niño, muerto, en la rosaleda) con tal sutileza que parece un relato policíaco, o un fenómeno religioso, ¿o es social?, como son las sectas y los profetas contemporáneos (Walter John Harmon). En Glosas a las canciones de Billy Bathgate, uno de los primeros cuentos que publicaría, y que acabaría convirtiéndose en la novela Billy Bathgate, nos dice: «Pues bien, mis canciones (léase cuentos) consisten en tres cosas: las palabras, la música y la actitud. Y de las tres la más incomprendida es la actitud. Es decir, ciertos críticos creen que en estas canciones (cuentos) hablo de la Vida o de América o de la Nimiedad del Orgasmo o de alguna maldita historia parecida, pero no, estoy hablando del lugar donde me crié, el Orfanato?» ¿El Orfanato es América? ¿El Orfanato es el Bronx en el que creció, en el que se crió? Las palabras, la música y la actitud ¿son las palabras, la música y la actitud de América? ¿Son sus personajes, la actitud de sus personajes, prototipos de la sociedad norteamericana? Porque si sus novelas recrean, como se ha dicho, ficcionan sería tal vez término más exacto, aunque más bárbaro también, la historia norteamericana, sus relatos lo hacen con la pequeña historia, esas historias anodinas, que pueden llegar a ser en ocasiones truculentas, de personajes anodinos con vidas anodinas, tan parecidas y tan diferentes a la nuestra, pero con los que sin embargo no nos resulta fácil ni agradable identificarnos. «Así, lo que yo he descubierto a los cincuenta años es que toda esta carrera mortal hacia la soledad es pandémica, ésta es la noticia que traigo. Y no es que toda la gente que conozco esté jodida, incompleta, frustrada. No estamos del todo mal. Es la vida misma la que no parece estar a la altura de las circunstancias».

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