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Archivo de estragos bélicos

Archivo de estragos bélicos

La Gran Guerra debió ser un espectáculo dantesco allí donde se libraron batallas. El recuerdo va perdiendo terreno en nuestra mente, otras guerras más cercanas se le han ido solapando. Pero aquello debió ser desolador. Y asqueroso: cadáveres enganchados en las alambradas, animales destripados, pueblos arrasados, trincheras repletas de ratas y excrementos, hedor a pánico, vómitos, relinchos, pulgas, gemidos apagados por la proximidad de la muerte.

La exposición Crónica de la Gran Guerra se acota a un determinado momento y a un espacio geográfico, el recorrido por el capitán francés Henry Givord durante su movilización por las zonas de Aisne, Verdun, Roye o Somme, por citar unas pocas, cámara en mano, un maravilloso ingenio humano que, un siglo después, ha permitido contemplar con detalle lo que fue aquella Primera Guerra Mundial.

Entre los aproximadamente 500 negativos estereoscópicos que integran originalmente este archivo y que la Casa de la Imagen de Logroño adquirió, ha catalogado y digitalizado, es curioso observar la persistencia de la diferencia de clases en pleno campo de batalla. Frente a los miles de jóvenes soldados, los llamados poilus, greñas y barbas que debían llevar tras semanas sin lavarse ni afeitarse, podemos ver a los acicalados oficiales con sus uniformes e impecables mostachos. Uniformes franceses que, como explica la muestra, tuvieron que cambiarse del azul y rojo chillón en honor a la bandera a unas tonalidades más acordes con el terreno, eso o elegir ser la diana perfecta. La diferencia de clases también es patente en que mientras los oficiales quedaban guarecidos tras sus efectivos, los subordinados descansaban cual ganado a la intemperie. Las imágenes retratan a los oficiales posando, relajados, riendo, aparentemente, orgullosos de las ruinas y muertes dejadas tras de sí. Los soldados, bien fueran europeos o los llegados de las colonias, senegaleses o indochinos, aparecen marchando o montando la artillería pesada.

Llama la atención que, aunque creamos que se trata de un recurso muy en boga ahora en el cine, los coetáneos del oficial Givord ya gustaban de realizar fotografías en formato tridimensional. El catálogo de la exposición -muy recomendable-, explica la afición que existía a principios de siglo por las cámaras estereoscópicas. En un guiño al espectador se ha incorporado a lo largo de la visita un sistema de espejos emulando a aquellos amateurs de principios del siglo XX.

Las fotografías tomadas por Givord muestran, asimismo, los refugios franceses, para mayor gloria del ejército. Lo que no cuentan es que estos refugios fueron realmente escasos. Mientras los alemanes hacían uso del hormigón en cuanto se daba la oportunidad o cavaban zanjas como si les fuera la vida en ello -que de hecho les iba-, los franceses eran demasiado orgullosos para perder tiempo en esas construcciones, y en cuanto a las zanjas eran poco profundas y provisionales. Con todo, si hay un elemento que simboliza la Primera Guerra Mundial, y sobre todo al ejército galo, este fue las trincheras. La colaboración del Museo de soldaditos de plomo L´Iber con la instalación de la maqueta en esta muestra permite hacernos una idea de lo que fueron aquellas trincheras cuyo origen, no olvidemos, se remonta a la época medieval. Cuesta imaginar el horror que debían sentir esos jóvenes al saberse saltando las zanjas a cuerpo gentil y correr lo más deprisa posible, entre balas y granadas, huyendo de la muerte para ir al encuentro del enemigo.

Dicen que la batalla de Somme fue la mayor masacre de la historia británica. Una pena que la ofensiva fracasara «porque los muertos no podían seguir avanzando» como dejó sentenciado en un alarde de sensibilidad sir Beauvoir de Lisle (1864-1955). La de Verdun, conocida entre los soldados por «la gran carnicería», por su parte, fue la más larga, nueve meses seguidos y se cobró casi un muerto por minuto, para aquellos que gusten de las estadísticas. Soldados y más soldados, camiones con artillería, alambradas mortíferas, convoyes, hermosos palacetes derruidos, vehículos militares, oficiales, paisajes arrasados, patrimonio bombardeado, pueblos desiertos, morteros, bombardeos, gente huyendo y emigrando, trincheras, chatarra, polvo, muerte. Poca gloria. Estupendo reportaje fotográfico y todo un estudio antropológico que les invitamos a no perderse.

*Crítica de Arte

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