Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Suecia negra

No es demasiado explicable el gran éxito de la literatura negra procedente de Suecia en el mercado español, pues se trata de una escuela alejada de los complejos mundos descritos por maestros como Chandler o Hammett

Suecia negra

No parece explicable la enorme difusión de la novela negra sueca en español, pero llama la atención que casi todas esas novelas negrísimas entre nieves casi perpetuas (especialmente las de dos prolíficas autoras: Camilla Läckberg y Mari Jungstedt) recuperen de una sola tacada las obsesiones vinculadas al nazismo y las alegrías propias de la vida en familia, siempre que ese jolgorio familiar no se remonte a años atrás donde todavía perdura la caja de los tenebrosos truenos de un pasado más o menos enigmático.

Se trata a menudo de una escritura muy aseada, pero rara vez brillante, donde los embrollos familiares se mezclan sin fundirse con las enrevesadas tramas de los crímenes más espantosos a manos de asesinos por lo común múltiples y todavía deudores de muchas desgracias pasadas. El talento es escaso, pero resultan entretenidas cuando se es capaz de llegar hasta el final. El tiempo narrativo es muy simple: se trata de indagar en un pasado de pánico a partir de un presente casi siempre feliz y cargado de esperanza. Por eso en estas narraciones, que en ocasiones aburren de una manera mortal, se ignora la tradición del detective (curioso término) solitario para entrar a saco en la vida diaria de funcionarios de policía, un recurso que no renuncia a ser aderezado con multitud de episodios de la vida familiar de los protagonistas (exceptuando la del asesino, que resulta misteriosa por naturaleza con el fin de no proporcionar pistas) a fin de que el lector aprecie la circunstancia de que los investigadores son personas normales que indagan por oficio en lo terrorífico.

Así como en Chandler o en Hammett el detective es tan problemático en su existencia como la de los protagonistas de los casos que investiga, en estos relatos suecos predomina una segura inocencia de los investigadores, acaso debido a que se trata de funcionarios públicos, muchas veces edulcorada, además, con una felicidad de anuncio de Ikea entre las familias y sus conocidos. El horror existe, desde luego, pero más bien existió en un pasado que de pronto sale a la luz. Por decirlo de otro modo, la vida de a diario sería perfecta de no ser porque en ocasiones remite a vetustas motivaciones que en un pasado hizo de las suyas, por más que ahora lo que reine sea una cierta calma. Una calma arropada de manera conveniente, pero poco convincente, por las componentes femeninas de la familia, casi siempre entregadas a su condición pero, eso sí, felices hasta la carcajada al hablar de sus cosas. Cabe señalar que precisamente ahí se establece una complicidad risueña casi siempre alejada de la trama principal, cuando la hay.

Tampoco se encontrará en estos relatos nada parecido al Carvalho de Vázquez Montalbán: un detective por libre, originario del extrarradio penínsular, simpatizante de la izquierda, ex agente de la CIA, con una seminovia prostituta y una especie de ayudante callejero conocido como Biscuter. No. En esta narrativa sueca que se empeña en pasar por novela negra, el peso de las vidas domésticas es mayor que el de las investigaciones criminales en curso, de modo que asistimos a una curiosa mezcla entre la narrativa de una Corín Tellado y el asesinato considerado como una de las bellas artes. El único mérito que se les puede adjudicar consistiría en el complicado puzle que guía la maquinación de los asesinatos en serie, como si las autoras suecas lamentaran que ya no sucedan esas cosas. Con lo simple, y convincente, que resultaba Georges Simenon€

Si bien lo más curioso de esta narrativa viene a ser su carácter edulcorado y el relevante papel que otorga a los personajes femeninos en el campo de los «buenos» y a la familia en general en cuanto institución. Así, personajes, sobre todo femeninos, siempre ríen «de buena gana», hasta el punto de que el lector está tentado a sospechar que el traductor se lo pone fácil, o bien los niños (siempre salen niños) «se mueren de risa», o también las suegras no hacen más que incordiar a los matrimonios jóvenes con su ajado repertorio de buenas intenciones. Es como envolver la tragedia del crimen en celofanes rosados. Y a sus indagadores en una pasmosa colección de buenísimas personas tan próximas a la caridad bien entendida como Ferran Torrent. El horror es otra cosa. Como bien sabía Joseph Conrad. Pero a ver quién escribe ahora El agente secreto, por no mencionar El corazón de las tinieblas, que tan útil le resultó a Francis Ford Coppola.

*Periodista y crítico literario

Compartir el artículo

stats