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Complicidades

Viva el punto y coma

Viva el punto y coma

Soy el Presidente, y miembro único de carnet, de la Asociación para la Defensa y Fomento del Punto y Coma. Creé esta institución de activismo ortográfico hace ya bastante tiempo, en el pasado siglo, pero hasta el momento no he conseguido reclutar más amigos de esta entrañable criatura gramatical. Mi cuate el poeta Enric Sòria estuvo a punto de formar parte de la benemérita Asociación, como Vicepresidente, Tesorero y Jefe de Recursos Humanos e Inhumanos, pero terminamos discutiendo, durante más de un mes, acerca de la primera ordenanza de los estatutos, en donde se instruye a los hablantes sobre la naturaleza aristocrática del punto y coma; de manera que Enric decidió -equivocadamente, desde mi punto de vista- crear una escisión barcelonesa de la Asociación, con vistas a seguir por su cuenta con la salvaguardia de nuestro signo desfavorecido.

La principal responsable de la decadencia en que ha caído el punto y coma es la Real Academia Española de la Lengua. Nos pasa esto por su tibieza normativa. En lugar de amenazar a los usuarios con el oprobio (y utilizo aquí mi querido punto y coma); en vez de prometer la vergüenza pública y los castigos del infierno a quienes no honren este signo ortográfico, la RAE se limita a hacer recomendaciones. La naturaleza humana es por definición indolente, olvidadiza y enemiga de las recomendaciones, máxime si son gramaticales. Hay que prohibir, sancionar, condenar, inhabilitar. Y si no basta, encarcelar a los descuidados. En su ambigüedad definitoria, los lingüistas suelen decir que el punto y coma representa una pausa, en el discurso, mayor que la coma y menor que el punto, lo que equivale a no decir nada sensato, como sería el acto de afirmar que un caballo es un cuadrúpedo mayor que un perro, pero menor que una jirafa. Con este género de vaguedades no vamos a ninguna parte.

El punto y coma, más que un signo ortográfico equivale a un signo de distinción intelectual. Representa la forma gráfica por excelencia de la meditación, de la pausa reflexiva en texto, del apetito de hondura. No hay nada que delate tanto a un botarate como la ausencia del punto y coma en su vida verbal. Un punto y seguido lo pone cualquier hijo de vecino, sobre todo si está mal colocado. Un punto y aparte, más tarde o más temprano, acaba por llegar en el escrito de cualquier mindungui literario, aunque sólo sea para huir del efecto visual de la página repleta. Pero un punto y aparte bien traído sólo es obra de los ciudadanos ejemplares, formados en la tradición de la gran preceptiva estilística. Un punto y coma encajado conforme al canon del alto encaje del punto y coma representa una acción ética inmejorable.

Como el adjetivo resplandeciente, como la joya del concepto luminoso, el punto y coma nos conmueve a sus adeptos, y hace que se nos salten las lágrimas de emoción. Lo queremos tanto que defendemos su figura para poner punto final a los artículos, en señal de equidistancia, como símbolo de reconciliación entre las Españas ortográficas del punto y de la coma;

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