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¿Descansan en paz?

A principios de los 90 un movimiento colectivo y provocador removió los cimientos de arte valenciano, tan prolífico pero, a la vez, tan correcto formalmente incluso en su compromiso político

¿Descansan en paz?

Creado en 1991 por el artista ahora conocido como Ulises Pistolo Eliza, el Purgatori fue inicialmente un espacio de agitación cultural y artística en la Plaza del Ángel del centro histórico de Valencia. También fue plataforma de propulsión de una animosa hermandad herética conformada por unos veinte artistas jóvenes que apostaron por situarse fuera del mercado y de los circuitos institucionales del arte para dinamitar el paisaje artístico valenciano con sus provocadoras exposiciones, acciones y propuestas creativas. En el otoño de 1995, se inicia una segunda etapa no menos subversiva: la antigua galería Lezama del abogado y coleccionista Paco Ruiz se convierte en la sede del Purgatori II y se constituye la Sociedad de Artistas Purgatori en la que Xavier Montsalvatje, Óscar Mora y Juan Domingo adquieren más relevancia. En este segundo período, las veleidades místicas de los orígenes dan paso a una mayor radicalidad y pluralidad, expandiéndose sus manifestaciones artísticas hacia territorios vírgenes o poco explorados en Valencia, como la música electrónica, el arte digital, la instalación, el videoarte, la performance, el arte callejero e incluso las fallas experimentales. Cuando se cumplen veinte años del advenimiento de esta segunda era, la exposición Un ataúd en el Purgatori es precisamente una reivindicación del carácter pionero de ciertas acciones artísticas del colectivo en un momento de apogeo del arte de acción y del arte público. En la muestra, Salvia Ferrer invoca a las almas del Purgatori para recuperar su obra más volátil, efímera e intangible, a través de un documental de reciente producción con los testimonios de sus antiguos miembros y de una docena de vídeos históricos con sus acciones más señaladas. También cuenta con material gráfico y documentación para evocar el recuerdo de aquellos años y por supuesto con la inquietante presencia de un ataúd, como símbolo definitorio de esta cismática hermandad artística, que paradójicamente entró en crisis cuando se dejó seducir por el canto de las sirenas institucionales, para acabar expirando con el inicio del nuevo milenio. ¿Descansan en paz aquellos espíritus traviesos que transitaron por el Purgatori? Ahí está el ataúd para comprobarlo?

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