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Marina Tsvietáieva

Pasión por la palabra en el fragor de la revolución

Pasión por la palabra en el fragor de la revolución

Moscú: 1917-1919. Marina Tsvietáieva tiene veinticinco años, un marido en el frente, dos hijas pequeñas, y ha escrito ya algunas obras, algunos libros de poesía, algunas pieza de teatro, y ahora lleva un diario: «Ahora estoy muy entusiasmada con mis cuadernos de notas». Es un diario especial, un diario en el que no consigna sólo los días, sino las emociones, por decirlo así. Y entonces escribe sobre algunos hechos, cotidianos, pero no banales -no hay nada banal en la experiencia- un reparto de patatas podridas, un absurdo trabajo burocrático para el que no se siente lo suficientemente capacitada, es decir, lo suficientemente absurda, un delirante viaje en tren con un saco a cuestas, «la cotidianidad es un saco: agujereado. Y pese a todo lo cargas». Conversaciones, intranscendentes, con los camaradas, con las mujeres, las madres y las suegras de los camaradas, «las mujeres, es decir: los seres que por naturaleza representan su propio papel». «La cotidianidad de la Revolución, como cualquier otra, pesa sobre las mujeres». Escribe sobre lo que piensa y lo que no piensa del amor, sobre el entierro de Stajóvich, genial capítulo donde podemos leer estas palabras, que tan bien definen el especial estilo de Marina: «La cabeza yace con la pesada magnificencia de la muerte. Los párpados -como los telones: se acabó, bajan. Si hay sufrimiento está en las sienes, lo demás descansa.» Lo esencial, nada más que lo esencial. «Todo lo que no es indispensable es inútil». O las anotaciones fulgurantes de Indicios terrestres, ¿un ejercicio espiritual, de conocimiento de sí misma, de anotar de nuevo lo esencial? Y lo que se piensa, las ideas, nunca es lo esencial, sólo es esencial lo que se vive, lo que se escucha vivir y morir: «¡Cuántas cosas en detrimento de otras he proclamado a lo largo de mi vida!» La vida, aquel año, en la buhardilla, con sus dos hijitas, quemando la madera de las vigas y escaleras para calentarse, el frío, el hambre, la esperanza, la soledad, la desesperanza, el año 1919. «Hoy en día todo se acaba porque nada se repara: los objetos, como las personas, y las personas, como el amor». «€ Y todo está intacto, -sólo que a punto de desmoronarse€»

Estos diarios parecen, se leen, están escritos, como una novela, esa novela que, estrictamente hablando, ella nunca llegaría a escribir, a pesar de los consejos del poeta Ivánov. Marina Tsvietáieva cuenta, escribe, escucha, transcribe lo que escucha, lo que ella misma contesta, lo que piensa y no contesta, fragmentos de conversaciones, de recuerdos, citas de poemas, propios y ajenos. Marina Tsvietáieva tiene un don especial para la prosa. Hay en sus frases una rara mezcla de humor, de compasión, de ironía, de rebeldía, de todo junto, que las hace inconfundibles, como es inconfundible su estilo, su fraseo, la cadencia de sus palabras, su ritmo, sus rimas, sus guiones. Un estilo que Selma Ancira, soberbia traductora, ha sabido siempre traducir a nuestro idioma, en el pleno sentido de la palabra traducir. Sus textos siempre son biográficos, autobiográficos, desde sus libros de poemas al maravilloso ensayo sobre Puskin (Acantilado, 2009), o los textos sobre su madre y la música (Acantilado, 2012), o el precioso librito dedicado a la pintora Natalia Goncharova (Minúscula, 2006), o el dedicado al poeta Voloshin (Minúscula, 2008), o, por supuesto, estos Diarios de la Revolución de 1917, que son el mismo texto, hoy agotado, que publicara Versal en 1992, con el título de Indicios terrestres, también en traducción de Selma Ancira, que la ha revisado ligeramente (apenas lo necesitaba), así como algunas de las notas, para esta edición. Todo ello sin olvidar otro grandísimo libro, al que en cierto modo completan estos diarios, Confesiones, vivir en el fuego (Galaxia Gutenberg, 2008), libro esencial que no es otra cosa que una antología de textos extraídos de sus Obras completas que llevó a cabo Tzvetan Todorov, y tradujo también felizmente Selma Ancira, gracias a la cual podemos leer a Marina Tsvietáieva en castellano con todas las garantías.

Leer a Marina Tsvietáieva es una experiencia inolvidable. Sus libros son libros para subrayar profusamente, libros para releer, prueba ésta que sólo superan los mejores, haciéndolos a la vez mejores a cada lectura. «El arte no es un fin en sí mismo: es un puente, no un fin», afirma Marina Tsvietáieva, en contra de la mayoría de los teóricos del arte. El arte es por tanto una respuesta. Pero lo que de verdad importa es la pregunta que se hace el artista, su insomnio, su tormento, su búsqueda, su angustiosa búsqueda, no tanto de la expresión como de la vida, como del amor: «Si amo a una persona, quiero que gracias a mí se sienta mejor -aunque no sea sino por haberle cosido un botón. Del botón cosido -a mi alma entera.»

*Crítico literario

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