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Criando genios

Tengo cierta relación con una pareja suiza (bien, no exactamente suiza, como también podría serlo) que ha engendrado un genio. Eso creen ellos y no seré yo quien les saque del error: es altamente improbable que lleguen a ver este papel. El chaval pinta. Una pintura demasiado empastada para lo académica que es, sin demasiadas pretensiones y de una factura putrefacta, pero oye, papuchi y mamuchi (o como diablos digan allí, donde sea) dicen que sí, que es una pintura un poco torturada pero es que a su retoño le gusta mucho Lucien Freud. Cría genios y te nublaran los ojos.

El chico también escribe. Poesía, narrativa y algún ensayo, porqué no. Le publican libros editores amigos de sus padres (puede que previo pago), porque aún no he dicho que sus padres son gente de posibles (de posibles trastornos) e influyentes en el triste ámbito de la cultura subvencionada de su país, el que sea. Nuestro precoz escritor ofrece recitales compuestos por unos poemas cursilones y sensibloides, lo cual a no ser que seas Rimbaud, es lo que tiene la edad.

Pero esto es solo echar gamba al lado de su proyecto estrella (hasta la fecha). Ha diseñado una nueva casa de campo para sus padres que ni en los delirios y psicosis de los arquitectos utópicos se ha visto nunca nada semejante. He podido verla, rodeada por un bosque de hayas, y a pesar de que la primera impresión es sencillamente indescriptible se podría decir como aproximación que asemeja a una megagigantesca alcachofa pero con las hojas móviles para dejar pasar, más o menos, luz y aire y de paso también más o menos miríadas de los insectos que pueblan el hayedo.

El muchacho no tiene ningún título de arquitecto pero mamuchi dice que para qué: que Corbu (es que mamuchi es muy chic y le llama Corbu) o Bofill (no se si le dirá Bofi) no lo han tenido nunca. Claro, pero estamos hablando de grandes arquitectos no de un genio de papá, y la culpa de este fenómeno no la tiene el chaval, sino unos padres enloquecidos que no saben como sacarlo de su mediocridad ambiental (la de ellos). Y no lo critico, pero lo que no me parece tan bien es que le llenen la cabeza de delirios de grandeza que solo pueden llevar a convertirlo en un organismo aún más pretencioso y petulante de lo que ahora es.

Pero al menos estos padres idólatras usan de su propio dinero para nutrir la genialidad de su unigénito hijo (es que encima es unigénito: todo al negro), mientras Consuelo Ciscar, presumo que presuntamente, echaba mano del presupuesto para proporcionar a su hijo una carrera estelar. Como ni el IVAM, ni la consellería de referencia nunca me han sufragado viaje ni estancia ni para visitar ni Marina d´Or, pues tampoco he tenido ocasión de ir a Koala Lumpur (o como se diga), pero si he tenido ocasión de ver catálogos de Rafuqui (o como se diga) y hombre, mal no están. Tampoco bien. Una cosita así. No se si quedarme con el de la carchofa.

Se acaba el espacio y no se si me cabe traer aquí a Paquirrín, el hijo de la Pantoja, Que de diyei, mira, y como cantante, bueno, pongan Telecinco cualquier rato y entenderán toda esta columna. De tal mechero tal cerilla.

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