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Sánchez Rosillo

Vivimos tiempos poéticos de abundante confusión (al menos en apariencia). Se diría que una cierta ñoñería adánica preadolescente campa a sus anchas por las redes sociales, e incluso amenaza con tomar los viejos templos del papel. Algunos de los autores jóvenes más leídos, según los suplementos literarios y los seguidores internautas, no hacen más que perpetrar enfáticas declaraciones amorosas, y tiernos alegatos civiles de vaguedades revolucionarias. Es decir, nada que cualquier aprendiz de poeta no haya escrito a los catorce años, y que un editor crítico y compasivo le haya recomendado dejar en un cajón para no avergonzarse de ello en el futuro.

Por fortuna, de vez en cuando se publica un libro extraordinario, un gran libro de poesía, y, por arte de magia (por la magia del arte verdadero), las nubes se disipan, la confusión desaparece y los lectores comprenden que están en presencia de un escritor capital. Este es el caso de Eloy Sánchez Rosillo y su reciente Quién lo diría (Tusquets, 2015). La gran poesía resulta medicinal desde un punto de vista privado y también desde una perspectiva pública: cura a quien la lee, le concede una lente para observar la realidad y para apreciar la belleza del mundo, pero además limpia de impurezas, con su ejemplo, el sobreabundante universo de las publicaciones, jerarquiza en el bosque de los poetas, entre los que existen algunos que sí lo son y muchos que sólo lo aparentan.

La poesía de Eloy Sánchez Rosillo no ha cambiado en su esencia desde sus primeros libros, pero sí ha ido ahondando en su propia voz, haciéndose diferente sin dejar de ser ella misma, como hacen siempre los autores que poseen un universo propio y una propia manera de decirlo. Por lo que a la forma respecta, Rosillo ha sido siempre un defensor -mediante la práctica- de la transparencia, de la claridad, de la difícil sencillez con que nos han hablado los maestros de la tradición clásica.

Si tuviese que sintetizar cuál ha sido el trayecto espiritual del autor, diría que ha viajado desde la elegía sin amargura de sus primeros poemarios, hasta la oda sin énfasis de sus libros actuales. Con la mesura de quien siempre ha sabido administrar la emoción necesaria a sus lectores, Sánchez Rosillo, con la edad y la experiencia literaria, es hoy un cantor que celebra con alegría el mundo en el que vive.

Desde su mismo título, Quién lo diría consiste en un ejercicio de asombro agradecido hacia la existencia, hacia la naturaleza, hacia la belleza material del universo, hacia las palabras de la poesía que cantan ese agradecido asombro. Pocas veces el abandono del individuo que contempla cómo pasa el tiempo, cómo la propia vida se cumple entre los ingredientes de la realidad, nos produce una sensación de tanta plenitud, de tanta conformidad lectora con respecto al destino.

La alta poesía representa siempre una lente de aumento que nos hace sentir el milagro de lo mínimo, de lo cotidiano insignificante, de las minucias privadas de nuestra conciencia. En esto no cabe asombro: son los grandes poetas, como Eloy Sánchez Rosillo, quienes nos hacen ver las cosas con entusiastas ojos inaugurales.

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