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Te daré con brea flúor

Te daré con brea flúor

Hace casi dos años que en la Universidad de Queensland (Australia) esperan la caída de una décima gota de brea en lo que hasta la fecha es el experimento científico más largo de la historia: desde 1927 llevan investigando el carácter fluido de esta sustancia de apariencia sólida pero alta viscosidad que ha dejado caer ya nueve gotas; la última tardó algo más de 13 años en resbalar. Recuerdo la noticia y fantaseo con la posibilidad de que la próxima gota de brea sea fluorescente, radioactiva. La culpa la tiene la nueva doble individual en Luis Adelantado, Brea flúor -un título compartido, misterioso pero muy acertado- que ensaya la posibilidad de introducir el contexto urbano de la calle en el interior de la galería, contra su arquitectura dice la nota de sala.

La primera de las exposiciones -la parte de la brea, que es un destilado de resinas, un alquitrán- es un proyecto específico de Juan López (Cantabria, 1979) que ha tapizado el suelo de la planta baja de la galería con tela asfáltica levantando al zócalo, en un continuum, el dibujo de un skyline de ritmo sintético donde juega al derecho (de un gris rugoso) y al revés (un negro brillante) de la tela al disponer los fragmentos sobrantes del montaje como esquirlas arquitectónicas. La clave, en la cuarta planta, en la que López cuelga varios collages de base geométrica -«brear» es maltratar y, el collage, en cierto modo, es un modo de maltrato a la imagen- en los que recompone imágenes de superficies asfaltadas jugando con su direccionalidad, tonos, textura y con las marcas de suelo para crear estructuras independientes. A subrayar esas otras piezas que sugieren una extracción de las líneas discontinuas de la calzada, reflectantes, y su comportamiento objetual como elementos minimalistas.

Por la otra parte -la del flúor-, un exultante Carlos Maciá (Lugo, 1977) despliega tres intervenciones pictóricas de calado, también específicas para la galería, que muestran lo mejor de la evolución de la práctica pictórica con referencias a Ellsworth Kelly, Blinky Palermo o Imi Knoebel. La práctica radical del graffiti en las calles de São Paulo, la Pichaçao, inspira la primera (Pixo II) donde la excitación lumínica de una escritura ilegible, urgente, de trazos angulosos, redibuja la condición de los muros y, con un efecto muy interesante al anochecer, se refleja nerviosa y multiplica en los cristales como proyectándose hacia fuera en la fachada del Vincci Palace. Arriba, Maciá despliega lo más reciente de su estupenda serie Markers: 8 piezas de aluminio doblado pintadas con rotuladores fluorescentes que son un trasunto de lo que fue antes un cuadro y que se platean como un todo de montaje dislocado, participando de las líneas maestras de la arquitectura donde se acoplan como un guante. Y como nexo entre ambas muestras, su mínima pero exquisita intervención en la escalera -se nota que conoce bien la galería- subraya y pauta de color la blanca geometría formalista acompañando al espectador en una bonita metáfora: la pintura como asidero y pasamanos.

Cuando las marcas que pintamos en la ciudad nos invadan y todo sea asfalto derritiéndose, caerá la última gota que colme el vaso en la Universidad de Queensland. Todo será ya brea flúor.

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