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Complicidades

Para no escribir

La mitad de la vida de un escritor consiste en la tarea de buscarse alguna buena excusa para no tener que escribir. La escritura -no hay por qué negarlo- representa una actividad interesante, y, a veces, incluso muy entretenida; pero por lo general es un trabajo costoso, obsesivo, solitario hasta el disparate. Escribir exige estar solo la mayor parte del día, encerrado en casa, sin salir ( en el mundo, pero fuera de él), combinando palabras hasta lograr una disposición que creemos adecuada, urdiendo una especie de calceta extravagante con un material de difícil manejo, altamente explosivo.

De ahí que muchos escritores se aficionen a algún asunto que los mantenga lejos del despacho y los papeles, devueltos a la calle, que es otra de las muchas realidades que coexisten en la realidad.

Algunos se aficionan a la bibliofilia y tapizan las paredes de sus casas con anaqueles y primeras ediciones, en un melancólico esfuerzo coleccionista que les hace añorar el volumen que no tienen, la pieza rara que dejaron pasar de largo, la joya para la que no tuvieron dinero suficiente.

A otros les da por convertirse en hombres de acción, y se disfrazan de expedicionarios y se marchan al África a cazar leones y enfermar de malaria, que es de lo que debe enfermar un aventurero que se precie. O se apuntan a alguna cordada andinista y se van a escalar picos helados, hasta que se despeñan en alguna quebrada, se pierden en la nieve y no los rescatan hasta pasados seis meses.

Muchos escritores escogen como actividad extraescolar la dipsomanía, que goza de bastante prestigio entre los intelectuales y entre el público espectador propenso a las hipérboles y a los énfasis. A buena parte de los lectores impresionables les gusta imaginarse a los poetas como bebedores de absenta contumaces.

Los más afortunados se convierten en turistas permanentes (aunque suelen denominarse a sí mismos «viajeros», que es un término con mucho más pedigrí), y dedican su obra a maldecir desde el extranjero su país de origen, algo que suele despertar en su país de origen admiraciones incondicionales que acaban por granjear algún premio nacional.

Hay quien se convierte a espiritualidades exóticas, y se llena la casa de láminas tibetanas compradas en Ikea y en la librería ocultista de la esquina, y empieza a hablar del despertar de los chacras, y de mantras, y de mandalas, y a recomendar a los amigos que abran su corazón al universo, que mueran al yo y que se liberen de la eterna rueda del deseo, que sólo engendra frustraciones.

Con tal de no tener que escribir, los escritores somos capaces de hacer cualquier cosa. Y algunos se preguntarán: ¿Entonces, por qué escriben ustedes? La respuesta es tan paradójica como sencilla : porque para nosotros sólo hay una cosa peor que vivir escribiendo, y es vivir sin hacerlo.

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