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Los años 50, entre la modernidad y el vintage

Los años cincuenta señalan esa edad de oro que iluminó la modernidad después de la Segunda Guerra Mundial. En parte gracias a que el diseño industrial se transforma en uno de los mitos optimistas de la década.

Los años 50, entre la modernidad y el vintage

El 12 de mayo de 1951 se inauguraba en Milán la novena edición de la Triennale, un acontecimiento que señalará el renacimiento de «nuevas» disciplinas como el diseño industrial y el interiorismo bajo el patrocinio de su hermana mayor, la arquitectura, en la Italia de postguerra. La revista Domus, una publicación fundada en la década de los años veinte por el arquitecto y diseñador Gio Ponti se convierte en el portavoz de las disciplinas emergentes que acabarán abanderando el Made in Italy. Parte de esta aventura cultural que desde Italia animó la Europa de postguerra está recogida en Domus.1950-1959 (Editorial Taschen) un libro que recorre la década de los cincuenta y sus mutaciones estilísticas «entre el entusiasmo y el descubrimiento» como señala en la introducción la hija del fundador de la revista, la editora Lisa Licitra Ponti.

Mientras las grandes ideas que dominan el debate intelectual en la década de los 50 vienen del decenio precedente, la arquitectura y el diseño continuan las enseñanzas del Movimiento Moderno. Una corriente filosófica como el existencialismo todavía encuentra en los años cincuenta un espacio ilustre en la cultura transformándose en un estilo de vida, la nueva bohemia, que penetra en las jóvenes generaciones frente a los valores que rigen las instituciones burguesas. La heroína de la novela Buenos días, tristeza de una debutante y joven escritora, Françoise Sagan, pasea su amoralidad y desasosiego existencial entre París y la Costa Azul para escándalo de la moral conservadora.

Una década de contrastes polarizada entre el miedo a una gran hecatombe nuclear y la esperanza en el progreso infinito; entre abstracción y realismo, y racionalismo versus organicismo; con una Europa dividida entre dos grandes bloques irreconciliables, el diseño aparece como uno de los pocos mitos optimistas de la década. Gracias al resurgimiento industrial, después del periodo de austeridad y el agotamiento de ese clima de provisionalidad que ha significado la inmediata postguerra, la cultura del diseño entra en un periodo de efervescencia proyectada en los objetos de la vida cotidiana, la arquitectura, la decoración, etc. Como síntoma de este clima de optimismo el color invade todos los sectores, señalando las fachadas de las cafeterías, las portadas de los discos, los papeles pintados de los interiores domésticos, los juguetes (Lego) o los muebles de fórmica que se ponen de moda.

Sesenta años después, los años cincuenta con todas sus contradicciones y desequilibrios ya forman parte de ese mito o edad de oro que alumbró la modernidad de la postguerra. El fenómeno vintage, entre la nostalgia y la recuperación, reaviva sus trazos e iconos más significativos en el mundo del diseño y la moda. El coleccionismo bucea en la década y en sus objetos como antes lo hizo por el Art Nouveau o Decó. Ese espacio doméstico o hábitat donde convergen confort y vanguardia y que el llamado styling se encarga de suavizar, edulcorando las formas rigurosas de los descendientes de la Bahaus. La popularización de los productos industriales nórdicos con sus celebradas características artesanales traduce esta victoria del gusto moderno y funcional. El interiorismo americano del arquitecto Richard Neutra (la Casa Kaufmann) rivaliza con el interiorismo nórdico en los suplementos y revistas de arquitectura y decoración. El Everest del diseño italiano alcanza su máxima proyección con la creación de objetos como la Vespa Piaggio y la Lambretta Innocenti, ejemplos de un modelo popular que conquista todo el mundo.

La Exposición Universal de Bruselas marca la puesta de largo de esta celebración de la modernidad o estado de buena esperanza. La figura del Atomium que preside la exposición refleja ese anhelo y confianza en la revolución tecnológica. Solo tres años antes, al otro lado del Atlántico, Walt Disney construía y anunciaba otra epifanía, la del ocio temático, inaugurando Disneylandia en la costa californiana. La cultura pop a partir de ahora ya contaba con su Capilla Sixtina.

Como ilustra Cuando el diseño es un arte (Susie Hodge, Lunwerg) un libro que abarca los diseños más señalados desde finales del siglo xviii hasta el siglo xxi, los años cincuenta producen algunos de los grandes iconos que han escrito la evolución del diseño industrial a lo largo del siglo xx. La silla hormiga del arquitecto y diseñador Arne Jacobsen, expresión lírica y minimal del diseño escandinavo, constituye el primer mobiliario fabricado en masa gracias a su asiento y respaldo extraíble a partir de un único bloque de madera. Símbolo de su tiempo, quedara inmortalizada cuando la modelo y call-girl Christine Keeler, protagonista del famoso Caso Profumo que sacudirá la Inglaterra puritana de los primeros años sesenta, pose desnuda en una copia de la silla bajo el objetivo del fotógrafo Lewis Morley.

Diseños como la silla y otomana lounge de la pareja de diseñadores americana Charles y Ray Eames -«una silla con el aspecto cálido y acogedor de un guante de beisbol» en palabras de sus creadores- o la Silla S de Verner Panton, que conocerá su popularidad en los años sesenta producida por Vitra, resumen esa combinación y mezcla de elegancia, calidad y fantasía que se da en la década de los 50. A los valores que se proyectan desde el mundo occidental se suman el de otras culturas emergentes. El artista Isamu Noguchi funde sus raíces culturales -padre japonés y madre norteamericana- en su estilizada lámpara Akari basada en las tradiciones y los materiales de la cultura nipona, el arte, la artesanía, la naturaleza, etc. Para su lámpara de bambú se inspira en los faroles que permiten a los pescadores japoneses pescar de noche. Las «esculturas iluminadas» de Noguchi celebran esa mezcla de diseño y valores plásticos; una filosofía creativa donde «todo es escultura» como señala el propio artista-diseñador.

Este gran deseo de lo nuevo que enmarca la década de los 50 en el universo doméstico se contrapone en el mundo de la moda con «el regreso al palacio», señalado por el triunfo del New look de Christian Dior . La «cintura avispa» y las faldas imperiales que propone el diseñador, a pesar de las críticas furibundas, conquistan las páginas de las revistas de la moda colocando de nuevo a París como metrópolis del gusto y el estilo. A este «reclamo nostálgico» del pasado que proclama el New look, le sucederán otros fenómenos que marcarán cada una de las estaciones de la moda a partir de ahora. Otro de los emperadores de la aguja y el alfiler, Cristóbal Balenciaga realiza su propia revolución elevando las formas femeninas a pura abstracción arquitectónica.

La emergencia a mitad de la década de estrellas juveniles como Brigitte Bardot y James Dean rescata la moda de los altares aristocráticos para ofrecérsela a la calle como nuevos Prometeos en falda de Vichy y vaqueros. La cazadora roja de James Dean y la melena al viento -o en forma de choucroute- de Bardot señalan los nuevos tiempos mucho antes que Dylan les pongan música y letra. En mitad de la década, en 1955 una joven estudiante de Arte comienza su carrera profesional abriendo su primer negocio en King Road. La diseñadora se llama Mary Quant. La próxima edad de oro aguardaba en la década siguiente.

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