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Autor y personaje

Primera de tres entregas anunciadas en torno a la memoria de la infancia y juventud del autor. Un texto con personajes que desfilan en breves escenas noveladas con reflexiones finales de resonancias poéticas, todo lo cual muestra la poliédrica personalidad de Luis Antonio de Villena así como su talento para dominar los diversos registros literarios.

Autor y personaje

Debe ser cierto que el destino interviene de un modo determinante en nuestras vidas y las conforma de algún modo. Por eso he creído siempre que Luis Antonio de Villena es el verdadero creador de Luis Antonio de Villena. Y no porque se haya inventado a sí mismo, que a veces se ha permitido, como lo hizo en 1982 en Ante el espejo, las licencias de cualquier creador para mezclar realidad con ficción. Ha cultivado mucho la memoria, y me consta que no es olvidadizo, pero aparte de su libro Ante el espejo, que son unas memorias llenas de verdades e invenciones, hay libros en los que su recuerdo actúa con crudeza y brillantez narrativa como Mi colegio, el madrileño colegio del Pilar, del que también habla aquí con brevedad, y que es un espléndido y valiente relato memorialístico, como lo es su obra Patria y sexo de sus días de cuartel. Además, despliega su memoria en muchas otras obras suyas, no estrictamente consideradas memorias, ya sea en una novela como Madrid ha muerto o hablando de Jaime Gil de Biedma, por ejemplo. O en la última hasta la fecha, su Memoria personal de los Panero. Pero cuando ha mentido para contarse, no creo que mintiera, quitaba o ponía aspectos del personaje que quería ser. El mismo que rechaza ahora en El fin de los palacios de invierno algunos de los espacios que le tocó vivir o compartir. También denigra en sus páginas la España -«tierna y siniestra» la llama en algún momento- en la que le tocó nacer. Consigue un buen retrato ambiental de la sociedad del franquismo, descrita a veces, ya sea en los mercados, en los cines, en los puestos de chuches, en las casas y en las familias, en los talleres de las modistas o en los paisajes rurales, con verdadera maestría. No conseguía entender comportamientos zafios o actitudes que lo amedrentaban. A pesar de la protección que le dispensaban los suyos como a una criatura frágil, no dejaba de sufrir por los comportamientos negativos de aquella sociedad o de algunas de las personas próximas; gustaba más del lujo que de la miseria, pero era compasivo y lujoso al mismo tiempo. Un niño soñador y raro, que sufría algunas veces por distinto y otras al comprobar las distancias entre su realidad y sus sueños. Un niño bien querido, sí, pero cuya visión de la existencia es con frecuencia desconocida para quienes lo quieren y lo apoyan. Se sabe distinto desde muy pronto, si bien es posible que los que le rodeaban tardaran más en reconocer su diferencia.

Lo difícil en todo caso no es construirse una personalidad, incluso sin saber que uno está en eso; lo grave es el sufrimiento que comporta la fidelidad a quien uno es. Y más cuando el sufrimiento se vive como un inocente y tarda uno en reconocerse sin extrañeza. Con todo, en sus palacios de invierno, Villena está rodeado de amor y de mimos, crecido en el lujo al que aspira, protegido. Será más tarde, cuando llegada la hora del colegio, tenga que defenderse, enfrentarse a una sociedad hostil, llena de prejuicios, a los misterios del sexo y a sus juegos y trampas, pero también a la fascinación por la sabiduría, a la pasión por las letras, a la entrega desbordada a la noche oscura y a las amistades enriquecedoras que han de llenarle hasta cierto punto una vida en la que la literatura será para siempre su territorio definitivo.

Quizá bastara lo que vengo diciendo para que cualquier lector de El fin de los palacios de invierno pudiera leer esta obra, escrita con tanta agilidad como riqueza expresiva, igual que quien lee una atractiva novela. Pero los seguidores del autor, que son tantos y en tantos géneros como él cultiva, que hasta en la poesía entra su memoria, podrán hallar aquí un conocimiento pleno de la verdadera personalidad del poeta y del novelista y ensayista prolífico. Y no sólo por lo que en su obra de creación expresa, sino para saber hasta qué punto muchos de los personajes a los que ha estudiado -de Wilde a André Gide, por ejemplo, y son muchos- tienen que ver con el Villena que aquí se nos muestra.

A pesar del mucho dolor que a veces encierra este libro Villena ha conseguido ser el que quería ser. Y, a pesar de su deslumbramiento ante los fracasados, no ha logrado ser tal. No sé si para su propio bien, porque la conformidad no está entre sus cualidades. Incluso en este libro se arrebata a veces, regaña y se cabrea. Pero, al final de él, satisfecho ya de haber gozado mucho con los libros, añade el relato del disfrute de la vida lujuriosa. Se confiesa hombre de la noche. «La noche se ha parecido terriblemente a mi vida», escribe. No le falta a veces cierta teatralidad, pero el propio autor reconoce en su vida una propensión a la gestualidad exagerada. Y lo describe en estas páginas.

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