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Entre el deseo y la realidad: Nocturnos

Carlos Alcorta es uno de los valores de la poesía española, y nos llega ahora de la mano de una pujante editorial granadina

Entre el deseo y la realidad: Nocturnos

El poeta cántabro Carlos Alcorta ya es, por méritos propios, un valor seguro dentro del panorama poético español, a pesar de la importante maraña de nombres y títulos que, a veces, imposibilita la distinción -entre los lectores- de aquello que realmente merece la pena leer y aquello que, por el contrario, solo hace que engordar las estadísticas y los catálogos de títulos publicados al año como índice del balance cultural del país. Pero Alcorta, cuya trayectoria ya comienza a ser dilatada, no está dentro de ese impreciso indicio de producción. Su libro, Ahora es la noche, destaca entre los números que cifran los títulos de poesía publicados en este último año: no puede ser uno más, porque su verso, su mundo interior simbólico y simbolizado, así como la representación de una realidad que se ciñe alienantemente contra el yo de los poemas, atestiguan que estamos, sin duda, ante uno de los mejores libros de poesía publicados recientemente. Claro está, la pujante y sobresaliente editorial granadina Valparaíso ha sabido ver la hondura y calidad de este libro con esmero, cuidado y, sobre todo, mucho acierto y a ellos también cabría felicitarles.

Ahora es la noche viene marcado, como su título ya apunta, por una muy concreta reflexión del tiempo: aquel que se vive intensamente en el presente (entelequia existencial que siempre nos engaña), que es el tiempo de la escritura; pero también con el aderezo de la nocturnidad (que no de la oscuridad), haciendo de telón de fondo. Cierto es que la propia nocturnidad también es símbolo de pasión, de misterio, de transformación y de revelación, pero frente a ello, el poeta enciende una luz quizá para quebrar el tul oscuro de la sombras, o quizá para reforzar su vigilia o volver sobre sí mismo, a la luz perdida ya del y en el pasado. Porque eso es, a fin de cuentas, lo que viene a destapar la escritura bajo el lucernario de un flexo: de qué manera el yo se va transformando del mismo modo que avanza un día tras otro y qué queda de nosotros mismos (si alguna vez sabemos qué significa ser uno mismo) en esa transformación progresiva. No se trata de nostalgia, ya que no es un libro nostálgico, ni cae en patetismos ni en melancolías sentimentaloides; tampoco en frialdad ni distanciamiento emocional, a modo de auscultamiento existencial. No quiere hacer diagnósticos morales en esa misma transformación, como tampoco pretende llegar a conclusiones generacionales ni sociales. Sí, efectivamente, es un libro marcado por la negación como principio o ley a la que todos debemos someternos en esa servidumbre humana frente al tiempo, pero igualmente frente a la vida, como un continuo desgaste interior que busca reforzarse cada mañana con esa esperanza de volver al equilibrio entre lo deseado y lo vivido.

Porque no se trata de reprocharle a la vida aquello que realmente nos culpabiliza a nosotros, sino de echarle en cara la falta de opciones que hemos tenido para sobreponernos a la imposición de la realidad y a la elección de nuestras acciones. Igualmente, el poeta se pregunta por qué hay tanta desconexión en todo lo que tiene que ver con la necesidad más elemental y nuestro deseo, algo más caprichoso en sus intenciones: esa misma quiebra surgida entre ambos es precisamente el termómetro que marca nuestra insatisfacción personal, así como nuestra transformación, que nunca se inclina hacia la superación sino hacia la resignación, la aceptación obligada, el saber convivir con lo que, en muchos casos, no queríamos. Así, Ahora es la noche no solo es un libro más de poemas, uno de esos que quedarán en los listines de una editorial. Es más que eso: es el testimonio de quien ve la vida con pasión, pero intenta cercar sus límites como medida cautelar ante el juicio final que se celebra cada día; es la voz de tantas personas que, al levantarse cada mañana, afrontan con incertidumbre la lógica de los días quizá creyendo que evolución es sinónimo de progreso. Y no lo es. Este examen de conciencia, hábilmente trenzado por Alcorta, advierte de los puntos débiles que el deseo tiene, pero también los de la realidad, por eso es nocturno, porque nada hay como la noche para que lo más inesperado pueda ocurrir.

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