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Las manos manchadas de tinta

El franquismo fue, en lo fundamental, una pesadilla protagonizada por sujetos anodinos y cínicos en juzgados, comisarías, cárceles, cuarteles, sacristías, oficinas, ministerios€ A desvelar la misería moral de la represión de ese universo contra los periodistas dedica su libro Ríos Carratalá.

Las manos manchadas de tinta

Tras el escándalo producido en Madrid por el asunto del callejero franquista, cae pintiparada la lectura minuciosa de esta magnífica investigación sobre la persecución de periodistas y literatos en los años siguientes a la Victoria fascista en la guerra civil. Sobre cómo es posible que con tanta especulación sobre el franquismo sociológico, se haya perdido de vista a aquellos protagonistas y cómplices de la implacable represión de posguerra y años cincuenta que, al final, gozaron de un retiro dorado hasta la misma Transición, y de la anomia intelectual consiguiente que inundó la sociedad. Aquí se cuestiona el mito de un franquismo sin franquistas.

Este libro del historiador Ríos Carratalá documenta aquel periodo sobre persecución que se impuso a los escritores y periodistas demócratas y republicanos que, imprudentes y confiados, no creyeron conveniente poner tierra de por medio confiando en la famosa y falsa promesa de las manos manchadas. La pluma en los juicios sumarísimos de la posguerra podía costar la muerte. Los que tenían las manos manchadas de tinta. Las depuraciones, los chivatazos de miembros de una misma redacción. La mezquindad de los que callaron y silenciaron injusticias.

Un relato que se sitúa a medio camino entre la investigación histórica y el reportaje; cuajado de datos contrastados de gran relevancia, con ironía y buenas dosis de sarcasmo, para tratar un tema sangrante todavía en la España posmoderna.

Impecable y documentado alegato literario sobre el cinismo y el silencio en la (sub) cultura franquista. Quizás trata de responder a ese gran enigma patrio por el que siguen enfrentándose las ¿inexistentes? dos Españas. «La Transición no selló el pasado, al contario; perfiló un franquismo sin franquistas como respuesta de la memoria ante una historia de sombras alargadas e inquietantes».

Ríos Carratalá no piensa que sea políticamente incorrecto hablar de los cómplices del viejo régimen. Sobre todo porque la mayoría están muertos o jubilados. El autor, que es catedrático de Literatura en la Universidad de Alicante, rescata de los legajos judiciales las sevicias y trapacerías con que los vencedores se ensañaron con la profesión.

El autor nos introduce en el submundo de la violencia y la venganza en el universo periodístico y literario del Madrid del año de la Victoria y posteriores. El desolador panorama, más que un cuadro de Brueghel -fusilamientos, ajustes de cuentas entre colegas- es el relato distanciado de aquel holocausto fascista contra la libertad de expresión. Y nos encontramos pormenorizados casos como los del poeta Miguel Hernández y el periodista valenciano Vicent Miquel Carceller; aunque no solo habla de los muertos, también de los vivos, expulsados de la profesión y condenados al ostracismo y al miedo.

En realidad no es plato de gusto abrir boca con la lista de los once periodistas fusilados en Madrid, y los 22 condenados a muerte. «Pero es que los juzgados militares ya estaban instalados en Madrid el 30 de marzo, dos días después de tomar la ciudad».

«La jornada laboral de la represión sería estajanovista [€] Franco, en una entrevista concedida al periodista James Miller el 7 de noviembre de 1938, habló de dos millones de fichas recopiladas por los militares sublevados».

Con nombres y apellidos sacados de los anales y archivos, y no sin dificultad y tras muchos ocultamientos, Ríos Carratalá documenta las actuaciones de la Asociación de la Prensa de Madrid desde el primer día; la denuncia y persecución sistemática de los reporteros republicanos a manos de sus antiguos compañeros. Una historia de víctimas y verdugos del mismo gremio. Casos como el periodista Francisco Casares, ejecutor de represalias y depuraciones de colegas desde la APM el mismo día de la Victoria; se mantuvo en su puesto de secretario general de la entidad, ¡hasta 1972!

Los malos de la película en esta investigación no son solo los jefes militares, los jueces instructores y los policías, de los que en este informe documenta variadas fechorías, sino los civiles que por miedo o vocación se convirtieron en delatores.

En el terreno de los jueces e instructores militares de los consejos de guerra de la época, formados a prisa y corriendo, el autor pone en su ácido punto de mira a dos personajes proteicos y protagonistas de la aniquilación física y profesional de los periodistas desafectos: el humorista convertido en juez Manuel Martínez Gargallo y el capitán del cuerpo jurídico Juan Pérez de la Ossa. Los «verdugos burocráticos», banales, mediocres, pero muy activos y sañudos contra los intelectuales vencidos.

«Nadie estaba a salvo de la sospecha, aunque algunos de quienes habían escrito durante la etapa republicana se empeñaran ahora en saludar brazo en alto. Otros buscaban los huecos del anonimato, el seudónimo y la nada, que era tema de obligada inclusión en la prensa de la época». El investigador nos narra su búsqueda en legajos y bibliotecas y se lamenta de la desaparición de archivos y documentos. En el caso del coronel auditor Ángel Manzaneque, del que señala «la labor del auditor desarrollada en la capital durante la Victoria fue tan implacable como anónima a efectos históricos».

Los humoristas del 27 en la barra del Chicote, más tarde enfrentados en dos bandos; el caso del escritor Diego San José, al que Millán Astray salvo del paredón gracias a una biografía; la deconstrucción del suavizado César González Ruano, en oposición al crítico Agustín de Foxá; sobre todo, las andanzas de los represores sin lugar en la historia, sacados a la luz por el tenaz investigador: «Los historiadores carecen de espacio para integrar estas pequeñas historias, pero debieran evitar la tentación de generalizar sin nombres o apellidos porque, de lo contrario, nunca serán capaces de establecer las correspondientes jerarquías en la práctica del terror y el cinismo».

Ríos Carratalá insiste en recuperar esa memoria de la infamia y poner nombres y apellidos a la misma. A algunos lectores les pueden parecer anecdóticos algunos pasajes del libro, pero la Historia se compone de historias, de pequeños hechos que en su conjunto tejen un friso estremecedor de aquella atroz némesis de posguerra del pasado siglo.

Díaz Carratalá, autor de otro trabajo de investigación titulado Periodistas y escritores en tiempos de la República (Renacimiento 2011), deja bien claras sus cartas. «Algunos ensayistas, pocos todavía, procuramos no confundir la violencia con el espectáculo, aunque sea el de los sentimientos y la injusticia. El franquismo fue, en lo fundamental, una pesadilla protagonizada por sujetos anodinos y cínicos en juzgados, comisarías, cárceles, cuarteles, sacristías, oficinas, ministerios€». La historiografía sobre las barbaridades de la posguerra y el franquismo comienza a dejar de ser tabú, gracias a una nueva generación de ensayistas críticos. Ya no hay dos Españas, hay muchas más.

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