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Bajamar del surrealismo

Cabeza visible del Surrealismo, poeta de sentimientos revolucionarios y numerosos ingredientes esotéricos, André Bretón es una de las figuras artísticas y literarias del siglo xx, del que ahora se edita en español su poesía en los años del exilio.

Bajamar del surrealismo

El Surrealismo fue el más relevante de los movimientos de vanguardia que produjo el siglo xx, en el que dejó una huella indeleble al haber conferido entidad doctrinal a dos líneas de fuerza distintivas de la modernidad. Una, el rechazo de la moral basada en la ocultación del cuerpo y la domesticación del sexo; la otra, el reconocimiento de la emoción y la intuición como garantías de autenticidad e integridad del autoconocimiento, el conocimiento del mundo y la expresión de ambos por medio de la literatura y el arte. El repudio de la razón y el de la moral convencional se entrelazaron en el Surrealismo hasta configurar un proyecto que comenzó como rebeldía redentora en el ámbito de la intimidad, y terminó aspirando a convertirse en una revolución supuestamente llamada a remodelar la sociedad entera. Vino así a ser en un episodio de la última pulsión de Occidente, fracasada y engañosa, hacia la libertad.

El Surrealismo tuvo una primera época inspirada por Sigmund Freud, cuyo documento programático fue El primer manifiesto, publicado en 1924. Su idea central era la superación de las nociones habituales y ortodoxas de realidad y de moral mediante la exploración y la emergencia de la imaginación y el deseo, fuerzas que la sociedad teme y reprime en nombre de la razón y el orden. Como corolario, una visión integral del mundo y una moral alternativa, basadas ambas en la irracionalidad y en la espontaneidad del instinto.

El primer planteamiento del proyecto surrealista de subversión no tuvo contenido político. Sin embargo, tal orientación se impuso muy pronto de acuerdo con la lógica implícita en el pensamiento freudiano, ya que era inevitable plantearse la modificación de la norma social represora desde la reconstrucción política de la sociedad de la que emana esa norma, y a la que da cohesión y estabilidad. En los años veinte del siglo veinte, la renovación política se identificaba con el Marxismo y la Revolución Rusa, una esperanza colectiva que tardó un decenio en quedar desenmascarada.

Bretón encontró en Literatura y revolución de Trotsky la confirmación de sus propias deducciones acerca del alcance subversivo del pensamiento de Freud, y desde esa base reclamó la intervención solidaria y revolucionaria en los ámbitos del discurso artístico y literario, la moral y la política. La consecuencia fue el Segundo Manifiesto (diciembre de 1929), donde reprobó y rechazó a aquellos de sus compañeros que no aceptaron como oráculo al Partido Comunista Francés. A continuación los insumisos que se negaban a asumir la politización partidista abandonaron a su líder, cubriéndolo de insultos y reproches en un folleto de 1930 titulado Un cadáver.

Fue un duro golpe para Bretón, redoblado cuando poco después se percató de la ominosa naturaleza de la política cultural estalinista, que imponía la obediencia de los intelectuales y el llamado Realismo Socialista, arte y literatura de propaganda y combate cuya finalidad y cuya estética resultaban inaceptables por implicar un retroceso hacia la mediocridad decimonónica, y por suprimir la libertad de pensamiento y de creación. La quimera puesta en pie por Bretón iba a devorar a su creador, como antes a muchos de los fundadores del Surrealismo y al más valioso de sus miembros, Salvador Dalí. Con él perdió el movimiento surrealista a su mejor pintor, su mejor cineasta y uno de sus más brillantes teóricos. Recordando aquellos años, Dalí escribió en Confesiones inconfesables: «Yo me preocupaba tanto del marxismo como de un pedo, aunque un pedo al menos me alivia y me inspira. La política me parecía un cáncer que roe la poesía».

La afinidad con Trotsky dio una última esperanza al proyecto surrealista, y remachó ostensiblemente su oposición al estado totalitario perfeccionado por el camarada Stalin. Bretón viajó a Méjico en 1938, y allí, junto a Trotsky y el pintor Diego Rivera, redactó el manifiesto Por un arte revolucionario independiente. Es difícil saber cuál hubiera sido su trascendencia de no haber sido asesinado Trotsky dos años después, pero de hecho aquel documento se convirtió en el canto del cisne del Surrealismo.

En 1939 se inició la Segunda Guerra Mundial, y en el verano de 1940 el ejército alemán invadió Francia. Bretón salió en marzo de 1941 camino de un exilio que lo retuvo más de cinco años, principalmente en Estados Unidos. Los escritos que comentamos hoy corresponden a esos años, teñidos en lo político y en lo personal de nostalgia, de soledad y de fracaso, y en los que, sin embargo, encontró Bretón a su último gran amor, Elisa Bindhoff, que fue su tercera esposa.

La obra más importante de esta etapa es, a mi modo de ver, Oda a Charles Fourier, publicada en París y 1947, un largo poema en verso y prosa, ininteligible sin el trasfondo político que más arriba he resumido. Charles Fourier nació poco antes de la Revolución Francesa, y fue el principal representante del llamado Socialismo Utópico, una corriente heredera de la tradición que iniciaron Tommaso Campanella y Tomás Moro en el Renacimiento. Fourier anticipó a su modo el rechazo surrealista de la economía, la política y la moral de la sociedad burguesa contemporánea. Imaginó un mundo igualitario, sin capitalismo, propiedad privada ni tabúes morales, constituido por comunas de unos miles de personas en régimen de producción cooperativa, autoconsumo y trueque, a las que llamó falansterios. Su propósito primordial era conseguir la armonía colectiva y la felicidad individual gracias a la igualdad de los sexos, la libertad del deseo y la búsqueda del placer sin las restricciones morales e institucionales inherentes a la familia, el matrimonio y la monogamia; y también el trabajo vocacional y placentero ajeno a la subordinación y la explotación del operario asalariado. Al mitificar el Socialismo premarxista, Bretón estaba denunciando la miseria de la utopía comunista, paradójicamente responsable del mayor asesinato en masa jamás conocido. El poema ensalza a Fourier por haber sabido amalgamar la salvación del individuo y la regeneración de la sociedad; y compara su pensamiento a un piano «que respondía a todo con un acorde», y no con un tiro en la nuca en el sótano de una checa.

Al editor de este volumen no le ha parecido pertinente tener en cuenta la trayectoria política del Surrealismo, de cuya relevancia he intentado dar un resumen. Sí encontramos, en cambio, constantes y algo beatas referencias a la alquimia, la teosofía, la magia, la cábala y otros ingredientes esotéricos responsables de que en buena parte la obra de Breton sea incomprensible sin prolijas y nebulosas anotaciones y especulaciones, e incluso con ellas.

El largo poema titulado Fata Morgana (publicado en 1941) adopta el nombre de un fenómeno óptico, que es a su vez el de un personaje mítico del folclore medieval artúrico. «Fata» es «hada», y el hada Morgana la hermanastra del rey Arturo; había aprendido las artes del mago Merlín, entre ellas la adivinación, y podía volar y producir sus propias metamorfosis, rasgo que explica que haya dado nombre al espejismo que consiste en verse alargados y elevados los objetos distantes, y que se produce en zonas muy frías, no en desiertos tórridos. Es el más sugestivo de los fenómenos de su especie, ya que genera imágenes no sólo ilusorias sino de apariencia extraordinaria y hasta sobrenatural.

Bretón escribió el poema en Marsella a fines de 1940, mientras esperaba la oportunidad de dejar Francia. «Siento compasión -leemos al principio- de aquellos para quienes el amor se corrompe si no cambia de rostro». Curiosa y nada profética observación en un texto (puesto bajo la advocación de una profetisa, para mayor inri) en el que el autor dialoga con Jacqueline Lamba, a quien iba a desplazar dos años después Elisa Bindhoff, la figura femenina de Arcano 17 (publicado en New York, 1944).

Los arcanos son las imágenes simbólicas de la baraja del Tarot. El decimoséptimo de los llamados mayores representa a una joven desnuda, que junto a un riachuelo sostiene en cada mano una jarra de la que mana agua. Simboliza la juventud, la pureza, la verdad, la fecundidad física y espiritual, el amor, la longevidad, la felicidad, la vitalidad y el entusiasmo: todo cuanto un hombre espera de una mujer. Elisa fue para Bretón una resurrección, y por eso el libro que le dedicó funde la certeza de la propia esperanza con los temores y las dudas acerca del porvenir de la humanidad en el último acto de aquella Segunda Guerra Mundial. Así no es extraño que algunos pasajes de este libro anticipen la Oda a Charles Fourier.

El volumen incluye otros tres poemas. Por el camino de San Romano (1948) alude al tríptico de Paolo Ucello pintado a mediados del siglo xv y dedicado a la batalla de San Romano en que se enfrentaron florentinos y sieneses. Pleamargen (1940) explora el pensamiento marginado de la Edad Media (las herejías y la Mística); Los Estados Generales (1944), la analogía entre la Francia de 1789 y la de 1944. «Estados generales» eran las reuniones del parlamento medieval francés, celebradas por iniciativa del rey cuando necesitaba recursos económicos extraordinarios. La última, en mayo de 1789, dio paso a la Asamblea Nacional, que inició la Revolución Francesa.

Añadiré tres observaciones finales.

Primera. Habría sido útil reunir en algún lugar de este volumen, de forma completa y sistemática, las referencias bibliográficas de las primeras ediciones de las obras en él recogidas.

Segunda. Al traer a nuestra lengua palabras de otra, yo diría que es preferible adaptarlas fonéticamente para que suenen como en su original. En consecuencia, si escribimos «Breton» (que en francés es palabra aguda pero sin acento) se nos convierte en llana en español. Yo diría «Bretón», por muy raro que resulte. Escríbalo sin acento quien quiera, pero entonces habrá de pronunciarlo a la francesa, con sonidos consonánticos y vocálicos que el español no tiene.

Tercera. El editor escribe «Superrealismo» con toda propiedad. «Surréalisme» se compone del prefijo «sur» y del sustantivo «réalisme». El prefijo puede traducirse por «sobre», «súper», «supra» o «híper», pero nunca por «sur», que es uno de los puntos cardinales. De hecho, antes de la guerra civil española nadie hubiera escrito «surrealismo», barbarismo que después se ha impuesto. Yo mismo he utillizado durante toda mi vida, en el aula y fuera de ella, «Superrealismo», pero he acabado por desistir y recurrir a la forma habitual, para que se entienda de qué estoy hablando. Estando Ovidio desterrado en los confines del Imperio Romano, entre los bárbaros, escribió que quienes lo rodeaban lo consideraban un bárbaro a él, porque hablaba en buen latín. Si todos huyen en la misma dirección, el que avanza parece estar huyendo.

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