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Lo breve

Lo breve en literatura está de moda. Utilizo una palabra que me gusta poco -la moda-, referida a lo literario, para entendernos. Las modas son consustancialmente pasajeras, y asociadas a criterios cambiantes y caprichosos, mientras que la literatura aspira a esa entelequia que solemos nombrar con sustantivos como «permanencia», «duración», o, si nos ponemos estupendos, «eternidad». Pero el caso, insisto, es que lo breve está de moda: los aforismos, los haikus, los diarios, los libros de anotaciones, los relatos, los microrrelatos. Me gusta referirme a un ámbito, a un universo: el de lo breve interminable. Lo breve de nunca acabar.

En España, cuando indicamos que algo perteneciente a la escritura está de moda, por lo común queremos explicar que ha pasado de cultivarse como excepción, como rareza (que suele ser lo habitual), a cultivarse con frecuencia, con naturalidad. A poco que haya media golondrina en el cielo de la literatura patria, nos emocionamos con la moda de un verano hecho y derecho. Somos así: meridionalmente hiperbólicos. Y me parece saludable. Siempre he defendido que desde la cantidad, también en asuntos artísticos, es más probable llegar a la calidad, y no al revés. Las tradiciones, antes que nada, representan fenómenos cuantitativos: la abundancia de buenos ejemplos.

Creo que existe un clima propicio hacia lo breve. Escritores que cultivan los géneros «cortos», lectores que los frecuentan, editoriales que los publican, premios que los promueven. Existen nuevas colecciones, en los catálogos de editoriales consolidadas, dedicadas a los aforismos, a los haikus, a los diarios (en Renacimiento, de Sevilla; en Cuadernos del Vigía, de Granada; en Pre-Textos, de Valencia). Algún editor ha acometido la heroicidad de publicar «sólo» libros de relatos, como Juan Casamayor, en Páginas de Espuma. Miguel Ángel Arcas ha fundado, en Cuadernos del Vigía, el primer premio español de aforismos: el José Bergamín. La literatura, para que podamos decir que está viva de verdad, necesita lo mismo que cualquier organismo con vida: un ecosistema.

Algunos creen que esta -digamos- floración se debe al auge de las redes sociales (porque algunos, sin las redes sociales, no terminan de entender cómo ha sido posible que el hombre se manejara en el mundo hasta el día de hoy); pero me parece que, con ese razonamiento, se interpreta lo que no es más que un síntoma como si se tratase de la razón última. Lo breve encaja bien en Twitter, en Facebook, en los blogs, por su condición portátil. Internet favorece la difusión de los géneros de bolsillo, pero no supone más que un ingrediente del hábitat propicio.

Lo bueno, si breve, dos veces atractivo para nuestra memoria, tan asaeteada por todo tipo de estímulos visuales, por todo tipo de premuras. Lo breve, si bueno, dos veces útil para invitarnos a la reflexión, para darle cabida en nuestra existencia atestada de objetos inservibles, de propaganda insustancial, de hojarasca cognitiva.

Sócrates aconsejaba, contra la seriedad, la risa; y contra la risa, la seriedad. Lo breve interminable también nos debe inclinar hacia los géneros «largos». Nos curamos de los mamotretos con un aforismo, y de los aforismos con un mamotreto.

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