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Escolástica

La Escolástica -que no es un tipo de almohada moderna, antibacteriana, muy mullida, y aconsejable en los casos de escoliosis-, consistía, a grandes rasgos, en todo aquello que se enseñaba en las universidades europeas, tanto en el ámbito de las humanidades como en el científico. Esa denominación -Escolástica- perduró hasta bien entrado el siglo xvii. Fue sinónimo, andando el tiempo, de mal latín -es decir, de ignorancia-, y de pensamiento artificioso. Los ilustrados entendían por ello todo aquel conocimiento que pretendían combatir, para lograr que el hombre pensara por sí mismo, adquiriera la mayoría de edad mental y abandonase las tinieblas del saber, que nublaban su razón. Que enturbiaban la Razón.

Los enemigos de la Escolástica difundieron, como ejemplo de sus confusas disquisiciones, ejemplos como el siguiente, tal vez exagerados. ¿Cuántos ángeles -dicen que se preguntaban los escolásticos- pueden llegar a bailar en la cabeza de un alfiler? Desde el punto de vista filosófico, lo más probable es que se trate de una pérdida de tiempo una duda semejante (aunque ¿quién no ha tenido que estudiar, en sus años universitarios, muchos asuntos tan escolásticos como el que acabo de referir?). Se supone que las aulas de las universidades deben dedicarse a materias trascendentes, y no a sutilezas de la ciencia ficción.

Ahora bien, para los intereses de la literatura, no encuentro ninguna materia más inspiradora que la Escolástica. Sé que a muchos temperamentos este género de preocupaciones les parecerá frívolo e innecesario. Prefieren estudiar las oscilaciones de un asunto tan sólido como el índice Dow Jones. Sin embargo, a mí me preocupa más el baile de los ángeles.

Desde hace mucho tiempo ciertas preguntas me quitan el sueño. ¿Bailan de verdad los ángeles, o lo que tomamos por un baile consiste tan sólo en el aleteo propio de su condición angélica? En el caso de aceptar, como parece razonable, que los ángeles, en efecto, procedan a ejecutar algún tipo de danza, ¿está inspirada en alguna danza humana conocida, o se trata de un ritual nunca visto, y de una belleza imposible de imaginar por nuestro conocimiento? ¿Se mueven al compás de una música que sólo ellos escuchan, y que emana de sí mismos, o lo que los empuja al baile es la propia música de las esferas, la pura armonía universal de la que han hablado los poetas, los filósofos y los santos? Cuándo escuchan música comercial, ¿qué estilo prefieren: el rock, el soul, el country, la jota aragonesa (que parecía emocionar a Schopenhauer, para asombro de sus lectores modernos)?

En la cabeza de un alfiler pueden bailar incontables ángeles, imagino, porque su naturaleza no es contable ni mensurable, sino más allá de la medida y el número; pero estoy seguro de que el problema es otro. Cuando bailan -ya que sostengo que así ocurre-, ¿siguen una coreografía, o, por el contrario, improvisan según la inspiración que en cada momento les insufla la divinidad? ¿Bailan mejor los serafines, los querubines, los tronos, las potestades? ¿Estudian ballet, o su ritmo es una cualidad innata, como la de los negros de Nueva Orleans?

Todos estos asuntos -objeto de la literatura de creación- no me dejan dormir.

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