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Juan Arnau: "El mundo libra una batalla entre tecnócratas y humanistas"

Ha escrito diversos textos sobre pensamiento budista, incluido una traducción del Bhagavad Gita, y ha novelado la vida de filósofos como Spinoza o Berkeley. Vive y piensa desde Valencia

Juan Arnau: "El mundo libra una batalla entre tecnócratas y humanistas"

¿Lo de embarcarse antes de acabar la Universidad fue un impulso literario o una locura de juventud?

Bueno, creo que ambas cosas. El deseo de aventuras era innegable y una de las más atractivas era, claro está, navegar, revivir las lecturas de Stevenson y Conrad. Nuestro barco era un velero antiguo y eso ayudaba. Atravesamos el Atlántico y navegamos por el Mediterráneo y el Caribe. Fue una época muy intensa, de continuas aventuras, que es lo que uno busca cuando tiene veinte años.

¿Buscaba aventuras o a sí mismo?

La búsqueda de aventuras es la búsqueda de los propios límites. Cuando éstos ya son muy reconocibles, uno deja de buscarlas. Es una manera como cualquier otra de ir conociéndose, un poco más cansada quizás, y una forma estupenda de hacer amigos. Conservo los amigos de entonces y aunque no nos vemos mucho, nos vigilamos desde la distancia. El mar es, además, un medio muy educativo, te enseña muy rápido a distinguir lo necesario de lo inútil.

¿Por qué estudia Astrofísica? ¿seguía buscando respuestas o se veía cómodo haciendo ecuaciones complicadísimas y observando por telescopios?

De niño veraneábamos en Rubielos de Mora, mis padres habían construido una casa de montaña alejada del pueblo. El cielo nocturno ofrecía un contraste excepcional. A veces subía unas mantas al tejado y me dormía mirando las estrellas. Esa «atracción» fue la que decidió por mí. Al principio fue apasionante. Me interesaban especialmente la cosmología, el origen del universo, y la vida de las estrellas, que como sabes nacen, crecen, se reproducen y mueren. Las estrellas se comportaban como seres vivos y esa idea me fascinaba. ¡Por algo habían sido los domicilios simbólicos de la antigüedad! Pueden devorarse por amor o convivir pacíficamente durante mucho tiempo y morir emitiendo un destello de luz. La carrera era dura y exigía grandes conocimientos de análisis matemático, álgebra y geometría, eso ya no era tan divertido. Terminé en el 94 y lo que no me acabó de convencer fue la moraleja de todo aquello. El universo parecía un lugar frío y desafecto, donde la vida y la conciencia no era más que un accidente...

¿Dios juega a los dados o el que jugaba era Einstein?

Einstein, como todos aquellos que se han formado en las matemáticas, creía que había unas leyes inmutables de la naturaleza, algo que por otro lado creen la mayoría de los físicos y que se ha convertido en un dogma de esta ciencia. Es decir, creía que en un universo en evolución donde todo cambia, había algo que no cambiaba: unas leyes escritas en un lenguaje simbólico y que habitaban, por así decirlo, un cielo matemático. En este sentido seguía a Spinoza y la tradición judía, cabalística y filosófica, que hizo y hace de los símbolos entes eternos que, sin cambiar ellos mismos, hacen que todo cambie. Y no deja de ser curioso que el genio y la imaginación de Einstein, que abrieron las puertas a la física cuántica, no pudiera aceptar una de sus consecuencias, el universo abierto, el hecho de que las leyes del mundo puedan cambiar, es decir, el hecho de una evolución radical en la que ese dios simbólico no está hecho, sino que se va haciendo a medida que se hacen sus criaturas. De manera inconsciente, Einstein prefería un mundo acabado, donde la partida ya estaba jugada, aunque no conociéramos su desenlace (sólo Dios lo sabía). El filósofo budista Nagarjuna lo decía de un modo elocuente: «el padre hace al hijo tanto como el hijo al padre». Esa participación radical, que estaba implícita en la filosofía de Spinoza, es la que me interesa. A ella está dedicada La invención de la libertad (Atalanta, 2016), un libro que aparecerá en breve.

¿Nos iría mejor o peor si tratáramos de explicar en las escuelas lo que es la física cuántica o la teoría de las supercuerdas?

No lo creo. La física cuántica, como toda ciencia, es una narración. Una narración sorprendente que apenas ha sido asimilada. Tiene un aparato teórico y simbólico complicado, árido y, en muchos aspectos, ciego. Cualquiera que haya estudiado cálculo tensorial lo sabe. Digamos que no permite fácilmente el vuelo de la imaginación y en ese sentido es poco participativa. Seguramente nos iría mejor explicando bien ciertos mitos, incluso aquellos que nos constituyen y consideramos irrenunciables.

Supongo que después de tantas incógnitas abiertas por la astrofísica siguió buscando respuestas y se fue como becario a la India... Por qué la India, hasta el extremo de quedarse en Benarés estudiando filosofía sanscrita...

No sé de dónde vino mi atracción por la India, quizá de los cuentos de Tagore que mi madre me leía a orillas del Mijares. El caso es que tenía muy claro que acabaría viajando a la India, y eso que no era hippie ni hacía yoga. Entonces trabajaba de guionista en Madrid y tuve la suerte de que Víctor Erice me escribiera una carta de recomendación que fue bien recibida en la AECID. En la India viajé mucho, descubrí un país alucinante y antiguo, donde la modernidad parecía no haber llegado, era como visitar otro planeta. Empecé a investigar su cultura y filosofía en la Universidad de Benarés, allí conocí al sanscritista Óscar Pujol. Muchos paseos y muchas conversaciones me decidieron a profundizar en el tema. A mi regreso solicité una beca para hacer un doctorado en indología en El Colegio de México y me fui para allá, a estudiar sánscrito y el pensamiento de brahmanes y budistas. En aquella época para conocer la India en España había que ir a América, parecido a lo que hizo Colón.

Salvador Pániker decía que era necesario hacer los dos viajes: el de la India y el de Nueva York€

Viajar a la India es como viajar al pasado. Ciertos rincones de la India tienen la virtud de ofrecer el paisaje de la Antigüedad, y no hablo de arquitecturas sino de formas de vida y pensamiento. En ese sentido nos ayuda a saber de dónde venimos y si hemos perdido algo en el trayecto. Si la India es el alfa, Nueva York es el omega, en cierto sentido es el lugar hacia el que va el mundo, nuestro mundo. Veo ahora en España cosas que veía cuando vivía en Estados Unidos hace quince años. Pániker tenía razón, conocer y vivir en los dos lugares nos da una visión panorámica de lo que ha sido la cultura occidental.

Vivimos en un mundo dominado por tecnócratas, ¿qué lugar queda para las humanidades ante el poder tecnológico?

El mundo contemporáneo libra una batalla latente entre tecnócratas y humanistas. Los primeros detentan el poder de lo cuantitativo, los números que rigen la economía y la riqueza de las sociedades, ellos creen tener ganada la batalla a los humanistas, cuya ingenuidad aboga por lo cualitativo y lo creativo. Pero en el fondo del motor interno del aparato financiero, ese que hoy devora la economía real, en su raíz más profunda, no encontramos los algoritmos de los ordenadores que controlan los mercados bursátiles, sino pasiones humanas como la codicia o la envidia. Y sobre éstas los tecnócratas apenas saben nada, simplemente se dejan arrastrar por ellas. Sobre las pasiones los expertos son los humanistas, de modo que los problemas generados por un mundo en brazos de la técnica sólo podrán resolverse mediante el humanismo.

Y además de astrofísica e indología, a usted le ha interesado mucho la filosofía occidental, y la literatura y el cine€

Mientras investigaba el budismo, mi trabajo como docente en Estados Unidos consistió en enseñar literatura y cine en la Universidad de Michigan. Gracias a esos cursos conocí a fondo a Borges, Cortázar, Onetti, Monterroso, Buñuel. Entonces estaba investigando un texto del filósofo Nagarjuna, que curiosamente congeniaba con lo que decían Borges y Cortázar en sus cuentos. En verdad el mundo es un lugar extraño y terminé por convencerme de que no es como dicen que es.

Tardó en publicar, pero a partir de los treinta y tantos no ha parado, en México, con Jacobo Fitz-James, en Kairós€ Empieza como investigador del budismo y vuelve a Valencia y empieza a publicar en Pre-Textos sobre filósofos que le interesan: Berkeley, Spinoza€

Mis primeros libros estuvieron dedicados al budismo y desde entonces tengo con el budismo una deuda impagable. Muchos de mis trabajos de ahora no tendrían su razón de ser sin el trasfondo budista que anima su planteamiento. Y el diálogo con el budismo no está ni mucho menos interrumpido. Ahora busco puntos de unión con el pensamiento occidental, de ahí que haya dedicado mis últimos libros a filósofos europeos que, en cierto sentido, comparten algunos planteamientos esenciales del budismo. Spinoza por su visión inmanente del espíritu, Berkeley por ser, sin saberlo, un budista. En este sentido, la figura del teólogo valenciano Agustín Andreu ha sido decisiva.

Busca los nexos entre filosofía occidental y budismo hasta el punto de haber alumbrado, después de muchos años de trabajo, el Manual de Filosofía Portátil, un libro ya va por la tercera edición, y que ha sido uno de los finalistas del último Premio Nacional de Ensayo, además de Premio de la Crítica Valenciana 2015.

El libro surgió de la necesidad de «regresar a casa». Después de una década de investigación del budismo necesitaba redescubrir nuestra tradición filosófica y me puse a ello, primero de forma espontánea, casi lúdica, eligiendo a los pensadores que más me interesaban y poco a poco fui recorriendo la historia de la filosofía con ojos budistas, y lo que se veía no era precisamente lo que nos habían contado, así que pensé que valía la pena mostrar a otros ese paisaje.

Usted se ha adelantado a una supuesta divulgación de la filosofía entre el gran público. Este mismo verano se han lanzado dos ediciones para quioscos de filosofía para todos los públicos...

Una de las máximas de este libro es que la filosofía es algo que ocurre en la vida, y no la vida en la filosofía. Esto supone un acercamiento a facetas de la vida de los filósofos que no son estrictamente filosóficas, como su correspondencia, su vida afectiva, su pasión por los viajes o por el sedentarismo, su forma de ganarse la vida. Un acreditado librero, Sergio Valdeska, se refería al Manual como «libro de lectura» y creo que acierta.

El rasgo decisivo del libro es esa contextualización de los pensadores. Al modo de los historiadores de las mentalidades -Duby, Le Goff...- relata aspectos de sus biografías: por ejemplo, nos presenta a un Nietzsche pesaroso, nada vitalista, y a un Kant divertido y social€ ¿Hay un patrón común en la vida de los filósofos?

Definitivamente no. Y sin embargo, hay una vida filosófica. En qué consiste es algo difícil de decir. El libro se centra en algunas categorías básicas. Una de ellas es la vida afectiva. Es asombroso comprobar cuantos filósofos fueron personas solitarias o eligieron la soltería. Pero ello no significa que carecieran de vida afectiva. Spinoza tuvo a sus amigos, Leibniz a sus princesas, Plotino a sus discípulos, Platón a sus alumnos, Kierkegaard se enamoró de joven, pero renunció al matrimonio porque tenía la sensación de estar destinado a cumplir una misión. Nietzsche también se enamoró, pero la dama le fue arrebata por un amigo. Kant y Hume tantearon el matrimonio pero se escabulleron. Es curioso que dos de los filósofos más sistemáticos tuvieran familias: Aristóteles y Hegel. Otros tuvieron amantes, como Agustín, o amigos de una intimidad férrea, como Montaigne y Wittgenstein. A Sócrates le pesaba la familia, y entre los más familiares encontramos a Berkeley. Otro asunto interesante es cómo se ganaban la vida. La mayoría de ellos no entrarían en la categoría de «profesionales». Wittgenstein y Nietzsche fueron académicos a regañadientes. Hegel y Kant fueron profesores toda su vida, aunque al último le llevara mucho tiempo acceder a una cátedra. Otros vivieron de rentas, como Kierkegaard y Montaigne, o de sus discípulos como Plotino y Platón. Spinoza rechazó una cátedra y vivió de sus protectores y del tallado de lentes.

¿Son viajeros los filósofos?

Hubo filósofos que apenas se movieron del terruño, como Spinoza, Kierkegaard, Novalis o Kant. Y otros que se embarcaron, cuando no era fácil navegar, en pos de ambiciosos proyectos, como Platón, Ramón Llull y Berkeley. Leibniz y Tomás de Aquino viajaron muchísimo. También Plotino, Hume y Montaigne viajaron en su juventud. Aristóteles y Hegel, los sistemáticos, fueron más bien sedentarios.

Su planteamiento es muy poco académico, hay cierta frescura ingenua...

El lector que se aproxima al libro, como el filósofo portátil, no ha de temer la ingenuidad. El temor a pasar por ingenuo ha sido y es una de las lacras del mundo académico y la alta cultura. Wittgenstein detestaba los ambientes académicos, en los que el lema parece ser: «que nada me sorprenda», «que ante nada puedan creer que no lo había previsto». En mi estancia en la Universidad de Michigan pude comprobar que es una enfermedad generalizada entre profesores y gentes que se consideran a sí mismas inteligentes. En estos ámbitos, y ocurre también con muchos novelistas y escritores, parece que ser cínico, sarcástico o corrosivo, es síntoma de inteligencia. ¡Ah!, y despiadado, es fundamental ser despiadado. Por el contrario, el filósofo portátil preserva celosamente ciertas dosis de ingenuidad y cercanía. Le gusta que la realidad lo sorprenda, le gusta el asombro y tiene una actitud devota ante el universo, sabe que de éste surgen posibilidades, aperturas, horizontes€

¿Por qué resume la filosofía occidental en veinte pensadores? ¿Por qué esos veinte? ¿Dudó sobre incluir o dejar a algunos?

Las presencias y las ausencias son una declaración de principios y al msmo tiempo son circunstancias. Se trataba de hacer un libro manejable. Heidegger, con todo su genio, fue un filósofo, digamos, escolástico, muy poco vivido, muy poca vida fuera de las aulas y las bibliotecas (algunos paseos, eso sí), y como persona no fue, digamos, un ejemplo. Me han interesado especialmente los buenos escritores, entre los que destacan Kierkegaard y Nietzsche, también Hume, que siempre buscó la celebridad literaria. Hegel era un pequeño desastre, como Kant. Berkeley tenía un inglés impecable y Heráclito un talento lapidario.

El libro recuerda El corazón de las tinieblas de Conrad por su estructura al modo de una travesía para remontar el río del conocimiento, un río arriba que parte de la antropología estructuralista de Lévi-Strauss y culmina en Heráclito, el creador de la dialéctica de los contrarios€

Bueno, Heráclito era un experto en ríos y hacia él vamos. Efectivamente la metáfora que se utiliza es la de remontar un río, el río del devenir. Ese río se nos viene encima y podemos verlo pasar o zambullirnos en él, lo cual es mucho mas divertido. En este sentido el Manual es una «aproximación al origen» como diría Pániker. Algo nos hemos dejado en el camino y conviene averiguar qué es. Si nos sumergimos en la filosofía de hoy encontraremos poca vida bajo la superficie, mucho tecnicismo y análisis, muy poca alma. Por eso lo que se propone es navegar hacia las fuentes de la filosofía.

¿Qué es el filósofo portátil?

Un comentarista discreto que aparece esporádicamente para hacer algunos comentarios al tiempo que observa la vida de los filósofos y asimila sus perspectivas. Queda para el lector, si gusta, configurar explícitamente qué es la filosofía portátil y cuáles serían sus directrices. Que sean claras para el autor no significa necesariamente que sean comunicables. Quizá algún día sea capaz de exponerlas. ¿Quién sabe? El conocimiento concreto siempre nos hace más sabios que el abstracto y, en este sentido, el portátil, que aquí hace las veces de lector, dispone de múltiples ocasiones para poner de manifiesto su opinión. De modo que la filosofía portátil se sugiere más que se expresa, mediante una serie de acotaciones breves que jalonan el texto. Comentarios puntuales, algunos de ellos de sesgo budista, sobre lo que los filósofos afirman o niegan, y, quizá más importante, sobre la forma en que abordan los problemas y se sitúan ante ellos. La filosofía es una cuestión de perspectivas y horizontes, más que de conceptos o afirmaciones.

La línea maestra del libro, si me lo permite, consiste al modo heideggeriano en desanudar la trampa del lenguaje: la filosofía, como la ciencia, serían relatos abstractos conformados por el lenguaje. Y curiosamente Heidegger no está...

A Heidegger le gustaba mucho jugar con las palabras y en ese juego era el maestro supremo. Mucho tiempo se ha perdido con su filosofía del lamento y creo que ha llegado el momento de abandonar esos hábitos, el del palabrero y el quejumbroso, que tanto gustan a los franceses. Si algo podemos aprender de la historia del pensamiento es que la solución al enigma del mundo no puede ser simbólica, no puede ser una frase o un conjunto de frases, como tampoco puede ser una ecuación o un conjunto de ellas. Como decía David Bohm, las teorías o son ventanas o no son nada. Una frase o ecuación siempre remitirá a otra. La clave del asunto debe buscarse en la vida mental, en la cultura mental. La identidad o la lengua no son temas urgentes, sí lo son el cultivo de la atención y el cuidado de la percepción. Hume lo vio claro, también los budistas. La pregunta filosófica por excelencia es ¿en qué cultura mental debo ejercitarme para llevar una vida plena y sana?

Y no hay ni rastro en su libro de la visión político-económica de la filosofía, ni del psicoanálisis€

Carezco del pathos politicus. Nietzsche decía que quien tuviera el furor philosophicus en el cuerpo, de poco tiempo dispondrá para cultivar el furor politicus, y se cuidará sabiamente de leer todos los días los periódicos o de ponerse al servicio de un partido. Y yo me temo que, para bien o para mal, tengo metida la filosofía en el cuerpo. Respecto al psicoanálisis tengo dos objeciones serias. La primera con respecto a los efectos curativos del lenguaje, que enlaza con la pregunta anterior, y que podrá aplicarse también a los lacanianos. La cuestión no es identificar tu deseo oculto, la cuestión es cómo gestionar los deseos y, sobre todo, si es legítimo apropiárnoslos o creerlos nuestros. La segunda objeción es su tendencia, a mi entender equivocada, a buscar el origen de nuestros conflictos en la infancia. Nuestros problemas vienen de mucho más atrás.

Permítame que se lo diga, pero además de divulgar, relatar sintetizando, buscar el dharma y contextualizar, su libro está lleno de ideas propias, establece un diálogo constante entre el pensamiento de sus filósofos y el suyo propio y me parece que esa es su gran aportación...

Todo escritor escribe para los demás y para sí mismo. Escribir es una forma entre otras de aprender y organizar el propio pensamiento. Lo esencial del proceso de escritura del Manual fue ponerse en el pellejo de los grandes pensadores y ver cómo se ve el mundo desde allí. Hemos abusado de la filosofía crítica, es hora de una filosofía de la empatía, de ver con los ojos de otro, de congeniar. La filosofía debería ser un arte de la simpatía. Y en ese sentido para mí, como para cualquier lector, la vida y las ideas de los filósofos sirven para trazar un camino filosófico propio.

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