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La preciosa visión del Dharma verdadero

Retrato del autor Eihei Dogen LEVANTE-EMV

Hay libros que hacen de este mundo un lugar más digno todavía de ser amado. El Shobogenzo es, sin duda, uno de ellos. En nuestro idioma, hasta hace sólo unas semanas, carecíamos de una versión mínimamente fiable de la obra magna del maestro Eihei Dôgen. Y es que se trata de un texto cuya traducción no puede acometerse desde el conocimiento filológico sin más. La traducción de esta obra -como la de cualquier otra- exige familiaridad con lo que en ella constituye su meollo, su centro de irradiación, podríamos decir. Comprender al maestro Dôgen esconde, además, una peculiaridad: nos exige comprendernos a nosotros mismos. El que esté dispuesto a iniciar la gran aventura encontrará en este libro algo más que un testimonio fidedigno y una guía cierta, verá que se le alegra algo por todo el cuerpo, como el que oye la música del agua y la siente familiar, y canta con ella sin despegar los labios.

Más de veinticinco años de perseverancia en la práctica de zazen por parte del maestro Dokushô -o sea, en la práctica del desprendimiento, del amor pues- avalan este trabajo. «Zazen es un acto de amor, el acto de amor por excelencia», ha escrito nuestro amigo. Sólo desde la desnudez más radical es posible convertirse en cauce despejado, en posibilidad cumplida. Esta versión del Shobogenzo -desde mi punto de vista una de las obras más hermosas de la historia del verdadero pensamiento, a la par que una de las cumbres de la literatura universal- no es un trabajo de carácter meramente intelectual, aunque no falte a ninguna de las exigencias eruditas; es un gesto de entrega, un acto de amor, un ofrecimiento y una celebración. Celebración, digo, de la suprema hermosura, que consiste, ni más ni menos, en que las cosas sean tal y como son, como siempre lo fueron y siempre lo serán. Sabe Dokushô por experiencia que tal hermosura, esta visión preciosa del Dharma verdadero, aunque no sea susceptible de aumentos o menoscabos, crece en el gozo del contagio y siempre está llamando a nuestra puerta.

La llamada de Dôgen nunca sonó tan clara, tan nítida y musical en castellano. Los lectores, ahora, no podrán volver a aducir que no entienden el fraseo del maestro, aunque puedan no entender el sentido final de sus palabras. Intentar entender a Dôgen a través del razonamiento es como tratar de beberse una cucharada de agua, provistos de un flamante tenedor. Dôgen no busca que lo entendamos, sino que lo entendamos de una vez por todas. Lo cual es imposible si procedemos por partes. Así pues, el maestro prescinde casi por completo de argumentos. No es su función la de convencer a nadie de nada -puesto que cualquier convicción que no proceda de haber gustado con la lengua conduce indefectiblemente a la cueva del demonio negro-; Dôgen se limita a proclamar el Dharma, la vivencia directa de la naturaleza propia. Como verdadero poeta, despliega ante nosotros un mundo de paradojas, afirmaciones vehementes, imágenes irracionales y dudas siempre vibrantes, en el que sólo nos es posible penetrar por rendición, por puro encantamiento.

Lo que, con mucha paciencia y tesón, ha conseguido el amigo Dokushô -asistido por un solvente grupo de traductores- no se paga con dinero, pues lo que se ha logrado aquí es que Dôgen pueda ser por fin sentido como uno de los nuestros. Me explico: Dôgen no era nadie en castellano, llevaba una existencia más bien fantasmal, plagada de derivas e imprecisiones, en la que sólo los adelantos publicados por Dokushô en sus diversos libros comenzaban a poner algo de orden. Ahora lo tenemos aquí por entero, alzándose ante nosotros en cuerpo y alma, hablándonos en nuestro propio idioma. Ya no importa demasiado entender lo que está diciendo el maestro, ¿quién entiende la poesía? Y sin embargo, la poesía se entiende, ¡vaya si se entiende!, y con una claridad que no necesita más que de su propia transparencia. Leamos a Dôgen:

El lugar y el tiempo en los que el loto azul florece y se expande son el fuego y el tiempo del fuego. Todas las chispas y las llamas del fuego son el lugar y el tiempo en los que florecen y se expanden los lotos azules. Si no fuera así, ni la más diminuta chispa de fuego aparecería, ni la menor llama podría prender. Es preciso que sepas que hay cientos de miles de lotos azules en una simple chispa de fuego, y que los lotos azules florecen y se expanden sin límites en el cielo y en la Tierra, en el pasado y en el presente. Cuando veas y comprendas el lugar y el tiempo en los que aparece el fuego, podrás ver y comprender la floración de los lotos azules.

A esto me refería antes cuando hablaba de alta poesía y, por añadidura, de esa dimensión donde lo que enuncia la palabra, en su hallazgo manifiesto, resulta irrebatible y queda fuera del alcance de la opinión. «La floración de los lotos azules en el lugar y el tiempo de las chispas y las llamas» no se refiere a ninguna verdad trascendente de modo simbólico, sino que es la verdad misma y desnuda de «la floración de los lotos azules en el lugar y el tiempo de las chispas y las llamas», al menos para todos aquellos que hallen en sí la bendición de su propia desmedida. Quién podría desear mayor claridad para sus ojos, un canto más rendido.

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