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Proyectar

Lo diré sin ambages, aunque vayan a temblar el Círculo de Bellas Artes y las asociaciones de acuarelistas: la inmensa mayoría de pintores realistas y de los llamados pop usamos para dibujar y pintar el proyector de opacos. «La máquina de calcar» le llamaba Andy Warhol. Después de ver con extrañeza y repetidamente esa expresión en textos de y sobre Warhol, caí en la cuenta de a qué se refería. En definitiva, lo que hacemos siguiendo las formas de la imagen proyectada es calcar, aunque por ello normalmente entendamos hacerlo a partir de una imagen situada debajo.

Y no solo pop y realistas. Puede que lo que viene ahora cree aún más trastorno: Tàpies también usaba el proyector. Y es fácilmente entendible; si estás pintando un cuadro de cuatro metros y estás situado a otros cuatro metros del mismo, dominas totalmente el formato, pero no puedes pintar porque estas a cuatro metros. En cambio, delante mismo de la tela (o lo que sea) solo podrás ejercer control sobre un círculo de, digamos, metro y medio de diámetro. Entonces el proyector de opacos te puede ayudar a componer la obra.

Porque el proyector puede servir para componer, dibujar o pintar. Solo conozco dos casos (aunque más habrá) de pintores que no usan el proyector: Antonio López y Manuel Sáez, que a cambio usan compases y otros artefactos que aunque parezcan más arcaicos, en realidad su utilización es mucho más sofisticada que la del proyector. La gente ajena suele creer que un pintor se pone delante de una tela, por las bravas, y hala. Eso pasaba en géneros del pasado: retratos, paisajes, pero para elaborar composiciones complejas había que inventar algo.

Y hablando del pasado, si no la máquina, porque no había donde enchufarla, sí existía ya desde el Renacimiento el principio del proyector de opacos, que era el mismo que el de la fotografía: la Cámara Oscura. En mi antiguo domicilio, a la siesta, merced a un diminuto agujero que había en la persiana, podía ver proyectados en la pared de enfrente los coches aparcados en la calle, así como los otros coches y personas que pasaban, eso sí, cabeza abajo. Eso es la cámara oscura.

Y hay grabados de Durero (Albrecht Dürer 1471-1528) que muestran el sistema y funcionamiento de la cámara oscura y otras técnicas de dibujo (como la que vemos en el film El contrato del dibujante). Además, en la actualidad pueden ver en YouTube un fantástico documental del pintor pop inglés David Hockney, donde desde la Física, especialistas en Óptica demuestran (¿habrá que decir científicamente?) el uso de lentes y/o la cámara oscura en la gestación de cuadros de pintura antigua.

De niño, Salvador Soria me prestó un libro del dibujante norteamericano Andrew Loomis, en el que aparte de entretenerme dibujando (para luego borrar) el vello púbico a los dibujos de modelos desnudas que carecían del mismo, pude leer allí donde el artista, un purista, criticaba a los que en su estudio se valían de artilugios para dibujar y cuando tenían que hacerlo en público se encontraban en un aprieto. Algo hay de verdad en esto: está el pintor que sabe dibujar, al menos correctamente, cualquier cosa, es solo que con el proyector avanza mucho más, y también hay alguno al que si quitas el aparato no hace la o con un canuto. Ahora bien, también está el caso del listillo que te dice que eso es hacer trampa. A estos indivíduos siempre les digo lo mismo: «inténtalo tú».

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