Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Erección y realismo

La semana pasada, la Escuela de Bellas Artes de Valencia invitó al pintor Antonio López, para mantener un coloquio acerca de la persistencia de la pintura «en los tiempos del arte». Las comillas son mías, pero el subtítulo pertenece a los organizadores del encuentro, José Saborit y Ricardo Forriols. El arte, que deberíamos escribir con mayúscula en este caso -el Arte-, se ha convertido en una actividad de límites complejos, belicosos y difusos, que desde sus orígenes (a partir, más o menos, de las vanguardias históricas de comienzos del siglo xx, en adelante), amenaza rencorosamente con expulsar la pintura -esa anticuada disciplina de museo, dicen algunos- lejos del universo artístico.

Por paradójico que pueda parecer a los simples espectadores el discurrir de las artes plásticas en los últimos cien años, hay quien defiende con seriedad tesis como estas, hasta el extremo de ganarse una alta consideración como teórico. En el ámbito de la palabra escrita, el equivalente sería el acto de que los tertulianos de la televisión y la radio decidieran una mañana que la poesía representa un trabajo absurdo y obsoleto para los intereses del hombre, y decretaran su expulsión de la Literatura.

Pero dejemos las disquisiciones sin importancia real (porque la pintura y la poesía, esas hermanas, gozan de excelente salud), para centrarnos en asuntos de peso. En el cartel que anunciaba la charla con Antonio López, se veía al artista sentado en su taller, con actitud seria y concentrada: los brazos apoyados en las rodillas y las manos juntas en primer plano, como si estuvieran más fatigadas que el resto del cuerpo, unas manos que insinúan a la vez algo de ofrecimiento y de lasitud tras el esfuerzo del día. Al fondo hay grandes lienzos vueltos del revés, con los bastidores al aire, y vemos por el suelo cajas de madera, pinceles, trapos: los estudios de los pintores siempre dan la sensación de un cuarto de juegos infantiles en donde no hay ni necesidad de mantener el orden ni madre que riña al propietario por su adanismo. Detrás de Antonio López, colgado de un bastidor hay un esbozo de un torso humano, y, a su lado, un cuadro a medio pintar, con dos desnudos de hombre, de perfil, manteniendo una considerable erección (aunque el adjetivo considerable, hablando de erecciones, constituya siempre una licencia literaria aproximativa).

«No lo he pintado del natural», les confesó el artista a mis amigos organizadores. Teniendo en cuenta la legendaria flema creadora de Antonio López, resulta lógico. Una erección no puede mantenerse más o menos idéntica durante veinte o veinticinco años. Las dificultades generales de la turgencia me han dejado caviloso. Creo que el realismo constituye siempre una actitud mediante la que se acata el carácter prodigioso del mundo. Todos los realismos son mágicos, en definitiva. Esos interiores domésticos de los realistas madrileños, esas escenas de chalet que a veces pintan, esas vistas de las azoteas urbanas, más que al reconocimiento del universo inmediato, nos empujan a sospechar el carácter irracional e insondable de las apariencias. Todas las erecciones, en su fugacidad detenida, son también ciencia ficción.

Compartir el artículo

stats