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Truman Capote, el adolescente prodigioso

Una casualidad descubrió una caja con los cuentos adolescentes de Truman Capote en la Public Library de Nueva York

Truman Capote, el adolescente prodigioso

«Los acantilados resplandecían magníficos, como centinelas de un mundo antiguo», esta comparación -perteneciente al cuento Lucy- la escribió un chico con apenas quince años. Talento narrativo en estado puro, y todavía era un chaval. Los Relatos tempranos, de Truman Capote que ahora publica Anagrama, tan solo un año después de su edición en NYC -escritos cuando tenía entre 14 y 16 años- están cuajados de frases estupendas colocadas como gemas en virginales historias. Cuentos que poseen la inequívoca atmósfera del universo escolar, con sus amoríos, juegos, peleas, y sus escenas de habitación en el campus.

Pero ese chico blanco, criado en el Sur racista americano -Luisiana y Alabama rural- debió contaminarse algo de la calenturienta atmósfera faulkneriana de Yoknapatawpha para escribir relatos como La señorita Belle Rankin a los 16 años, mucho antes que su colega Carson McCullers publicara sus maravillosas novelas de ambiente rural y sureño.

Mucho tiempo después, mientras la gran escritora americana -siete años mayor, y con tantas cosas en común con Capote: su alcoholismo y depresiones, su temprana muerte- seguía fiel al mundo añejo del profundo sur, escribiendo Reloj sin manecillas, en 1961, Capote buscaba tema para su Cold blood.

Capote palpó el ritmo de los tiempos. Su estilo hizo escuela. Fue un vanguardista, y combinó la literatura con el periodismo, para dar paso a radicales prosistas como Wolfe, Mailer y, finalmente, Carver o Auster. Por no hablar de su influencia en el periodismo moderno, desde sus primeros reportajes en The New Yorker.

En este volumen de cuentos se hallan las semillas de un narrador prodigioso. La editora Anuschka Roshani cuenta que los manuscritos fueron descubiertos por casualidad en nueve cajas de cartón arrinconadas en la Public Library de Nueva York. «Creímos que en la caja High School Writings (1935 a 1943) encontraríamos los garabatos inacabados de un joven imberbe», escribe en el epílogo. Y, sin embargo, no fue así, pues de los catorce cuentos de esta edición, al menos media docena podrían haber sido escritos por un Capote adulto.

Y todos ellos dan inestimables pistas sobre el futuro estilo del escritor, lo que convierte este libro en un buen manual para aspirantes a escribir -de «cómo construir un cuento»- para esa moda, un tanto excéntrica entre nosotros, que consiste en intentar aprender a ser exitoso novelista o poeta en un par de meses, estudiando en una escuela para escritores.

En cuentos como La Tienda del molino o Terror en el pantano, se descubre la obsesión de Capote por las serpientes, que cristalizó en un relato impresionante incluido en Música para camaleones (Anagrama, 1988), en el que un matrimonio es atacado dentro de su coche por cobras drogadas con anfetaminas. Claro que a él le picó una serpiente mocasín en la rodilla a los nueve años.

«Al rato el fuego prendió: se oyó el crepitar de la madera y el brincar sonoro de las llamas, como un tableteo de huesos», he aquí otro ejemplo de tremenda analogía de los muy cuidados cuentitos del escritor adolescente, el niño prodigio.

Muchos relatos describen los ambientes escolares: picnics bucólicos y atmósferas primaverales. Pero relatos como el ya citado La Señorita Belle, El desconocido familiar, Hilda o Lucy, justifican el interés de la recopilación. La editora Roshani recuerda que en 1948, al publicarse Otras voces, otros ámbitos su editor se refirió a Capote «como un tipo muy seguro de sí mismo como artista, como artesano» pero muy inseguro como ser humano y con «todos los estigmas del genio».

La editora concluye que «su enorme radicalismo como escritor se alimentaba de su desdichada infancia (y tristemente lo llevó a la muerte)». Si su infancia fue desdichada, no lo fue tanto su primera juventud; y lo demuestran estos cuentos primerizos que se leen con asombro y placer. Aunque jamás sabremos si al gran escritor beat que fue Capote le hubiese gustado que le sacaran los colores haciendo públicos sus escarceos juveniles. Es muy posible que sí, porque de todos es sabido que nuestro querido literato, vicioso, feote y hombre de mundo, poseía un ego tan grande como su obra.

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