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El jardín de las delicias

Un libro para mayores de 18 años según reza su contraportada. Un conjunto de relatos cortos con la ciudad de Valencia como telón de fondo, un retablo de instantáneas narrativas, transversales, como un «Jardín de las delicias» del Bosco entre la sordidez, el delirio y la luminosidad.

El jardín de las delicias

Abelardo Muñoz no es un desconocido en la Comunidad Valenciana. Reportero especializado en temas culturales y de observación social. Practica un periodismo gonzo, militantemente subjetivo. No engaña a nadie pues. Pero también -y ante todo- compone narraciones breves.

Recordemos un tópico prestigioso: el escritor de verdad escribe siempre el mismo libro. Abelardo Muñoz lo es. Desde su primer volumen Valencia sumergida (1987) hasta el último, que hoy comentamos, Hotel Continental, ha escrito varias veces la misma obra, aunque como una espiral que asciende. ¿Qué obra? Su estructura recuerda la de un retablo postmedieval, a la manera de El Jardín de las Delicias de Jerónimo Bosco, compuesto por pequeñas escenas inconexas -sórdidas algunas, otras delirantes, otras inesperadamente luminosas-. Todas tienen en común un narrador que muestra el retablo -casi siempre en tiempo presente y primera persona, lo que refuerza su carácter fotográfico o pictórico-; retablo de instantáneas narrativas, en ocasiones, como inquietantes tableaux vivants.

La mayoría de esas «instantáneas» suceden en la ciudad de Valencia. Cabe hablar de una Valencia de Abelardo Muñoz -subValencia tenebrosa-, que ha ido explorando a lo largo de los años, compuesta de sordidez, adicciones emocionales y psicotrópicas, pasajes impecablemente obscenos, obstinada irritación moral? Viene a ser un recorrido formativo por las zonas infernales de nuestra ciudad, efectuado por alguien que no habla por boca de ganso. (Cosa bien distinta del turismo narrativo que postula la novela negra vernácula, lamentable catering literario habitualmente consumido en institutos de enseñanza media).

A partir de los acendrados principios disolutos del narrador, era connatural la presencia de la pornografía. En algunos de los relatos, Muñoz se muestra como un competente pornógrafo. Pero su pornografía tiene una peculiar naturaleza: se transmuta en una modalidad actualizada de literatura piadosa; debido, quizá, a su sequedad y precisión, que recuerda el rigor ignaciano de Baltasar Gracián (uno de sus escritores dilectos).

Los sustentos culturales de la obra de Muñoz son amplios y muy diversificados pero con una velada afinidad: Federico Nietzsche, la Weltanschaung del rock and roll de los 70, William Burroughs, Edward Hopper, Robert Frank, la novela negra americana de los años 40, la moral surrealista de estricta observancia, la prosa alcaloide de Hunter Thompson, la Nouvelle Vague de los años 60, la devota tradición del anarco-marxismo, don Francisco de Quevedo y Villegas, el citado predicador aragonés Baltasar Gracián, etc.

A veces Muñoz se excede en el uso de la complicidad culturalista o en la búsqueda de una captatio benevolentiae generacional. Comodidad peligrosa que da por sentados «los conocimientos previos del Lector» (como ahora se dice). Pero sobre esta entidad platónica, parece prudente hacer las menores presunciones posibles.

Cuando, excepcionalmente, sitúa alguna narración fuera de Valencia, pierde, en parte, pie narrativo. Sus textos se tornan más tiernos, más convencionales (dentro de lo que permite el pathos literario de Muñoz). Su poder creador depende pues del permanente contacto con su gehena natal.

Como escritor moralista que es, en Abelardo Muñoz no hay ironía (instrumento de pedagogo, que él no es): hay, en cambio, humor frontal, involuntario casi, rozando a menudo el delirio.

Buena parte de sus narraciones tienen sólidas trazas de poder sortear, con dignidad y frescura, las vejaciones del paso del tiempo.

Por último. En la contraportada de esta edición de Hotel Continental, aparece esta nota: «Lectura para adultos. Lee este libro si tienes mínimo 18 años». Una cautelosa advertencia para evitar que los textos de Muñoz vulneren el proceso formativo de niños y adolescentes. Aunque parece más bien un refinado ardid para exponenciar las ventas del volumen. Estamos persuadidos que el propósito del editor es el primero, pero el efecto involuntario -que nos complace- va a ser, seguramente, lo segundo.

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