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Quién soy

Las enseñanzas ontológicas de Sri Nisargadata constituyen una cima de la sabiduría oriental

Quién soy

¿Quién o qué soy yo? Esta es la pregunta básica, puesto que de su respuesta depende la naturaleza del universo que experimentamos. Sin embargo, y a pesar de la recomendación socrática, lo habitual es que se nos pase la vida sin mostrar auténtico interés por conocernos a nosotros mismos. Casi nadie repara en esta frase tremenda del Quijote: «Conócete a ti mismo, Sancho, y vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra». El resultado de este desinterés -tan poco cervantino y menos socrático- se manifiesta ante nosotros como nacimiento y muerte, conciencia e inconsciencia. Cuando lo palmario es esto: Sólo sé que no sé nada. ¿Puede haber percepción más cristalina?

Ahora bien, ¿cómo logrará morir el que con toda seguridad debe morir; puede acaso nacer quien sabe que la muerte borrará -y por tanto ha borrado ya aquí y ahora- el engaño del nacimiento? La memoria se parece mucho a un matasuegras. Eso que asoma un instante a nuestros ojos, el universo con toda su paleta de experiencias, para perderse en el olvido irreparable con cada uno de sus aparentes testigos, ¿realmente apareció, tuvo duración? Ver esto con toda claridad no es algo que esté al alcance del nihilismo, aunque lo suela parecer. Sólo el amor puede mirar en la morada vacía de la vida y hallar su colmo en ella. «Lo que usted ve como plenitud, este mundo, en realidad equivale a nada, a cero; y lo que a usted se le aparece como la nada y el vacío es la plenitud de su naturaleza original», solía repetirles Nisargadatta a aquellos deseosos de hallarse a sí mismos fuera de toda consideración y recurso a la frágil memoria.

Cualquier cosa que pretendamos ser, el tiempo nos desmiente, y eso es todo, así de fácil. Y lo gracioso es esto: cuando el tiempo ha impartido su clara enseñanza, ya no hay manera en encontrar al tiempo ni a la enseñanza por ninguna parte. A esa desnuda evidencia, a esa contemplación sin contemplador, Nisargadatta la llamaba sahaja, el estado natural, más allá de todo esfuerzo, de nacimiento y muerte. Tratando de erradicar las aprensiones heredadas de sus oyentes, el maestro clamaba: «La mayor aberración es pensar que la muerte existe». Si lo existente es cuanto se puede experimentar, eso de lo que hay constancia aquí y ahora, la muerte no existe. Sólo existe la vida. Una vez que eso queda patente, es la propia vida la que revela la profundidad de su naturaleza última, su vacuidad inherente, que equivale a plenitud de conciencia aquí y ahora.

Cuando uno está maduro, la palabra de vida resuena en él con nitidez perfecta, y las últimas preguntas vienen a parecerle un juego de la obviedad consigo misma. «Todo lo que es visible, cuanto aparece frente a nosotros, ¡jamás ha existido!», proclamaba el maestro contra la tibieza. Si cae en tus manos este volumen de meditaciones del maestro Nisargadatta, date por hallado, pues sabrás que no hay gozo mayor que el de perderse a uno mismo. Verás muy pronto que Nisargadatta no puede engañarte, puesto que jamás promete nada, ni paraísos ni salvaciones; muy al contrario, el maestro irá echando abajo todas las nuevas expectativas que puedan surgir en ti al escuchar su enseñanza.

Nisargadatta, trabaja sobre nuestro condicionamiento cultural y emocional con una contundencia y una premura que es muy difícil hallar en otros maestros. Lejos de despreciar la lógica, la lleva más allá de la atadura del temor, allí donde ella queda al servicio de lo autoevidente. «Yo soy», esa es nuestra única certeza inamovible durante el recorrido de la vigilia. Este sentido de estar presentes como pura atención sin forma, como energía consciente de sí misma, es la única noticia que recibimos acerca de lo que somos desde lo más interior, y se trata de una noticia cósmica, no de una habladuría de patio de vecinos. Es este puro sentido de presencia consciente el que, al escuchar que tiene un nombre y una forma, los del cuerpo, termina por imaginar que se halla preso del tiempo y el espacio, cuando el tiempo y el espacio dependen del testigo consciente que los ilumina. ¿Dónde está el mundo sin su conocedor? El que no atiende a lo obvio, va de nacimiento en muerte, nos recuerda el sabio.

Afirma Nisargadatta: «Tú experimentas el tiempo constantemente. Eso quiere decir que eres el testigo del tiempo, quiere decir que no eres el tiempo. La todopoderosa consciencia cósmica se ha dormido y se considera el cuerpo. En verdad, la consciencia no tiene nacimiento ni muerte. Si hubiera sufrido nacimientos y muertes, te hubiera contado historias de miles de nacimientos anteriores. Pero, ¿recuerda la consciencia un solo nacimiento? Cuando estés libre de conceptos, observa tu estado natural. En ese instante, cuanto habías creído hasta entonces se desvanecerá de manera espontánea».

Esta elegante edición de Kairós, que recoge material inédito hasta ahora del maestro Nisargadatta, es algo más que un libro, pues contiene la palabra insobornable del amor, de la compasión universal: «La gente piensa que el mundo es muy antiguo. En realidad, el mundo surge a la vez que la consciencia. Si solamente tomas una frase de mi enseñanza, y llegas hasta el fondo, eso será suficient»". Gracias, amigo, claros eran tus ojos.

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