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1.000 marilynes

Verdú reflexiona sobre la confusión que la obra seriada de Warhol ha provocado en muchos artistas de segunda fila que lo han imitado, y se pregunta qué buscan esos creadores: ¿acaso volver al síndrome Barceló de los 80? ¿Gustaba, de verdad? Eso creían muchos, «pero lo que les gustaba de verdad era la pasta de Barceló», según Verdú.

1.000 marilynes

Resulta conspícua la reciente y también preocupante superabundancia (glut, que dicen los ingleses) de imágenes de Marilyn Monroe en el panorama de cierto, o supuesto, arte. Pero muchos son los llamados y pocos los elegidos, lo que vale tanto para denotar que de los llamados artistas, pocos llegan a serlo, como para referirse a los miles, decenas de miles, de los considerados iconos, la mayoría ídolos con pies de barro. Aunque si a uno de ellos le podemos, junto con muy pocos más, conceder dicho título, sin duda se trata de Marilyn Monroe.

Pero entre las muchas, y bastantes de ellas notables, imágenes de Marilyn, destacan las de Andy Warhol; y así, si Marilyn es el icono, las marilynes de Warhol serían el icono del icono. Y el fenómeno en concreto al que venía a referirme es a la reproducción ad nauseam por otros pintores de esas obras pop. Supongo que el maestro no cabría en sí de gozo si pudiera comprobar que la máquina que creó, según la cual una obra podría reproducirse (mediante un procedimiento semiindustrial) casi hasta el infinito, realmente sigue acercándose a él (suponiendo que algo pueda acercarse al infinito).

Casi treinta años después de su desaparición, Warhol y sus imágenes siguen prolongándose en el espacio (superficie pintada) y en el tiempo, por artistas a los que les chifla homenajear y ya sabes lo que dice Tarantino de los homenajes (y hasta aquí puedo leer), y a los que además no se les da muy bien crear imágenes propias. Conste que no hablo aquí de nadie en particular, sino de bastantes pintores en particular. Y me parece que de todo lo dicho hasta ahora y puede que de lo que quede hasta el final, lo más significativo es lo de en medio, lo que es justo el párrafo que viene a continuación.

Y es que me parece dificilísimo (¿ridícula?, ¿absurda?, ¿estremecedora?) calificar la operación que efectúan estos pintores: es decir, que Andy Warhol podía tardar como tres segundos en pintar cada Marilyn arrastrando la racleta sobre la superficie de seda. Raaaaass? y ya está. Podía haber pintado a mano unos colores por debajo (o no), pero lo que definía el retrato era la parte serigrafíada. Pues ahora llegan estos, y lo que Warhol hiciera con un gesto (si te fijas, como Pollock), estos lo hacen así, chip, chip, chip, con el pincelito. A lo mejor alucinante sería el adjetivo correcto, pero además me temo que a Warhol le hubiera encantado aún más. Entonces, a ver, Andy Warhol revoluciona la técnica y por ende el concepto (por este orden) de la pintura y hay a quien no se le ocurre otra cosa que reproducir ese resultado pero en plan pintor dominguero. Y esta idea que se me acaba de ocurrir es buena: si en vez de reproducir marilynes les diera por hacerlo con la Gioconda (pero la Gioconda según Warhol) también con el pincelito, tampoco creo que tuviera interés artístico pero el proceso sería fascinante: Leonardo-Warhol -y vuelta a empezar (pero en cutre). El carrusel del arte.

En realidad Andy Warhol no llegó de pronto a La Gran Idea De Emplear La Serigrafía. Estaba haciendo, a caballo entre los 50 y los 60, junto con obras pintadas a mano, obras repetitivas: sellos de correos, cupones descuento y cosas así, y como hacerlo a mano además de fatigoso es bastante absurdo, los hacía mediante sellos de caucho. Entonces, en algún momento, alguien le sugirió que usara la serigrafía. Así que empezó a hacerlo, y pronto comenzaría a intuir las grandes posibilidades del nuevo medio que casi inmediatamente comenzaría a explotar. Con lo cual me parece aberrante que pintores posteriores, en vez de entender las lecciones del maestro sobre el uso de una técnica y sus implicaciones conceptuales, se limiten a copiar la obra como si se tratara de un álbum de colorear. Es como si a alguien le diera (se ignora por qué) por copiar un graffiti que está pintado con spray, así, así, con el pincelito. Hay veces que los epígonos son tronchantes.

Vale pues, hasta ahora hemos estado viendo lo que hace gente que reproduce cosas que hizo alguien hace ya 50 años, con lo cual o se trata de homenajes o bien de casos de no-sé-por-dónde-pegar, pero hay otras -también prácticamente- reproducciones, pero contemporáneas de su modelo, que no por habituales me parecen menos perversas. Todos los artistas quieren ser grandes artistas, si no, de qué. Pero pretender llegar a ello calcando lo que hace un gran artista de verdad no parece fruto de una gran inteligencia, aunque tal vez (aunque yo no sé leer la mente) no se trate ya de ser mejor o peor artista, sino de alcanzar el éxito a toda costa, y siendo así tampoco me parecería una estrategia demasiado brillante: Bacon pintaba así / Bacon tuvo un gran éxito / Si pintas así tendrás un gran éxito. Como silogismo puede ser impecable (espero), pero como razonamiento parece bastante estúpido.

En la España de los 80 muchos pintores querían ser Barceló. ¿Por qué les gustara? Eso creerían ellos, pero lo que les gustaba de verdad era la pasta de Barceló y aplicaban la pseudofilosofía que les contaba más atrás: el camino recto hacia la fama y la fortuna era pintar como Barceló. Parecerá una ridiculez, pero así eran las cosas. Barceló empleaba entonces el color ocre, el siena natural y el sombra tostada, que junto con una puntita de amarillo medio y blanco son los colores con los que se pinta el oro, pero asímismo, mira tú, la mierda.

Sabido es que según Sigmund Freud en los sueños los excrementos simbolizan el oro, idea también presente de algún modo en varias supersticiones populares. Muchos cuadros de Miquel Barceló de la época tenían, mediante la gama descrita, una dominante dorada. Los cuadros de los hambrientos de fama y fortuna de esa misma época, dispuestos a seguir el recetario, llamáranse Peláez, Domínguez, o tal vez Viaplana, por decir algo, ya sabes de qué tenían aspecto.

En el momento actual me llaman también la atención en el mismo sentido los jóvenes abstractos. Hace pocos años, entre estos pintores, unos me gustaban y otros no tanto, es decir, lo normal, pero es que últimamente detecto, no sin cierta inquietud, aunque si bien lo miro me importa un bledo, una uniformidad en el gusto (en mi gusto): los que me gustaban poco, me gustan más y los que me gustaban más me gustan menos.

Más que razonar, intuí a qué era debido y lo era a que ahora los abstractos van, salvo escasas excepciones, a rebufo de Secundino Hernández. Los ciclistas son astutos, van a rebufo de otro para ahorrar energía, y en el momento adecuado, más frescos, adelantarlo. Pero los pintores que practican esto no parecen un prodigio de astucia. Es como la paradoja de Aquiles y la tortuga, con la diferencia de que encima, la tortuga tiene una bicicleta. Aunque oye, a lo mejor durante un tiempo funciona: hay gente que no conoce a Secundino o bien lo conoce y de paso conoce también sus precios. Prefiero a la gente que mucho o poco, aporta algo, más que a la que hace variaciones.

De modo que no se qué es peor, si hacer homenajes o la sandía con mortadela. El trayecto más corto desde aquí hasta el éxito es sabido que es la línea recta que, sabido es también, solo puede ser por el aire, donde por cierto a menudo hay turbulencias. Así que si (lo que no te recomiendo) quieres ser Jackson Pollock, versión inspiración o versión homenaje, al menos coje la lata con el agujerito y no te pongas a hacer el dripping con el pincel del 12 (aunque mejor no dar ideas).

Yo, de encontrarme ahí, y me refiero a todo el espectro que recorre este texto, preferiría ser yo mismo, pero también si bien lo miras, vaya papeleta, amiga.

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